Leyendo a G.E. Moore

Leyendo a G.E. Moore
Ca'n Pastilla 27 Marzo 2016

lunes, 29 de agosto de 2016

EN LA BATALLA: CORAJE Y DECISIÓN

No sé si es por culpa de los tuits, de la cultura de la inmediatez y la simplicidad, de los análisis en un máximo de 140 caracteres, de la terrible falta de matices, pero tengo la impresión, que la política actual se está infantilizando, o es que hay nuevos políticos inmensamente ingenuos.
Andan por ahí algunos diciendo: Pedro Sánchez tiene que decir que va a hacer, después del NO y NO. ¡Por favor! Fue Carl von Clausewits quien dijo: “la guerra es la continuación de la política por otros medios”. Y podríamos remedar: la política es como la guerra, utilizando exclusivamente medios no cruentos, por supuesto. Aunque Churchill dijo una vez: “La guerra es menos cruenta que la política, en la primera sólo te matan una vez”. Pero lo que quiero decir, es que en la política también intervienen el liderazgo, el coraje, las agallas, la táctica y la estrategia. Pedirle a Pedro Sánchez, que haga públicos sus próximos movimientos, sería como haberle pedido al general Montgomery, que le comunicara a Rommel, por donde iba a atacarle en El Alamein. O a Bobby Fischer que le anunciara a Boris Spaski, cual iba a ser su próximo movimiento en el tablero de ajedrez.
Mariscal Sir Bernard Law Montgomery
Muchos buenos amigos (algunos están con Podemos, otros de mi generación siguen en el PSOE), con la mejor intención, me repiten que esta vez me he equivocado, al apostar por el NO y NO. Bueno, es posible. Soy un escéptico lleno de dudas. Muchas veces he repetido, lo que me hubiera gustado nacer mecido por algún absolutismo, a la derecha o a la izquierda, acunado por la verdad única y absoluta. Pero sin embargo, me he pasado la vida luchando con las dudas y las verdades relativas. Me he equivocado muchas veces a lo largo de mis 74 tacos: profesionalmente, sentimentalmente y políticamente. Y sí me equivoco una vez más, no se me caerán los anillos, por proclamarlo pública y llanamente.
Soy de los que creen que hay que pensar bien las cosas antes de dar un paso; de los que opinan que hay que “leer” bien la realidad, antes de fijar la estrategia. Pero de los que, igualmente, piensan que no se puede estar sin actuar hasta tener el cien por cien de certeza (algo imposible), que hay que ser valientes y decididos, e ir hacia adelante con coraje y decisión, confiando en la postura adoptada, en la decisión tomada. Lord Bruntisfield, oficial de un regimiento de caballería, los Scots Greys, escribió: “El principio básico, y no era poco, era que cuando te encontrabas ante un problema – cuando te disparaban, o dudabas sobre que hacer para solucionar una situación – si actuabas, con suerte podías acertar, pero si no hacías nada, forzosamente te equivocabas”.
Bobby Fischer
Políticamente soy amigo de los pactos, que estimo consustanciales a la política. Muchos de los líderes del PSOE de mi generación, cuya valía política he presenciado en persona, y cuya opinión sigo estimando, mantienen una posición contraria hoy a la mía. Todo ello me produce muchas dudas, es cierto, no lo niego. Pero por otra parte, la gran mayoría de los jóvenes (y no tan jóvenes) militantes, la abrumadora mayoría de nuestros votantes, y yo entre todos ellos, consideraríamos una aberración política, facilitar un nuevo gobierno del PP. Y que nadie me venga con esas cantinelas del “bien común”, de “pensar en los demás” y no en nosotros, del “beneficio del pueblo” y de “los intereses de España”… Lo he repetido ya, todo eso no son más que lugares comunes, significantes vacíos. Los demás, los ciudadanos, el pueblo, el Estado… ¿quiénes son, los de las sicavs, del Ibex 35, los de Panamá… o los trabajadores, los desahuciados, los parados, los inmigrantes, los jóvenes emigrados al extranjero…? Eso es lo terrible de la política, no se puede estar con todos, no siempre se pueden integrar intereses contrapuestos ¡hay que elegir!
Así que, aún con dudas, adelante. Ante la falta de certeza absoluta, prefiero mil veces equivocarme siguiendo mi opinión, que meter la pata hasta arriba, compartiendo la de otros. Y fijada la estrategia: ¡a la batalla, con coraje y decisión!
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 21 de Agosto del 2016.


sábado, 20 de agosto de 2016

EL JUICIO DE LA HISTORIA

Se ha dicho y escrito muchas veces, que no se puede juzgar a toro pasado, sino que hace falta meterse de lleno en la época, en la que se han producido los hechos que pretendemos reconstruir y comprender, en la mentalidad, en los sentimientos, valores, costumbres y convicciones de esa época en cuestión. Ni siquiera el juicio moral, puede prescindir del contexto histórico, de la civilización y del periodo, en el que han tenido lugar los acontecimientos que se valoran: la esclavitud existente en la antigüedad clásica – ha escrito Galli della Loggia – no puede ser acreedora por nuestra parte, del mismo juicio moral que deberíamos emitir, acerca de una esclavitud que se pusiera en práctica hoy en día. Y cuado Popper, a quien admiro, pone en el mismo plano, como enemigos de la “sociedad abierta”, a Platón, Marx y Freud, ignorando los dos milenios que les separan, comete, a mi modesto entender, una incorrección conceptual.
Existen, me parece, dos pecados mortales para cualquier historiador: juzgar anacrónicamente el pasado con categoría actuales, y emitir, acerca de comportamientos del pasado, juicios morales nacidos de la mentalidad de hoy. No sería correcto, por consiguiente, tildar de “injusta” cualquier ley del pasado. Se trataría de una cosa reprobable, sí, pero reprobable hoy, desde nuestras categorías de corrección política, de “bienpensantismo” ideológico.
Benedetto Croce
Parece obvio, como bien advertía Benedetto Croce, que los historiadores no podemos ser moralistas, y que la historia no puede ser un tribunal, como sucede con frecuencia en debates historiográficos, que se convierten más bien en procesos penales, o en instrumentalizaciones de acontecimientos pasados, para uso de la política del presente. Como escribe Claudio Magris, citando al gran historiador de la escuela de Turín, Franco Venturi, la historia no es un tribunal penal ni moral, sino el intento de comprender cómo y por qué vivieron los hombres, para lo cual es menester, meterse de lleno en la época en la que sucedieron los hechos que se estudian, y comprender la mentalidad de ese tiempo.
Pero ¿es posible comprender cómo y por qué vivieron los hombres, sin emitir un juicio moral, aunque sea poniéndolo en relación con la época de la que nos ocupamos? ¿Es verdaderamente imposible, tildar de “injustas” las leyes raciales de Nuremberg, aun habiendo nacido en un clima tan distinto al de hoy? ¿Es posible comprender las espantosas matanzas llevadas a cabo por Stalin, o el mecanismo que condujo a Auschwitz, sin emitir un juicio moral? Porque de no ser así, en caso contrario, la historia, para no ser justiciera, correría el peligro de convertirse en justificadora.
Claudio Magris
Meterse de lleno en la época en la que han tenido lugar los hechos y las fechorías, como deberíamos hacer todos los historiadores que nos preciemos de serlo, significa reconstruir las posibilidades concretas que, en aquella época y en aquel contexto, se les presentaban a los individuos, a las fuerzas políticas, a las iglesias… Sólo de ese modo se pueden entender, cuales eran los espacios concretos que se ofrecían a la libertad humana. Como escribe también Claudio Magris, Himmler y Bonhoeffer fueron contemporáneos, condicionados por su mismo tiempo, pero uno fue un delincuente y un carnicero de hombres, y el otro un mártir que sacrificó su propia vida, para defender a las víctimas de aquel asesino. Decir que Himmler era un cerdo, por supuesto que no basta para entender ni combatir sus crímenes, pero ninguna contextualización histórica, cancela el hecho de que era un cerdo.
Solo las iglesias, las religiones, algunos partidos políticos y las filosofías de los esencialismos, afirman valores absolutos. Para todos ellos, la verdad no está históricamente condicionada, ni es históricamente relativa, sino inmutable; no es hija de su tiempo, sino como dicen: “Mater temporis” (madre del tiempo).
Son reflexiones que se me han ocurrido, leyendo a un supuesto historiador, de cuyo nombre ya no quiero acordarme, que valoraba moralmente y condenaba nuestra Transición política.
Pues eso. Ojito con los “historiadores” de tres al cuarto, y moralistas de sacristía.

Palma. Ca’n Pastilla a 19 de Julio del 2016.


sábado, 13 de agosto de 2016

ZAPATERO A TUS ZAPATOS

Creo que toda mi vida he sido aficionado a leer a los analistas políticos, a los filósofos de la política y, como no, a los políticos y estadistas (no son exactamente lo mismo). Entre los analistas me gustaban Maurice Duverger y Raymond Aron (que seguía por la prensa francesa: Le Monde, Le Nouvel Observateur, L’Express…). De los filósofos me leí un montón: Hobbes, Locke, Montesquieu, Rousseau, Tocqueville, Hegel, John Stuart Mill, Marx… etc. Y de los políticos, pues que os voy a decir, casi todos desde mis veinte años: Lincoln, Bismarck, Kennedy (mi madre me regaló una biografía sobre él, antes de que fuera Presidente) Pierre Mendes France, Harold Wilson… etc. etc. etc.
Hasta hace poco, me parece que cada uno de ellos se limitaba a escribir sobre lo suyo, sobre su campo de estudio. Los analistas exponían la situación del momento, tal como la veían, procurando no dejarse influir demasiado por las ideologías. Los filósofos trataban de las ideas políticas, de las formas de Estado, de los distintos regímenes habidos y por haber... Y los políticos, pues de eso, de la política real, práctica, vista desde su ideología. Pero me da la impresión que desde hace poco se están mezclando los campos: los analistas hacen ideología, los filósofos o profesores bajan a la política, y los políticos mezclan las churras con las merinas. Escribí de todo eso hace algo más de una año en mi Blog:
http://senator42.blogspot.com.es/search/label/Analistas%20Fil%C3%B3sofos%20y%20Pol%C3%ADticos
Pero desde entonce me parece, las cosas han ido a peor. En las redes, en la prensa (escrita o digital) y, especialmente, en esas horrorosas tertulias de la tele, todo el mundo habla de lo que sea, por pocos estudios o ninguna información solvente, que tenga sobre el tema. Alguien puede pensar, está en su derecho, que yo soy el primero en cometer el pecado y, por lo tanto, no puedo tirar la primera piedra; ya que teniendo sólo estudios de economía y de historia, algunas veces me lanzo a escribir sobre filosofía. Es cierto, no he cursado estudios académicos sobre la materia, pero sí he leído desde joven, mucha filosofía.
Montaigne en sus “Ensayos”, ya nos advertía de la conveniencia de llevar a nuestros interlocutores, a hablar de aquello que mejor saben (“Baste al marinero hablar de vientos, al labrador de bueyes, y que el guerrero cuente sus heridas, y que el pastor cuente sus rebaños”. Propercio) ya que las más de las veces, ocurre todo lo contrario. Todo el mundo prefiere discurrir del oficio de otro, a hacerlo del propio, pensando así adquirir una nueva reputación. Y lo prueba, dice Montaigne, el reproche que Arquidamo le lanzó a Periandro, que renunciaba a la gloria de buen médico, para granjearse la de mal poeta. Y ver los amplios despliegues que dedica Cesar, a explicarnos sus invenciones para construir puentes y máquinas; y como, en comparación, se vuelve conciso cuando habla de las tareas de su profesión, de su valentía y de la dirección de su ejército. Sus hazañas le acreditan de sobra como excelente capitán, pero él pretende darse a conocer como excelente ingeniero, cualidad un poco distante. Igualmente Dionisio el Viejo era un grandísimo jefe militar, tal como convenía a su fortuna; pero se esforzaba en presentar como mérito principal la poesía, de la que, sin embargo, apenas sabía nada.
También Erasmo de Róterdam, en sus “Adagios”, escribe: “Hay que esforzarse por llevar siempre al arquitecto, al pintor, al zapatero y a todos los demás a su terreno”. Y el gran Horacio dijo: “El holgazán buey anhela llevar la silla; el caballo anhela arar”.
Y Ortega y Gasset, que reflexionó profundamente sobre todo lo divino y humano, nos decía. “Siempre he sido hostil a Platón, porque sostuvo que los filósofos debían gobernar ¿Qué mal habían hecho a Platón, para desearles semejante destino? Preferible es que los filósofos se ocupen sólo en pensar y que, de cuando en cuando, los gobernantes lean lo que los filósofos han pensado, no para hacerles caso - ¡eso de ninguna manera! – sino tan sólo por la vía gimnástica y como puro ejerció”. Lo habitual es que cuando un filósofo pretende ser político, le pase lo que a Platón. Salio ingenuamente a reformar el Estado de Dionisio, y pocos meses después tuvieron que comprarlo en un mercado de esclavos; rescatar su divina persona, caída en tan extrema desventura.
“Vosotros escritores/ escoged materia a la altura de/vuestras fuerzas…” (Horacio. “Arte poética”).
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 2 de Agosto del 2016.

miércoles, 10 de agosto de 2016

HISTORIA Y GEOGRAFÍA

Leí hace un mes en El País Semanal, una entrevista que hizo Jacinto Antón (uno de mis articulistas favoritos) a la famosa autora de novelas policíacas canadiense, de Québec, Louise Penny. En ella, en un momento dado, la autora le responde: “Me encanta la historia, y me apasiona descubrir las cosas que guarda un territorio: la historia es geografía expandida en el tiempo”.
Pues no, desde mi punto de vista de especialista en Historia, no acabo de estar de acuerdo, con esa descripción de lo qué es la historia. No, la historia no es geografía, aunque algo tiene que ver con ella.
Históricamente, las condiciones geográficas sólo serían una fatalidad, desde el sentido clásico del fata ducunt, non trahunt: la fatalidad dirige, no arrastra. La aridez climatológica de la Península, por ejemplo, no justifica la historia de España.
Como diría Ortega, nuestros actos no son efecto del “medio”, sino que son libre respuesta, reacción autónoma. En rigor, la única causa que actúa en la vida de un hombre, de un pueblo, de una época, es ese hombre, ese pueblo, esa época. O dicho de otra manera: la realidad histórica es autónoma, se causa a sí misma. Sólo basta leer detenidamente nuestra historia, para comprobar como en comparación con la influencia que los españoles hemos tenido sobre nosotros mismos, el influjo del clima ha sido bastante desdeñable.
La tierra influye en el hombre, sí. Pero el hombre es un ser reactivo, cuya reacción puede transformar la tierra en torno. El paisaje no determina casualmente, inexorablemente, los destinos históricos. “La geografía no arrastra la historia, solamente la incita” dice Ortega. La tierra árida que nos rodea a veces, no es una fatalidad sobre nosotros, sino un problema ante nosotros.
Louise Penny
El dato geográfico es muy importante para la historia, como otros muchos. Pero para Ortega, lo era en el sentido opuesto al que Taine le daba. No es aprovechable como causa que explica el carácter de un pueblo, sino, al revés, como síntoma y símbolo de ese carácter. Cada raza lleva en su alma primitiva un ideal de paisaje, que se esfuerza por realizar, dentro del marco geográfico del contorno. Para el filósofo, Castilla, por ejemplo, sería tan terriblemente árida, porque es árido el hombre castellano. Nuestra raza ha aceptado la sequía ambiente, por sentirla afín con la estepa interior de su alma. Como en el individuo el dato que arroja más profundas revelaciones sobre su ser íntimo, es el de cual sea la mujer que elige, pocas cosas declaran más sutilmente la condición de un pueblo, como el paisaje que acepta.
Seguramente ese error de pensar que el paisaje, la geografía, influye de forma determinante en el hombre, en la historia, sea debido a creer que la vida es una operación receptiva, un transitar entre las cosas, un pasivo sufrir y gozar de lo que de fuera nos viene. Y no, la vida no es simple recepción de lo que pasa fuera; antes por el contrario, consiste en pura actuación; vivir es intervenir; por lo tanto, un proceso de dentro afuera, en el que invadimos el contorno con actos, obras, costumbres, maneras, producciones, según el estilo originario que está prescrito en nuestra sensibilidad.
Pues eso, a la geografía lo que es de la geografía, y a la historia lo que es de ella.

Palma. Ca’n Pastilla a 28 de Julio del 2016.

domingo, 7 de agosto de 2016

LA POLÍTICA COMO PROFESIÓN

Decía Claudio Magris, que si supiera como, regalaría a todos aquellos que tienen entre sus ocupaciones y pasiones la política, esa obra de arte, ese opúsculo de Max Weber, que es “La política como profesión”.
Por “profesión” – en alemán “Beruf” – evoca también Weber (con “pathos” religioso protestante) la vocación, o la “llamada”, a la que se refiere también Michael Ignatieff, en su maravillosa obra “Fuego y cenizas”. En las pocas páginas de su genial ensayo, Weber traza la frontera entre la esfera de lo que es racionalmente demostrable, y la de los valores, las fes y los afectos, que constituyen una certeza vivida en el ánimo y, a veces, un ideal supremo, pero de los que no podemos pretender, dar una demostración lógica, aunque no por ello sean menos importantes. Y esa claridad, es la esencia de la laicidad.
En su libro, Weber distingue dos formas fundamentales de la acción política, inspiradas respectivamente el la “ética de la convicción” y la “ética de la responsabilidad" (ya he escrito diversas veces sobre esto). Quien sigue la primera intenta actuar obedeciendo puntillosamente, únicamente a sus propios principios, sin dejarse turbar por las consecuencias de su comportamiento. Quien se inspira en la segunda, piensa en cambio, no sólo en la pureza de sus principios, sino también y sobre todo, en las consecuencias de sus actos. No se preocupa tanto de salvar lo inmaculado de su propia alma, como de salvar al mundo y a los demás.
Ambos comportamientos, también analizados agudamente por Giovanni Sartori (Licenciado en Ciencias Sociales en la Universidad de Florencia) tienen sus méritos y sus peligros. La “ética de la convicción”, elevado testimonio y fermento de la conciencia, como apunta Magris, puede degenerar en fanatismo abstracto; la de la “responsabilidad” en la indolencia, y en las más generalizadas y abyectas componendas, en la vileza de quien dice “tengo familia” y se echa para atrás.
Como Magris, también yo pienso que hoy en día, asistimos a un eclipse de la “ética de la responsabilidad”. Quizá podríamos decir, generalizando, que la derecha es con frecuencia cínicamente responsable, y la izquierda bobaliconamente irresponsable. A la primera le importan un pimiento los principios, y persigue con coherencia sus objetivos e intereses, en las formas y modos que le parecen más adecuados, para alcanzar sus fines. La izquierda por su parte, está llena de gente deseosa, sobre todo, de dar siempre su opinión, de airear sus propios sentimientos, sus rabias, sus desilusiones, y de exhibir la nobleza y la sensibilidad de su alma bella, sin preocuparse de si los modos y las formas, en que todo ello se lleva a cabo, ayudan objetivamente o bien perjudican, a la afirmación y la defensa de los valores en que se cree y por los que se combate. Y por los cuales, si de veras se cree en ellos, y no solamente en el propio estado de ánimo, haría falta estar dispuesto a sacrificar algo, incluidas – si fuera necesario – las efusiones del propio estado de ánimo. Hay que llevar mucho cuidado con el viejo dicho de “pereat mundus et fiat justitia” (“perezca el mundo y hágase justicia”). Porque el sentido de la “responsabilidad”, si bien liberado de todo fanatismo, sigue siendo la premisa de toda auténtica acción humana y política; si desaparece no queda nada.
Giovanni Sartori
Si el tiro al blanco sobre los propios líderes, se convierte en la izquierda – como parece hoy – en un difundido deporte alegremente autodestructivo, la partida está perdida; y una fuerza política se transforma en una caseta de feria, en la que se tiran media docena de bolas por unos euros. Y en este clima sentimentaloide, quien trabaja en un partido, incluso quien lo dirige, inspirándose en la “responsabilidad”, aparecerá a menudo, como una persona gris y prosaica.
Responsabilidad” significa pagar el precio y la renuncia, que toda acción exige (Es el concepto que, resumido, figuraría igualmente en la divisa de la familia Finch-Hatton – el amante de Isak Dinessen, Baronesa Von Blixen, en “Memorias de África” - “Je responderay”), no pretender a la vez, como se dice, estar en misa y repicando. Y la vida política se hace en muchos lugares, igualmente legítimos siempre y cuando se respeten las leyes y las reglas fundamentales de la democracia: en el parlamento, en las plazas, en las sedes de los partidos, en las asociaciones, en el ejemplo dado en el puesto de trabajo, y hoy también en las redes sociales y en los múltiples blogs. En todos estos casos y lugares, lo que cuenta, o debería contar, escribe Magris, es volver a casa, por la noche, contentos no sólo de haber cantado y gritado, las canciones y eslóganes que conmueven a nuestros corazones, o de haber tronado contra el adversario, sino sobre todo, si ello fuera posible, de haber convencido al menos a un elector de la otra parte, a cambia la próxima vez su voto.
Pues eso, al tajo.

Palma. Ca’n Pastilla a 5 de Agosto del 2016.

miércoles, 3 de agosto de 2016

EL LÍDER Y EL RIESGO

He escrito con frecuencia, que los pactos son consustanciales a la política. Y sí, pienso que en política es necesario acordar con los demás, encontrar espacios comunes. “El espacio es el medio de la coexistencia: si a un mismo tiempo existen varias cosas, débese al espacio… De aquí que un cuadro es tanto más perfecto, cuantas más referencias haga cada centímetro cuadrado del lienzo al resto de él. Es la condición de la coexistencia, la cual no se reduce a un mero yacer una cosas junto a la otra” (Notas de Vulpius a Ortega). Me parece que todo eso sigue siendo cierto. Pero entonces, se preguntarán algunos ¿por qué estoy de acuerdo con el No y No del PSOE, de Pedro Sánchez? ¿por qué discrepo con muchos de los “ex” de mi generación, que preconizan el pacto?
Pues seguramente por varias y complejas razones, como nos ocurre con frecuencia, a los que no creemos en los esencialismos. Porque siempre me mosqueo cuando se reclama “el bien común”, “el beneficio del pueblo” o “los intereses de la nación”. Porque siempre detrás de esto, al amparo de estos significantes vacíos, se esconde el beneficio de los que más tienen, enfrentado al de los más desamparados. Porque pactos sí. Pero ¿para qué? Y no a cualquier precio. Porque el PSOE debe pensar prioritariamente, en el bien de aquel sector de la sociedad que le ha votado. Y mal le ha ido cuando lo ha olvidado. Y porque, aunque muchos ciudadanos estén dispuestos a anteponer sus intereses y su “tranquilidad”, por encima de la decencia de a quien votan, alguien se tiene que plantar y decir NO, con estos no vamos ni hasta la esquina. A los indecentes ni agua.
Que una postura de intransigencia nos puede costar muchos votos, si hubiera terceras elecciones, pues mala tarde. La política debe hacerse, así siempre lo he creído, a medio y largo plazo. Y sin que eso signifique, sentarse tranquilamente a esperar el día de la revolución, la mañana de la toma del palacio de invierno. La política no es sólo pacto y consenso, aunque también eso. Con frecuencia es valor, coraje, gallardía, a riesgo de quedarse uno sólo.
Y de esos valores, acosado por todas partes, desde dentro y desde fuera, me parece que Pedro Sánchez, está dando testimonio estos días. En contra de los que decían que era un mero producto de marketing, de los que piensan que sólo defiende sus intereses personales, a mí me parece que, al contrario, está arriesgando valientemente su futuro político, y dando muestras de la seguridad, del valor y del coraje, que deben acompañar siempre a un auténtico líder.
Como decía Edmund Burke: “Muchas veces un hombre lo ha perdido todo, porque no lo ha arriesgado todo para defenderlo”. Y Montaigne nos recordaba en sus Ensayos: “Quienes predican a los príncipes una atentísima desconfianza, con el pretexto de predicarles su seguridad, les predican ruina y vergüenza. Nada noble se hace sin riesgo”. El temor y la desconfianza atraen el ataque y lo incitan.
Recordemos que a sus legiones amotinadas y armadas contra él, Cesar les opuso solamente la autoridad de su semblante y el orgullo de sus palabras; y confiaba tanto en sí mismo y en su fortuna, que no temía poner ésta en manos de un ejército sedicioso y rebelde. Como escribió Marco Anneo Lucano, el poeta romano-cordobés sobre ello: “Se plantó sobre una elevación de hierba amontonada y, con el semblante intrépido, mereció ser temido por no temer nada”.
Séneca, en “Cartas a Lucilio”, nos recordaba, que los mejore líderes no se limitan a hablar, a decir bonitas palabras, y pronunciar ingeniosos discursos, actúan. “Non est loquendum, sed gubernandum” (“No se trata de hablar, sino de llevar el timón”). Y Montaigne cita un viejo proverbio gascón: “Soplar mucho, soplar, pero tenemos que mover los dedos”. Y también una sentencia de Justo Lipsio en “Políticas”: “Aborrezco a los hombres débiles en la acción, filósofos en las palabras”.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 3 de Agosto del 2016.