En la investigación sobre Leibnitz, el gran teórico del optimismo, Ortega pretendía determinar el curso (lo que más adelante Marías denominaría biografía) de este cuasiutópico empeño, como una serie histórica de respuestas a la condición humana, ninguna de las cuales era definitivamente válida ¡al loro Barones y Baronesa! Por ello, el primitivo supuesto eleático del Ser, ajeno a las cambiantes apariencias del mundo del devenir, como la posterior teoría platónica de ideas inmutables, sólo revelaban la aspiración de los griegos, por conseguir alguna forma de permanencia en medio del fluido cambio ¿Se habrán quedado los Barones en la antigua Grecia? Y es que estas posiciones, como muchas otras, lejos de enunciar verdades “eternas”, no fueron si no fases del curso de la razón histórica viviente.
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Susana Diez |
Al ocuparse de Leibnitz, cuya obra admiraba sin reservas, como la forma más noble de la fase racionalista del pensamiento postcartesiano, Ortega, en última instancia, trataba de distinguir su propio método de análisis existencial, del de otros filósofos modernos, principalmente Heidegger, que, en su opinión, carecían del “optimismo” que adivinaba en la “dinámica concepción del ser” de Leibnitz. Por esta última entendía el esfuerzo por el que lo meramente posible, llega a la autorrealización: “Leibnitz fue quien primero vio claramente que el hombre, no está en la realidad de modo directo o inmediato como lo está la piedra. Nuestro estar en la realidad es sumamente extraño: consiste en estar siempre llegando a ésta desde fuera, desde posibilidades”. En términos orteguianos, llevamos a cabo la mejor conclusión posible, de las múltiples posibilidades de nuestra existencia, al conducirnos de acuerdo con el proyecto de vida que hemos elegido. Esto no es, por emplear palabras de Sartre, “condenado a ser libre”, pero sí asumir la propia libertad, como una dimensión del carácter abierto de la vida. Para Ortega, tal era el mensaje esencial del “optimismo del ser” de Leibnitz. El mundo está constituido por la respuesta de cada hombre a la vida, que ejemplifica la buena fe de su propósito de ser, en la medida de lo posible. (Ser en la medida de lo posible, para los hombres y los partidos, también en la esfera de lo político).
En su disconformidad con la idea, entonces de moda, del compromiso, Ortega mostró una vez más su desagrado temperamental, ante aquellos cuya filosofía se tornaba en ansiedad, en desarraigo y en desesperación. Argumentaba que, puesto que pensamos para salvar nuestras vidas del “naufragio” de nuestros proyectos, la filosofía (la política) no puede concebirse en un estado de desconsuelo, de situación límite. Para mantener su poder “liberador", la filosofía y la política, deben lograr alguna independencia de la lucha en que han nacido. Cualquier interrogante sobre el Ser, era para Ortega una misión metafísica, que debe realizarse dentro del marco, mediatizado por la historia, de la filosofía como una serie de experimentos del pensamiento, como soluciones temporales al problema del “desarraigo” del hombre.
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Emiliano García-Page |
El esfuerzo por reconstruir la sucesión de los “desembarcos” del hombre, desde el apremiante mar de dudas en el que se ha visto siempre obligado a nadar, no es, sin embargo, una fría enumeración de errores. En la recepción de los sistemas anteriores, como en la elaboración del nuestro propio en el presente, descubrimos que la teoría, como motivo de regocijo intelectual, pasa a ser un antídoto para el criterio melancólico del pensador “comprometido” y el pesimismo heideggeriano. Desde el punto de vista de Ortega, el fallo esencial de la filosofía de la angustia, es su cualidad monocromática, su traición al carácter polifacético de la verdad. Por el contrario sólo se alcanzan los principios, mediante los saltos de la teoría, dados desde un trampolín metafísico. Y desde la teoría, se deducen los constructos en que se apoyan la filosofía, la ciencia y la poesía, ninguna de las cuales refleja directamente el mundo, ni pueden ser inducidas desde la sola evidencia empírica. La “cataléptica” admisión de los estoicos de la evidencia sensorial, por ejemplo, está completamente en contra, de la noble facultad de la mente de hallar principios que, en su aspecto deductivo, permiten al hombre descubrir nuevas dimensiones de la realidad. Y en eso debiéramos estar, y no en la angustia de los egos mal controlados.
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Javier Lamban |
Pues eso. Tomen buena nota los Barones y Baronesa.
Palma. Ca’n Pastilla a 3 de Enero del 2016.
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