Leyendo a G.E. Moore

Leyendo a G.E. Moore
Ca'n Pastilla 27 Marzo 2016

lunes, 4 de enero de 2016

De porqué los Barones del PSOE, deberían leer a Leibnitz y a Ortega

En su libro, publicado post mortem, “La idea de principio en Leibnitz y la evolución de la teoría deductiva”, Ortega formula de nuevo la cuestión del “curso” histórico de la filosofía, hablándonos de que es lo que el hombre puede esperar como ser racional, en los momentos en que las cuestiones referentes a la fe y a la duda, creencia y escepticismo, optimismo y decepción, se entremezclan de forma compleja. Como el pintor que declara que el arte es una baratija de la burguesía, y el novelista que especula sobre la “muerte” de la novela, mientras continúa persiguiendo nuevas maneras de narrar, también el filósofo, viene a decir Ortega, y el político añadiría yo, debe esperar que la forma de realizar su búsqueda, sufra alteraciones a lo largo del tiempo.
En la investigación sobre Leibnitz, el gran teórico del optimismo, Ortega pretendía determinar el curso (lo que más adelante Marías denominaría biografía) de este cuasiutópico empeño, como una serie histórica de respuestas a la condición humana, ninguna de las cuales era definitivamente válida ¡al loro Barones y Baronesa! Por ello, el primitivo supuesto eleático del Ser, ajeno a las cambiantes apariencias del mundo del devenir, como la posterior teoría platónica de ideas inmutables, sólo revelaban la aspiración de los griegos, por conseguir alguna forma de permanencia en medio del fluido cambio ¿Se habrán quedado los Barones en la antigua Grecia? Y es que estas posiciones, como muchas otras, lejos de enunciar verdades “eternas”, no fueron si no fases del curso de la razón histórica viviente.
Susana Diez
La corriente fundamental con la que Ortega se alineó, es la de Descartes, Leibnitz y Kant, todos ellos exponentes de la razón sintética y deductiva, que a través de la intuición, alcanza los principios que ordenan la experiencia. Del mismo modo que en los grandes cambios de paradigmas y revoluciones conceptuales, características de la ciencia en sus momentos más creativos, así también la teoría deductiva en filosofía, y en política podríamos añadir, debe preceder y “descubrir” la experiencia antes que someterse a ella. Por el contrario, la línea que va desde Aristóteles, los estoicos, Tomás de Aquino, los últimos escolásticos, Locke, hasta Heidegger, ha establecido una tradición que comete el pecado de petitio principii por apoyarse, sin justificación, en lo que a primera vista se presenta como evidencia. Pues lo que permanece en medio de los múltiples avatares de la razón, a lo largo de la historia, es su función como una perspectiva, en la que el hombre puede clarificar racionalmente lo que, de otro modo, sería la indeterminación propia de una vida irreflexiva, inmersa en impresiones sensoriales inmediatas. En el mundo clásico, para Ortega, la “imaginación cataléptica” de los estoicos, una escuela degenerada de la escuela de Aristóteles, era el ejemplo más significativo de una “filosofía del sentido común” (el menos común de los sentidos decía Unamuno) el cual, que conste, no es inteligencia, sino “asunción ciega por sugestión colectiva”, como todo lo que se llamaba “evidencia”.
Al ocuparse de Leibnitz, cuya obra admiraba sin reservas, como la forma más noble de la fase racionalista del pensamiento postcartesiano, Ortega, en última instancia, trataba de distinguir su propio método de análisis existencial, del de otros filósofos modernos, principalmente Heidegger, que, en su opinión, carecían del “optimismo” que adivinaba en la “dinámica concepción del ser” de Leibnitz. Por esta última entendía el esfuerzo por el que lo meramente posible, llega a la autorrealización: “Leibnitz fue quien primero vio claramente que el hombre, no está en la realidad de modo directo o inmediato como lo está la piedra. Nuestro estar en la realidad es sumamente extraño: consiste en estar siempre llegando a ésta desde fuera, desde posibilidades”. En términos orteguianos, llevamos a cabo la mejor conclusión posible, de las múltiples posibilidades de nuestra existencia, al conducirnos de acuerdo con el proyecto de vida que hemos elegido. Esto no es, por emplear palabras de Sartre, “condenado a ser libre”, pero sí asumir la propia libertad, como una dimensión del carácter abierto de la vida. Para Ortega, tal era el mensaje esencial del “optimismo del ser” de Leibnitz. El mundo está constituido por la respuesta de cada hombre a la vida, que ejemplifica la buena fe de su propósito de ser, en la medida de lo posible. (Ser en la medida de lo posible, para los hombres y los partidos, también en la esfera de lo político).
En su disconformidad con la idea, entonces de moda, del compromiso, Ortega mostró una vez más su desagrado temperamental, ante aquellos cuya filosofía se tornaba en ansiedad, en desarraigo y en desesperación. Argumentaba que, puesto que pensamos para salvar nuestras vidas del “naufragio” de nuestros proyectos, la filosofía (la política) no puede concebirse en un estado de desconsuelo, de situación límite. Para mantener su poder “liberador", la filosofía y la política, deben lograr alguna independencia de la lucha en que han nacido. Cualquier interrogante sobre el Ser, era para Ortega una misión metafísica, que debe realizarse dentro del marco, mediatizado por la historia, de la filosofía como una serie de experimentos del pensamiento, como soluciones temporales al problema del “desarraigo” del hombre.
Emiliano García-Page
La filosofía (la política) nace y renace cuando el hombre pierde su fe o sistema de creencias tradicionales, y por tanto cae en la duda, al tiempo que se cree en posesión de una nueva “vía” o método para salir de ésta. En la fe se está, en la duda se cae, y en la filosofía se sale de ésta al Universo. El hombre está obligado a ejercitar la filosofía (la política) hasta encontrar algo mejor, sin dejar de reconocer en todo momento, que ninguna perspectiva es totalmente adecuada para descubrir la “verdad”.
El esfuerzo por reconstruir la sucesión de los “desembarcos” del hombre, desde el apremiante mar de dudas en el que se ha visto siempre obligado a nadar, no es, sin embargo, una fría enumeración de errores. En la recepción de los sistemas anteriores, como en la elaboración del nuestro propio en el presente, descubrimos que la teoría, como motivo de regocijo intelectual, pasa a ser un antídoto para el criterio melancólico del pensador “comprometido” y el pesimismo heideggeriano. Desde el punto de vista de Ortega, el fallo esencial de la filosofía de la angustia, es su cualidad monocromática, su traición al carácter polifacético de la verdad. Por el contrario sólo se alcanzan los principios, mediante los saltos de la teoría, dados desde un trampolín metafísico. Y desde la teoría, se deducen los constructos en que se apoyan la filosofía, la ciencia y la poesía, ninguna de las cuales refleja directamente el mundo, ni pueden ser inducidas desde la sola evidencia empírica. La “cataléptica” admisión de los estoicos de la evidencia sensorial, por ejemplo, está completamente en contra, de la noble facultad de la mente de hallar principios que, en su aspecto deductivo, permiten al hombre descubrir nuevas dimensiones de la realidad. Y en eso debiéramos estar, y no en la angustia de los egos mal controlados.
Javier Lamban
El margen de libertad de que disponemos en el mundo, en España en estos días, ciertamente nos viene impuesto y no es gran cosa. Ortega diría: “Tenemos que ser en vista de este mundo, de una circunstancia determinada, obligados a vivir aquí y ahora”. Y el propósito de ese acto debería ser retomar nuestra continuidad, sí, pero continuar no es quedarse en el pasado, ni siquiera enquistarse en el presente, sino movilizarse, ir más allá, innovar pero renunciando al brinco y al salto y a partir de la nada. De lo contrario viviremos fuera de sí, “alterados”, porque en el país ha habido alteraciones. Conviene pues que pongamos radicalmente término a las mismas, para que podamos volver a ser nosotros mismos. Decía Ortega refiriéndose a Toynbee: “Siempre está lejos del mar de los principios últimos, porque su navegación es de cabotaje”. Y así es, si nos asusta alejarnos de la costa, de lo conocido de siempre, jamás navegaremos por los anchos mares, en los que se contemplan los nuevos y bellos horizontes.
Pues eso. Tomen buena nota los Barones y Baronesa.

Palma. Ca’n Pastilla a 3 de Enero del 2016.



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