He escrito con frecuencia, que los pactos son consustanciales a la política. Y sí, pienso que en política es necesario acordar con los demás, encontrar espacios comunes. “El espacio es el medio de la coexistencia: si a un mismo tiempo existen varias cosas, débese al espacio… De aquí que un cuadro es tanto más perfecto, cuantas más referencias haga cada centímetro cuadrado del lienzo al resto de él. Es la condición de la coexistencia, la cual no se reduce a un mero yacer una cosas junto a la otra” (Notas de Vulpius a Ortega). Me parece que todo eso sigue siendo cierto. Pero entonces, se preguntarán algunos ¿por qué estoy de acuerdo con el No y No del PSOE, de Pedro Sánchez? ¿por qué discrepo con muchos de los “ex” de mi generación, que preconizan el pacto?
Pues seguramente por varias y complejas razones, como nos ocurre con frecuencia, a los que no creemos en los esencialismos. Porque siempre me mosqueo cuando se reclama “el bien común”, “el beneficio del pueblo” o “los intereses de la nación”. Porque siempre detrás de esto, al amparo de estos significantes vacíos, se esconde el beneficio de los que más tienen, enfrentado al de los más desamparados. Porque pactos sí. Pero ¿para qué? Y no a cualquier precio. Porque el PSOE debe pensar prioritariamente, en el bien de aquel sector de la sociedad que le ha votado. Y mal le ha ido cuando lo ha olvidado. Y porque, aunque muchos ciudadanos estén dispuestos a anteponer sus intereses y su “tranquilidad”, por encima de la decencia de a quien votan, alguien se tiene que plantar y decir NO, con estos no vamos ni hasta la esquina. A los indecentes ni agua.
Que una postura de intransigencia nos puede costar muchos votos, si hubiera terceras elecciones, pues mala tarde. La política debe hacerse, así siempre lo he creído, a medio y largo plazo. Y sin que eso signifique, sentarse tranquilamente a esperar el día de la revolución, la mañana de la toma del palacio de invierno. La política no es sólo pacto y consenso, aunque también eso. Con frecuencia es valor, coraje, gallardía, a riesgo de quedarse uno sólo.
Y de esos valores, acosado por todas partes, desde dentro y desde fuera, me parece que Pedro Sánchez, está dando testimonio estos días. En contra de los que decían que era un mero producto de marketing, de los que piensan que sólo defiende sus intereses personales, a mí me parece que, al contrario, está arriesgando valientemente su futuro político, y dando muestras de la seguridad, del valor y del coraje, que deben acompañar siempre a un auténtico líder.
Como decía Edmund Burke: “Muchas veces un hombre lo ha perdido todo, porque no lo ha arriesgado todo para defenderlo”. Y Montaigne nos recordaba en sus Ensayos: “Quienes predican a los príncipes una atentísima desconfianza, con el pretexto de predicarles su seguridad, les predican ruina y vergüenza. Nada noble se hace sin riesgo”. El temor y la desconfianza atraen el ataque y lo incitan.
Recordemos que a sus legiones amotinadas y armadas contra él, Cesar les opuso solamente la autoridad de su semblante y el orgullo de sus palabras; y confiaba tanto en sí mismo y en su fortuna, que no temía poner ésta en manos de un ejército sedicioso y rebelde. Como escribió Marco Anneo Lucano, el poeta romano-cordobés sobre ello: “Se plantó sobre una elevación de hierba amontonada y, con el semblante intrépido, mereció ser temido por no temer nada”.
Séneca, en “Cartas a Lucilio”, nos recordaba, que los mejore líderes no se limitan a hablar, a decir bonitas palabras, y pronunciar ingeniosos discursos, actúan. “Non est loquendum, sed gubernandum” (“No se trata de hablar, sino de llevar el timón”). Y Montaigne cita un viejo proverbio gascón: “Soplar mucho, soplar, pero tenemos que mover los dedos”. Y también una sentencia de Justo Lipsio en “Políticas”: “Aborrezco a los hombres débiles en la acción, filósofos en las palabras”.
Pues eso.
Palma. Ca’n Pastilla a 3 de Agosto del 2016.
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