Leyendo a G.E. Moore

Leyendo a G.E. Moore
Ca'n Pastilla 27 Marzo 2016

jueves, 24 de enero de 2019

SOY ANTI-MONISTA

En su maravilloso libro “El rostro cambiante de Clío”, en el que recoge la casi totalidad de su obra dispersa (ensayos, artículos, colaboraciones…) Sir Raymond Carr, el gran historiador, nos dice – en su reseña de “Existencialistas y Místicos”) que Dame (Dama Comandante de la Orden del Imperio) Iris Murdoch era una santa laica, una novelista de talento que era también filósofa. Que durante 15 años fue profesora de filosofía en Oxford, pero que han sido sus 26 novelas, las que la han convertido en una escritora de fama internacional. Y que cree recordar que en la Unión Soviética era una lectura obligada; y que tiene una hueste de admiradores en Tokyo.
Por su parte George Steiner, se pregunta cual es la característica peculiar de Iris Murdoch como novelista; él la encuentra en su capacidad para dramatizar, para hacer figurativo, el acto de pensar. Es ésta una capacidad que comparten otros novelistas filósofos: Elias Canetti – su amante, al que ella dedicó una de sus primeras novelas – Sartre, Simone de Beauvoir, Camus y también Proust, como discípulo de Bergson.
¿Qué relación hay entre Murdoch la novelista y Murdoch la filósofa? Para Murdoch la filosofía es una disciplina “dura”; lo que caracteriza al filósofo es la capacidad implacable para no soltar un problema. Su finalidad es la claridad; el novelista explora la ambigüedad. Un rasgo llamativo de la filosofía – opina Carr un historiador - es que, a diferencia de la ciencia, no parece avanzar. Los filósofos siguen empeñados en los mismos problemas, que les preocupaban en Atenas hace 2000 años. Pero un escritor tiene que escribir sobre lo que él o ella sabe, y ella (Iris) sabe de filosofía:
“Si supiera sobre barcos de vela los pondría en mis novelas y, en cierto modo, preferiría saber de barcos que de filosofía”.
 Iris Murdoch y John Bayley
El bien – escribe Iris Murdoch en una de esas frases directamente filosóficas de sus novelas – es el objeto inimaginable de deseos. No puede ser una simple cuestión de elección. Si el bien es inimaginable ¿cómo podemos aprehenderlo, por así decirlo, con objeto de que se convierta en acicate para un mejor comportamiento? Para Murdoch somos seres ensimismados y egoístas por naturaleza. No poseemos, dice ella, ninguna finalidad garantizada externamente, ningún Dios, dado que Kant, a su juicio, abolió Dios y en su lugar hizo Dios al hombre, convirtiéndole así en una de los padres intelectuales del existencialismo.
“La tarea es ardua – explica Murdoch – el fin lejano y acaso no alcanzable nunca. Aprendiendo ruso, mi trabajo es una progresiva revelación de otra cosa, algo que existe independientemente de mí. Mi atención es recompensada con cierto conocimiento de la realidad, algo que mi consciencia no puede dominar, asimilar, negar o hacer irreal”. Es éste el difícil lenguaje del místico, del neo-platónico. Mediante la atención y el amor – dos conceptos esenciales – nos despojamos de nuestro egoísmo, habitamos el mundo real. La realidad es una forma platónica y perdurable que yace tras lo particular, la apariencia pasajera. La imagen platónica del hombre que, después de contemplar las figuras oscilantes, que proyecta el fuego dentro de la caverna, sale a la brillante luz del sol del exterior, domina su pensamiento: “Platón utiliza constantemente la imagen del todo armonioso, que determina el debido orden de las partes”.
Platón es monista, un hombre de una idea grande, de la verdad única. “Mi temperamento – escribe Murdoch – me inclina también al monismo”.
Yo al contrario, al igual que Raymond Carr, soy por temperamento anti-monista. Como sostenía Karl Popper en “La sociedad abierta y sus enemigos” (1945) el fin último y omnicomprensivo tiene que proporcionarnos la utopía, una guía para la sociedad, y dicha guía es lo que suministra la República de Platón, una sociedad autoritaria donde los pobres mortales, son gobernados por reyes filósofos, que tienen un privilegiado acceso al fin único y último. “Yo soy un popperiano que cree en la ingeniería social gradual” nos dice Carr. “El ingeniero gradual – decía Popper – adoptará el método de buscar y luchar por lo más importante y urgente de la sociedad, en lugar de buscar y luchar por su supremo bien último”. En este sentido, Platón sería el archienemigo de la Sociedad Abierta.
Lo trágico dijo Hegel – y creo que algunas veces ya lo he repetido- no es el conflicto entre el bien y el mal, sino entre el bien y el bien. E Isaiah Berlin, nos advertía que la vida consiste en hacer intercambios – un poco de justicia a cambio de un poco de igualdad – entre bienes incompatibles e irreconciliables, no en buscar un único Bien omnicomprensivo.
Nos recuerda Raymond Carr, que conoció a Iris Murdoch cuando él era compañero de viaje comunista, y pegaba sobres para la campaña del Frente Popular, en las elecciones locales de Oxford de 1938. Y que uno de sus últimos encuentros con ella, fue en una cena con Margaret Thatcher, a la sazón Primera Ministra. Que en todo momento sintió un gran afecto por ella (por Iris) teñido de admiración, pero que no pudo nunca comulgar con su filosofía. “No soy monista, ni neoplatónico, ni, menos aún, místico” escribe Carr. La mirada de “Dame” Iris Murdoch – continua Carr – está fija en objetos lejanos, que yo no tengo posibilidad de discernir. “El hombre es una criatura que pinta cuadros de sí mismo, y después se las arregla para parecerse al retrato”.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 14 de Octubre del 2018.


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