Leyendo a G.E. Moore

Leyendo a G.E. Moore
Ca'n Pastilla 27 Marzo 2016

miércoles, 10 de agosto de 2016

HISTORIA Y GEOGRAFÍA

Leí hace un mes en El País Semanal, una entrevista que hizo Jacinto Antón (uno de mis articulistas favoritos) a la famosa autora de novelas policíacas canadiense, de Québec, Louise Penny. En ella, en un momento dado, la autora le responde: “Me encanta la historia, y me apasiona descubrir las cosas que guarda un territorio: la historia es geografía expandida en el tiempo”.
Pues no, desde mi punto de vista de especialista en Historia, no acabo de estar de acuerdo, con esa descripción de lo qué es la historia. No, la historia no es geografía, aunque algo tiene que ver con ella.
Históricamente, las condiciones geográficas sólo serían una fatalidad, desde el sentido clásico del fata ducunt, non trahunt: la fatalidad dirige, no arrastra. La aridez climatológica de la Península, por ejemplo, no justifica la historia de España.
Como diría Ortega, nuestros actos no son efecto del “medio”, sino que son libre respuesta, reacción autónoma. En rigor, la única causa que actúa en la vida de un hombre, de un pueblo, de una época, es ese hombre, ese pueblo, esa época. O dicho de otra manera: la realidad histórica es autónoma, se causa a sí misma. Sólo basta leer detenidamente nuestra historia, para comprobar como en comparación con la influencia que los españoles hemos tenido sobre nosotros mismos, el influjo del clima ha sido bastante desdeñable.
La tierra influye en el hombre, sí. Pero el hombre es un ser reactivo, cuya reacción puede transformar la tierra en torno. El paisaje no determina casualmente, inexorablemente, los destinos históricos. “La geografía no arrastra la historia, solamente la incita” dice Ortega. La tierra árida que nos rodea a veces, no es una fatalidad sobre nosotros, sino un problema ante nosotros.
Louise Penny
El dato geográfico es muy importante para la historia, como otros muchos. Pero para Ortega, lo era en el sentido opuesto al que Taine le daba. No es aprovechable como causa que explica el carácter de un pueblo, sino, al revés, como síntoma y símbolo de ese carácter. Cada raza lleva en su alma primitiva un ideal de paisaje, que se esfuerza por realizar, dentro del marco geográfico del contorno. Para el filósofo, Castilla, por ejemplo, sería tan terriblemente árida, porque es árido el hombre castellano. Nuestra raza ha aceptado la sequía ambiente, por sentirla afín con la estepa interior de su alma. Como en el individuo el dato que arroja más profundas revelaciones sobre su ser íntimo, es el de cual sea la mujer que elige, pocas cosas declaran más sutilmente la condición de un pueblo, como el paisaje que acepta.
Seguramente ese error de pensar que el paisaje, la geografía, influye de forma determinante en el hombre, en la historia, sea debido a creer que la vida es una operación receptiva, un transitar entre las cosas, un pasivo sufrir y gozar de lo que de fuera nos viene. Y no, la vida no es simple recepción de lo que pasa fuera; antes por el contrario, consiste en pura actuación; vivir es intervenir; por lo tanto, un proceso de dentro afuera, en el que invadimos el contorno con actos, obras, costumbres, maneras, producciones, según el estilo originario que está prescrito en nuestra sensibilidad.
Pues eso, a la geografía lo que es de la geografía, y a la historia lo que es de ella.

Palma. Ca’n Pastilla a 28 de Julio del 2016.

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