¿Nueva generación? |
Para que se me entienda bien, debo precisar que manejo el concepto de “generación” en el sentido en que lo presentó Karl Mannheim en 1928. Y como lo entendieron Ortega y Gasset (“El tema de nuestro tiempo”, “En torno a Galileo” y “El hombre y la gente”) y Julián Marías (“El método histórico de las generaciones”). No como un concepto simplemente enmarcado por la edad, si no por “acontecimientos generacionales”, es decir, por hechos que marcaron la juventud y que tendrían una influencia el resto de la vida.
Enfocar la moderna historia cultural, intelectual y política española, bajo el concepto de “generación”, no es algo nuevo. Los escritores reformistas del fin de siècle, fueron agrupados bajo la denominación de “Generación del 98”, Ortega y sus contemporáneos se autodenominaron “Generación del 14”, los grandes poetas españoles de antes de la II República, se conocieron colectivamente, como “Generación del 27”… Soy consciente de que, como recurso metodológico, la acotación de diferentes generaciones resulta algo artificial, ya que ninguna minoría se encuentra tan nítidamente separada del pasado, como con frecuencia tiende a imaginarse. El peligro a la hora de determinar de manera precisa, los límites de grupos generacionales, es similar al que nos encontramos los historiadores, cuando intentamos delimitar una época, un movimiento, una corriente intelectual o, incluso, las fronteras de un acontecimiento del pasado. Y aun más peligroso es el frecuente descuido que cometen, en cuanto a la periodización histórica, escritores e intelectuales, deseosos de acentuar la novedad de su mensaje, afirmando que cada nueva generación representa, y al mismo tiempo crea, una nueva realidad. Es el debate en el que he entrado con frecuencia, de lo “nuevo” y lo “viejo” (ver http://senator42.blogspot.com.es/search/label/Pol%C3%ADtica%20Vieja%20y%20Nueva).
En muchas sociedades, especialmente europeas, las percepciones de los cambios extraordinarios y rápidos, han sido ligadas a una gran preocupación por las diferencias generacionales. La discontinuidad, en lo referente a las experiencias respectivas de padres e hijos, han estado a la orden del día. La teoría de Freud del complejo de Edipo, es sólo uno de los signos de la muy extendida convicción de que, para alcanzar su madurez, los jóvenes debían “matar al padre”, alzarse contra ellos (los de abajo contra los de arriba, acabar con el Régimen del 78, lo nuevo contra lo viejo…). La descripción que hace sir James Frazer en “La rama dorada”, de la muerte del rey como rito de regeneración social, encuadraría el tema dentro de un marco más amplio, referido a los modelos humanos que han perdido su vigencia. En la idea de revolución contra el mundo de los padres, va implícito un sentimiento de disconformidad con el pasado, entendido como un cúmulo de ideas y costumbres heredadas. Escritores, filósofos, artistas y críticos, han compartido la arrolladora idea de que la “modernidad”, sólo se alcanzará tras una revisión radical, e incluso un rechazo, de la “tradición” (término lingüístico de problemáticas acepciones semánticas). Pero el sentido de estos términos generacionales ha sido siempre relativo, ya que los hijos del momento, serán los padres de la siguiente generación.
Mucho de este concepto generacional, a mi parecer, estuvo en la gestación en España hace cuatro años, del masivo e ilusionante “15M”. Miles de jóvenes sintieron que les arrastraba una corriente que no podían controlar, una tormenta que iba a producir grandes cambios históricos. Gran parte de la sensación de que el cambio radical que se avecinaba, constituía una “revolución”, surgía de la retórica de la rebelión generacional y del culto a la juventud, algo nada nuevo, pues ya había aflorado en Europa antes de 1914, y se había reproducido en los años 60, en las famosas revoluciones estudiantiles (en las cuales yo ya estuve). El término “los jóvenes” lo utilizamos, ya entonces,
para referirnos a todos aquellos que, independientemente de la edad, compartíamos el espíritu de oposición al viejo orden cultural, social y político. El intento de invocar una “nueva generación”, que podía ayudar a establecer el Zeitgeist, el espíritu de los tiempos, ya lo habían utilizado pasados personajes europeos: Charles Maurras, Barrès, D’Annunzio, Knut Hamsun, Ortega, Unamuno, Charles Péguy, Valéry, Croce, Giovanni Papini, Karl Mannheim… Y aunque las diferencias en lo concerniente a sus experiencias, son quizá tan grandes como sus semejanzas, puede apreciarse en todos ellos el deseo común de reunir a los jóvenes, alrededor de sus respectivas causas e ideales. Propósito que apunta a su creencia de que debían construir un nuevo mundo, frente al de las generaciones precedentes.
En un periodo otra vez atento al tiempo histórico, algunos de los líderes del 15M, parecieron entender su presencia en el escenario de la historia, como un reto que los distinguiría de los que les precedieron y de quienes les seguirían. La amplia corriente del pensamiento historicista, que hace que en esos días se incida en la tesis, de que cada persona contribuye de forma única a la historia de la humanidad, no dista mucho de la premisa de que cada generación debe hacer algo “único”. El distinguir su propia voz (o la voz colectiva de una generación) de la de los demás, se convirtió en una especie de imperativo para ellos. La pertenencia a ese movimiento, seguramente proporcionaba a sus componentes un contexto formativo. Pero pronto pareció que la vanguardia más esclarecida del mismo, el “núcleo irradiador” del que hablaba Errejón, empeñado en concretar la tarea de los tiempos, se fue encontrando algo aislada en su conciencia adelantada, al ser, como dijeron en su día los “decembristas”, “una generación sin padres y sin hijos”. A pesar de ello, durante un tiempo pareció que ya estaba dispuesto el escenario, en donde acontecerían crecientes y complicadas luchas entre padres e hijos, dando paso a una crisis de “generatividad” (término que utiliza Erik Erikson, al hablar de la aceptación de la responsabilidad “paterna”, del mundo que cada uno ha hecho) en la vieja generación, y a una búsqueda de identidad en la nueva. A no tardar, todo ello, en una vuelta inesperada al pasado, dio paso a las ya sabidas retóricas de las “vanguardias”, lanzadas hacia “utopías regresivas”, como diría Fernando Enrique Cardoso. Cuanto más virulenta se hacía la propensión a diferenciarse de sus antepasados culturales/políticos, más polémica parecía configurarse la visión de la historia actual de España. La necesidad de ser “modernos”, implicaba una dura rivalidad con aquellos que habían existido antes. En consecuencia retrataron a estos últimos, de forma innecesariamente ofensiva, como más anacrónicos y fuera de lugar (la casta, los de arriba, los viejos…) más sumidos en el pasado y en las tradiciones caducas, de lo que en realidad estaban.
15M |
Para constituir una nueva “generación”, que abra un “tiempo nuevo”, es necesario un cierto acuerdo sobre el futuro que se persigue. Pedro Sánchez parece atisbar algo de esto que digo, cuando el pasado día 11 escribía en El País: “Para que el sueño de un dirigente político, por bienintencionado que sea, se haga realidad, para que el sueño de un partido cambie la vida de la gente, tiene que ser un sueño compartido por millones de personas, por una mayoría mucho más amplia que la de sus simpatizantes y votantes”.
Y no olvidemos lo que decía María Zambrano sobre el futuro: “El futuro es algo que sólo existe en función de algo que se espera, de algo que se ansía o que se ama. Cuando hay ante nosotros una cosa que no es poseída, pero que puede serlo, tenemos futuro. Futuro sólo tiene el que hace, el que vive. El presente es el mero ser”.
¿Una “nueva generación” ha tomado en sus manos el destino de España? Los próximos meses nos lo dirán.
Palma. Ca’n Pastilla a 13 de Diciembre del 2015.