Leyendo a G.E. Moore

Leyendo a G.E. Moore
Ca'n Pastilla 27 Marzo 2016

viernes, 15 de enero de 2016

Pensamiento postmetafísico

A todos los diputados nuevos, junto con los ejemplares de la Constitución y del Reglamento del Congreso, se les debería repartir un ejemplar de este libro. Me parece que ayudaría mucho, a la hora de debatir con razones de calado, y argumentos que vayan más allá de meros titulares y frases ingeniosas.
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Habermas emplea el término “metafísica”, para aludir a todo aquello que quiere superar, del pensamiento filosófico tradicional: en primer lugar, el intento de reconducir las apariencias a un principio originario, que haga las veces de “fundamentación última”. Pero también la filosofía moderna de la conciencia, desplegada desde Descartes, que concibe el “yo pienso” como instancia última de certeza. En lugar de remitirse a la tradición metafísica, opta por defender su concepción comunicativa de la razón, frente al tribunal científico de la filosofía del lenguaje contemporánea, e instaurar así, un “pensamiento postmetafísico”, con conciencia de su falibilidad y mucho más humilde en sus pretensiones, pero más acorde con la acreditada imposibilidad, de seguir apoyándose en certezas o premisas dogmáticas, aportadas por una determinada religión, cosmovisión o weltanschauung.

Así pues, las condiciones que hacen posible el lenguaje no son, en ningún caso, de índole metafísica, sino meramente pragmáticas, esto es, inmanentes a la praxis comunicativa. Por ello, y aunque Habermas no elude el “problema de la verdad”, cuestión central a lo largo de la historia de la filosofía, no habla de “condiciones de verdad”, pero sí de “condiciones de aceptabilidad”: un enunciado no es verdadero porque corresponda a un determinado estado de cosas, ni simplemente porque resulte coherente con otros enunciados; lo es porque a lo largo del proceso comunicativo, llega a ser aceptado como justificado, bajo determinadas condiciones ideales. Y entre estas condiciones se incluye, el respeto de ciertos procedimientos y reglas de juego: exclusión de toda coacción dentro del proceso argumentativo, reparto equitativo de derechos y deberes de la argumentación, transparencia en la exposición de razones… etc. En este sentido, una regla de juego elemental, consistiría en aportar todo tipo de razones, hasta que se hagan valer como las mejores, de acuerdo con el conocimiento disponible en un momento determinado: es preciso, por tanto, disponer siempre de “razones justificatorias” que avalen nuestra pretensión de verdad, una “verdad” que, a pesar de que “apunte más allá” de todas la evidencias potencialmente disponibles, no puede ser entendida en la práctica discursiva cotidiana, sino como “aseverabilidad justificada” mediante razones.

Palma. Ca’n Pastilla a 15 de Enero del 2016.

3 comentarios:

  1. Hola Emilio,

    Enhorabuena por tu interesante artículo creo que, como buen observador que eres, has apuntado a un tema que afecta a nuestra realidad política circundante: las condiciones de posibilidad "del diálogo y del entendimiento" - como diría el actual presidente del Congreso-.

    Lo nuclear de las corrientes teóricas contemporáneas reside en la crítica del esencialismo. Perspectivas post-metafísicas tan dispares como las del segundo Wittgenstein, Heidegger o Derrida convergen en el abandono de toda pretensión de conocimiento basada en la correspondencia entre el enunciado y la cosa, o en la identidad entre representación mental y mundo (adaequatio rei et intellectus).

    A partir de aquí, la pregunta pertinente que hemos de hacernos una vez desechada la idea de "verdad última" ¿Cómo legitimar algo una vez se ha abandonado toda pretensión de fundamentar un conocimiento definitivo? La propuesta de Rorty (en la línea de Habermas) consiste en plantear una justificación basada en la “argumentación” y la “conversación”. La solución que propone Rorty consiste en sustituir la la filosofía por el "juego de dar y pedir razones".

    Dado que no hay soluciones universalmente deseables, no podemos fundamentar nuestras creencias sobre la base de una verdad infalible. El pragmatismo no habla de verdad, sino de certezas.

    Ahora bien, tu artículo me ha suscitado varios interrogantes después de leerlo con un sentido más político que filosófico, sobre todo, a tenor de los últimos acontecimientos políticos de este país.

    Recuerdo, Emilio, allá por el verano, una respuesta que me diste acerca del sentido de la palabra "consenso". No recuerdo con exactitud la frase literal, pero decía algo así: "la idea de consenso no debe significar un punto de partida, sino más bien una "llegada". Más o menos.

    He leído poco del coloso - y voluminoso- Habermas, pero sé que la crítica le señala sus deficiencias teóricas para comprender la política y lo político. Contra la democracia deliberativa los críticos señalan una interpretación errónea de la política que asume presupuestos epistemológicos idealistas y típicos del liberalismo como, por ejemplo, la idea de que una sociedad compuesta por personas con diferentes intereses, cosmovisiones, "planes de vida" puede llegar a un consenso racional.


    En mi opinión, hay que especificar con el mayor rigor posible qué se entiende exactamente por "democracia", pues es un término ambiguo que precisa ser dilucidado. No desecho enteramente la idea de consenso político; eso sí, siempre y cuando se parta de un régimen democrático de verdad. También me pregunto ¿qué lugar ocupa el consenso si aceptamos que la democracia se rige por la regla de las mayorías?

    Otro problema es la posmodernidad en sí misma. En un contexto no sólo ya post-metafísico, sino también posmoderno - y muy muy "líquido", casi papilla-.La posmodernida se define por la ausencia de anclajes y por el escepticismo. Culturalmente,se caracteriza por el relativismo moral. Estéticamente por el feísmo. Y políticamente, se puede definir a partir de aquella mentira del "fin de las ideologías". ¿Qué es la socialdemocracia, sino una suerte de término medio entre el liberalismo y el socialismo?

    Foucault hablaba del "Chantaje de la Ilustración" como la obligación de posicionarse a favor o en contra de las Luces, refiriéndose expresamente a Habermas, para indicar que la razón puede ser una razón represora y de dominio. Habermas opone la razón deliberativa a la razón instrumental o dogmática. Sin embargo, en última instancia, el punto está en la comprensión de lo político y de la democracia. ¿Puede haber consenso si hay conflictividad social?, ¿el consenso puede devenir en un instrumento de exclusión,?, ¿en qué medida se ve afectada la libertad política?. Y desde el punto de vista moral, ¿cómo lograr el consenso ante trágicos dilemas como el aborto, la eutanasia, etc?

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  2. Puedo resumir todo este mazacote sintetizándolo en la idea de que la crisis de la razón o “el fin de los relatos” trae aparejado el siguiente problema: ¿cómo legitimar la pluralidad de cosmovisiones y de valores sociales? Para más inri esta “heterogénesis de los fines” propia del Estado moderno y de la sociedad postindustrial trae aparejado otro problema mayor: el antagonismo inextricable de las sociedades complejas y multiculturales donde cabe la posibilidad de que coexistan modos de vida rivales y contradictorios, hasta el punto que la existencia de unos implique el exterminio del otros.


    Un abrazo Emilio

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  3. Gracias mil Carlos por tu interesantísimo comentario. Planteas un debate que daría para un libro o varios, o para esas interminables tertulias, que quizá sólo podemos tener los ya jubilados.
    Con ese interrogante llevo peleando toda mi vida de adulto ¿cómo se legitima algo, una vez que se ha abandonado, toda pretensión de de fundamentar un conocimiento definitivo?
    Tampoco recuerdo exactamente lo que dije y donde. Pero sí, me parece claro que el consenso, el acuerdo, el pacto, no pueden ser nunca ¿por definición? el punto de partida de la carrera política, y son, sí, la meta de la misma.
    La democracia, seguramente, no es un concepto exacto (algunos se han atrevido a adjetivarla de "orgánica" y/o "popular")y desde luego no es hermético y definitivo, se va adaptando al fluir de la historia. Tampoco me parece algo cerrado eso de un "régimen democrático de verdad".
    A mi modesto entender, para que la democracia funcione, por encima o a igual nivel, que la regla de la mayoría, y la del respeto a las minorías, deben situarse las reglas de un proceso deliberativo, en las condiciones más objetivas posibles, y la del consenso final, que a mí me sigue pareciendo factible, como al mejor liberalismo. ¿Soy un idealista antropológico, como me define Ramón Aguiló?
    La Razón sin anclajes, sin un pensamiento crítico de la misma, efectivamente puede convertirse en un monstruo ingobernable.
    Las sociedades más complejas y multiculturales de hoy, son, indudablemente, un gran reto para la democracia, tal cual la venimos entendiendo en Occidente, en el último medio siglo. De ahí mi aseveración de que el sistema democrático, como todo, no puede ser algo cerrado, definido para siempre, y se tiene que ir acoplando, al continuo cambio de la historia, a las "circunstancias" variables, que diría Ortega.
    Te tengo que recomendar un magnífico libro sobre la Política, no muy moderno, pero sí aún muy actual. Se lo presté a mi hija Sarah que hoy está de viaje; y no me acuerdo del título exacto, ni del nombre del autor ¿inicios de alzheimer? Se lo preguntaré a su regreso en unos días y te lo digo.
    Un abrazo muy especial,

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