Leyendo a G.E. Moore

Leyendo a G.E. Moore
Ca'n Pastilla 27 Marzo 2016

miércoles, 30 de diciembre de 2015

¿Una nueva generación?

Escuchando los debates durante la pasada campaña electoral, y analizando los datos del 20D, me he venido preguntado ¿de verdad una “nueva generación” ha llegado, y los viejos podemos ya retirarnos a descansar tranquilamente? PP y PSOE, después de todo, parecen haber aguantado la embestida. Las parábolas de Podemos y Ciudadanos, muestran que en una sociedad compleja y estructurada como la española, los intentos de archivar a la derecha y la izquierda, la ilusión de representar todos los intereses bajo un mismo techo, tiene sus limitaciones. Definirse más allá de la política tradicional puede gustar por un momento en una sociedad angustiada, pero a la larga puede generar sospechas. Es posible que el juguete de la anti-política funcione mientras sea monopolio de una sola fuerza. En el instante en que deja de serlo, las preguntas básicas de la política vuelven a acechar: ¿Cuál es el proyecto de los jóvenes de hoy si lo tienen? ¿A quién va a favorecer? ¿De qué manera? ¿Más allá de diferencias entendibles, hay un marco más amplio, que se pueda entender como “proyecto de una nueva generación"? Como diría en su tiempo Ortega, también estoy viendo yo estos días, demasiadas prisas para “construir la historia a la imagen de cada uno”. Y retazos de proyectos marcados por elementos de mentalidad localista o sectaria, en la medida en que se proclama a la cosmovisión de cada uno, como el centro de una conciencia esclarecida. A diario se entregan algunos, a una despiadada dialéctica de “arcaísmo” e “innovación”, ninguna de cuyas categorías valorativas describe en rigor, las corrientes más profundas de fuerza creadora, en un momento y lugar determinados. El “nivel real” en que se mueve siempre la historia, no es ni arcaico ni completamente innovador, sino más bien un sutil punto y contrapunto, entre la tradición y la modernización, tal y como se interactúan en el presente.
¿Nueva generación?
Cuando me jubilé en el 2007, no experimenté ni la más mínima sensación de que mi tiempo ya había pasado. Al contrario, sentí un gran júbilo por disponer de más tiempo para poder seguir actuando en presente, en los diversos ámbitos de mis pasiones: montaña, política, estudios de la historia y de la filosofía… Cuatro años después, en 2011, cuando el famoso 15M, si creí que podía estar acabándose mi tiempo, mi mundo: parecía que una “nueva generación” emergía con fuerza e ideas rompedoras, capaz de arrinconar el viejo mundo de sus mayores, el mío. Aquello me produjo emociones contradictorias. Por una parte tristes, por el arrinconamiento de ideas e instituciones muy queridas para mí: la Constitución, el PSOE, la democracia tal como yo la entendía, como la entiendo, representativa y deliberativa en las Cortes, enfocada a buscar consensos (todo aquello de la democracia directa en las plazas, de las votaciones masivas en las redes al estilo plebiscitos, de un Sí o un No sin matices… reconozco que me superaba un poco). Pero por otra parte, veía en ello una cierta “naturalidad histórica”. Una “nueva generación” sustituía a la antigua, un nuevo mundo al viejo. El testigo pasaba a nuestros hijos, librándonos así, en cierto modo, de la responsabilidad de seguir gestionando un mundo, que cada vez se nos hacía más complejo y difícil de entender. Al fin y al cabo, eso era lo que habíamos hecho nosotros, la “Generación del 68”: irrumpir en el mundo para cambiar sus costumbres, sus hábitos culturales, sus instituciones. Tuvimos la fortuna de asistir en primera fila a la historia de España, cuando comenzaba a madurar un tiempo nuevo. Tuvimos el privilegio de asistir a la aurora de una idea de país. Vivimos un descubrimiento político, que se realizó no ya ante nosotros, sino con nosotros. Y no todos los instantes de un país son el mismo. Nunca podré olvidar la vitalidad y la esperanza con que vivimos esos años, con las que asistimos a la aurora de una España nueva. Pero para un historiador como yo, como he dicho, todo aquello del 15M parecía acoplarse al fluir “normal” de la historia, en el que una “generación” reemplaza a la anterior.
Para que se me entienda bien, debo precisar que manejo el concepto de “generación” en el sentido en que lo presentó Karl Mannheim en 1928. Y como lo entendieron Ortega y Gasset (“El tema de nuestro tiempo”, “En torno a Galileo” y “El hombre y la gente”) y Julián Marías (“El método histórico de las generaciones”). No como un concepto simplemente enmarcado por la edad, si no por “acontecimientos generacionales”, es decir, por hechos que marcaron la juventud y que tendrían una influencia el resto de la vida.
Enfocar la moderna historia cultural, intelectual y política española, bajo el concepto de “generación”, no es algo nuevo. Los escritores reformistas del fin de siècle, fueron agrupados bajo la denominación de “Generación del 98”, Ortega y sus contemporáneos se autodenominaron “Generación del 14”, los grandes poetas españoles de antes de la II República, se conocieron colectivamente, como “Generación del 27”… Soy consciente de que, como recurso metodológico, la acotación de diferentes generaciones resulta algo artificial, ya que ninguna minoría se encuentra tan nítidamente separada del pasado, como con frecuencia tiende a imaginarse. El peligro a la hora de determinar de manera precisa, los límites de grupos generacionales, es similar al que nos encontramos los historiadores, cuando intentamos delimitar una época, un movimiento, una corriente intelectual o, incluso, las fronteras de un acontecimiento del pasado. Y aun más peligroso es el frecuente descuido que cometen, en cuanto a la periodización histórica, escritores e intelectuales, deseosos de acentuar la novedad de su mensaje, afirmando que cada nueva generación representa, y al mismo tiempo crea, una nueva realidad. Es el debate en el que he entrado con frecuencia, de lo “nuevo” y lo “viejo” (ver http://senator42.blogspot.com.es/search/label/Pol%C3%ADtica%20Vieja%20y%20Nueva).
En muchas sociedades, especialmente europeas, las percepciones de los cambios extraordinarios y rápidos, han sido ligadas a una gran preocupación por las diferencias generacionales. La discontinuidad, en lo referente a las experiencias respectivas de padres e hijos, han estado a la orden del día. La teoría de Freud del complejo de Edipo, es sólo uno de los signos de la muy extendida convicción de que, para alcanzar su madurez, los jóvenes debían “matar al padre”, alzarse contra ellos (los de abajo contra los de arriba, acabar con el Régimen del 78, lo nuevo contra lo viejo…). La descripción que hace sir James Frazer en “La rama dorada”, de la muerte del rey como rito de regeneración social, encuadraría el tema dentro de un marco más amplio, referido a los modelos humanos que han perdido su vigencia. En la idea de revolución contra el mundo de los padres, va implícito un sentimiento de disconformidad con el pasado, entendido como un cúmulo de ideas y costumbres heredadas. Escritores, filósofos, artistas y críticos, han compartido la arrolladora idea de que la “modernidad”, sólo se alcanzará tras una revisión radical, e incluso un rechazo, de la “tradición” (término lingüístico de problemáticas acepciones semánticas). Pero el sentido de estos términos generacionales ha sido siempre relativo, ya que los hijos del momento, serán los padres de la siguiente generación.
Mucho de este concepto generacional, a mi parecer, estuvo en la gestación en España hace cuatro años, del masivo e ilusionante “15M”. Miles de jóvenes sintieron que les arrastraba una corriente que no podían controlar, una tormenta que iba a producir grandes cambios históricos. Gran parte de la sensación de que el cambio radical que se avecinaba, constituía una “revolución”, surgía de la retórica de la rebelión generacional y del culto a la juventud, algo nada nuevo, pues ya había aflorado en Europa antes de 1914, y se había reproducido en los años 60, en las famosas revoluciones estudiantiles (en las cuales yo ya estuve). El término “los jóvenes” lo utilizamos, ya entonces,
para referirnos a todos aquellos que, independientemente de la edad, compartíamos el espíritu de oposición al viejo orden cultural, social y político. El intento de invocar una “nueva generación”, que podía ayudar a establecer el Zeitgeist, el espíritu de los tiempos, ya lo habían utilizado pasados personajes europeos: Charles Maurras, Barrès, D’Annunzio, Knut Hamsun, Ortega, Unamuno, Charles Péguy, Valéry, Croce, Giovanni Papini, Karl Mannheim… Y aunque las diferencias en lo concerniente a sus experiencias, son quizá tan grandes como sus semejanzas, puede apreciarse en todos ellos el deseo común de reunir a los jóvenes, alrededor de sus respectivas causas e ideales. Propósito que apunta a su creencia de que debían construir un nuevo mundo, frente al de las generaciones precedentes.
En un periodo otra vez atento al tiempo histórico, algunos de los líderes del 15M, parecieron entender su presencia en el escenario de la historia, como un reto que los distinguiría de los que les precedieron y de quienes les seguirían. La amplia corriente del pensamiento historicista, que hace que en esos días se incida en la tesis, de que cada persona contribuye de forma única a la historia de la humanidad, no dista mucho de la premisa de que cada generación debe hacer algo “único”. El distinguir su propia voz (o la voz colectiva de una generación) de la de los demás, se convirtió en una especie de imperativo para ellos. La pertenencia a ese movimiento, seguramente proporcionaba a sus componentes un contexto formativo. Pero pronto pareció que la vanguardia más esclarecida del mismo, el “núcleo irradiador” del que hablaba Errejón, empeñado en concretar la tarea de los tiempos, se fue encontrando algo aislada en su conciencia adelantada, al ser, como dijeron en su día los “decembristas”, “una generación sin padres y sin hijos”. A pesar de ello, durante un tiempo pareció que ya estaba dispuesto el escenario, en donde acontecerían crecientes y complicadas luchas entre padres e hijos, dando paso a una crisis de “generatividad” (término que utiliza Erik Erikson, al hablar de la aceptación de la responsabilidad “paterna”, del mundo que cada uno ha hecho) en la vieja generación, y a una búsqueda de identidad en la nueva. A no tardar, todo ello, en una vuelta inesperada al pasado, dio paso a las ya sabidas retóricas de las “vanguardias”, lanzadas hacia “utopías regresivas”, como diría Fernando Enrique Cardoso. Cuanto más virulenta se hacía la propensión a diferenciarse de sus antepasados culturales/políticos, más polémica parecía configurarse la visión de la historia actual de España. La necesidad de ser “modernos”, implicaba una dura rivalidad con aquellos que habían existido antes. En consecuencia retrataron a estos últimos, de forma innecesariamente ofensiva, como más anacrónicos y fuera de lugar (la casta, los de arriba, los viejos…) más sumidos en el pasado y en las tradiciones caducas, de lo que en realidad estaban.
15M
En pocos días tendremos una pléyade de jóvenes, ocupando los escaños del Congreso de los Diputados y, poco después, espero, el puesto de mando en el Gobierno de España. ¿Por fin una “nueva generación” se hace cargo de nuestro país? Pues desgraciadamente tengo mis dudas. Para constituir una “nueva generación” no es suficiente con ser más joven. Para el historiador estadounidense Robert Whol, especialista en Ortega: “Lo que es esencial para la formación de una conciencia generacional, es la existencia de un marco común de referencia, que proporcione un sentimiento de ruptura con el pasado, y que, posteriormente, distinga a los miembros de la generación, de aquellos que les sucedan en el tiempo”. Y Karl Mannheim, citado ya al inicio de este artículo, escribía: “Ni la mera contemporaneidad, ni el ser coetáneos, ni el estatus social, ni la proximidad física, serán, por sí mismas, suficientes: una unidad generacional efectiva, debe recibir una carga catalizadora de su encuentro con los tiempos, de su descubrimiento de un destino o una suerte compartidos. A partir de entonces, sus miembros se ligan estrechamente entre sí, en virtud de una serie de circunstancias, que pueden definirse con bastante exactitud”.
Para constituir una nueva “generación”, que abra un “tiempo nuevo”, es necesario un cierto acuerdo sobre el futuro que se persigue. Pedro Sánchez parece atisbar algo de esto que digo, cuando el pasado día 11 escribía en El País: “Para que el sueño de un dirigente político, por bienintencionado que sea, se haga realidad, para que el sueño de un partido cambie la vida de la gente, tiene que ser un sueño compartido por millones de personas, por una mayoría mucho más amplia que la de sus simpatizantes y votantes”.
Y no olvidemos lo que decía María Zambrano sobre el futuro: “El futuro es algo que sólo existe en función de algo que se espera, de algo que se ansía o que se ama. Cuando hay ante nosotros una cosa que no es poseída, pero que puede serlo, tenemos futuro. Futuro sólo tiene el que hace, el que vive. El presente es el mero ser”.
¿Una “nueva generación” ha tomado en sus manos el destino de España? Los próximos meses nos lo dirán.

Palma. Ca’n Pastilla a 13 de Diciembre del 2015.

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