Leyendo a G.E. Moore

Leyendo a G.E. Moore
Ca'n Pastilla 27 Marzo 2016

jueves, 21 de febrero de 2019

PERO NO HUBO UN TROTSKY

Después de leerme de una tacada “El naufragio” de Lola García, he vuelto a repasar rápidamente dos libros: “Diez días que sacudieron el mundo” y “¿Cuándo amanecerá Tovarich?”, y un magnífico artículo que tengo guardado de Lluis Bassets.
No soy jurista, pero con toda la información de que ya dispongo, me atrevo a declarar que, a mi juicio, no hubo insurrección en Cataluña. Ni insurrección ni golpe de Estado posmoderno. Nada que se asemeje a las condiciones que establecía para ello Curzio Malaparte, en su conocida “Técnica del golpe de Estado”.
Puede que Artur Mas, en sus últimos meses como President de la Generalitat, creara las condiciones previas para una insurrección, como Kerensky en la Rusia imperial. Sin un Mas, probablemente no hubiera habido un Puigdemont, que encaró el desenlace del Procés y la proclamación de la república. Pero faltó la voluntad y la técnica insurreccional, que no es cuestión únicamente de grandes manifestaciones, ni de huelgas generales, sino de la acción decidida de un pequeño grupo entrenado y preparado.
Según nos enseña la historia, el triunfo de la revolución rusa dependió de los dos o tres días de combate, de una tropa de choque preparada por Trotsky, para controlar primero las infraestructuras y las comunicaciones de Petersburgo, y después derrocar al gobierno. Quienes se encargaron de esta tarea fueron un millar de obreros, soldados y marineros, a las órdenes de Antonoff-Ovsienko, que posteriormente sería cónsul soviético en Barcelona durante la guerra incivil, y acabaría fusilado por Stalin al regresar a la URSS, al terminar su misión diplomática ante la Generalitat.
Dicha tropa de choque estuvo entrenándose diez días sin armas, en lo que Malaparte llama “maniobras invisibles”, especialmente dedicadas a preparar el control de las estaciones de ferrocarril. Nada parece que hubiera sucedido, las cosas no se hubieran decantado a favor de los revolucionarios, como nada definitivo ha sucedido en Cataluña, de no mediar la fulminante acción insurreccional de los hombres de Trotsky.
No hay insurrección ni golpe de Estado sin el control del territorio, de las infraestructuras y de los edificios donde se ubican las instituciones (en Barcelona, ni siquiera se arrió la bandera de España en el Palau de la Generalitat). Y esto no es posible sin la acción preparada y decidida de una pequeña fuerza de choque, una vanguardia, dispuesta a enfrentarse y a vencer a las fuerzas de orden público y al ejército, a las órdenes del gobierno establecido al que hay que derrocar.
Parece que los independentistas esperaban que la violencia la pusiera el Estado, y las victimas y la sangre parte de los ciudadanos catalanes. Y me cuesta escribir algo así, pues me parece inhumano y cínico, que alguien pueda incluso sólo pensar, en una estrategia tal. Pero hay muchos indicios de que así se esperaba ganar la partida, especialmente ante la opinión pública internacional, que se quedaría pasmada ante la brillante estrategia pacífica, de los “revolucionarios” catalanes.
Todo muy ingenuo. No había un Trotsky y había que fiarlo todo a la reacción del Estado. Las “vanguardias revolucionarias” se fueron de fin de semana, y algunos después al extranjero. Se esfumaron muchos de los dirigentes, tan valientes ellos a la hora de hablar y hacer discursos. Y no, no fue una revolución fracasada, sino el ensueño de una revolución que nunca tuvo lugar, fuera de la verborrea de muchos medios de comunicación, y de las redes sociales. Nos costaría mucho creer, si no lo hubiéramos vivido, que nuestra revolución de octubre, de la que debía nacer la república catalana independiente, se disolvió en la inanidad de una simple proclamación, que todavía no se sabe con certeza que significaba.
Hubo deseos de insurrección, eso parece claro, pero nada hubo que se asemejara, a lo que es propiamente una insurrección. Hubo voluntad de golpe de Estado, seguramente, pero sin fuerza ni voluntad para culminarlo.
Al final no hubo violencia, o como mucho en dosis muy controladas, incluido el 1-O. En ningún momento pareció que se pudiera hurtar el control del territorio y de las infraestructuras al Estado. En todos los movimientos exaltados hay muchas cabezas calientes, y nunca se puede descartar que alguna sí, tenga la pretensión de culminar la marcha hacia ninguna parte. Pero leyendo los libros, análisis e informes de esos meses, más parece que las cabezas de todos los dirigentes, por lo que estuvieron preocupadas de verdad, fue por su patrimonio y su futuro personal.
Hay muchas cosas más que deberían haber sabido los dirigentes independentistas, respecto a los “momentos” insurreccionales. Primera, como el marxismo-leninismo nos enseña, y la experiencia de todas las revoluciones ha confirmado, para que estalle y triunfe la revolución, deben existir los factores objetivos y subjetivos requeridos. Segunda, el Estado contra el que te rebelas, debe de estar muy desprestigiado y en descomposición. Tercera, las fuerzas armadas no deben ya estar monolíticamente, a las órdenes de las autoridades establecidas. Y como resumen, ser conscientes de que a día de hoy, las revoluciones no derrocan las instituciones, sino que es la degradación de las instituciones, la que lleva a la revolución.
Como sucede con tanta frecuencia, las ilusiones nublaron la racionalidad. No se valoró la capacidad de resistencia y actuación del Estado. Se sobrestimó en sumo grado, la potencial protesta y apoyo de Europa. “La revolución de las sonrisas”, como a veces han denominado los independentistas al “procés”, no era suficiente para desafiar al poder estatal.
La dicotomía entre una pulsión revolucionaria y otra aburguesada, que se ha venido produciendo en todo este proceso, viene de lejos, y los catalanes no aprenden. Como escribía Agustí Calvet” “Gaziel”, en el artículo titulado “Un buen consejo”, publicado en La Vanguardia el ¡16 de junio de 1934!, y recogido en el libro “Tot s’ha perdut”:
“El catalanismo de antaño había abusado de la táctica del ‘tot o res, si no ens ho donen, ens ho prendrem’, y otras bravatas parecidas, tal como la de un posible alzamiento de Cataluña… Entonces el catalanismo no lo sentían más que clases medias y conservadoras… ¿Cómo iban ellas a jugarse el todo por el todo, y hacerse romper la crisma?”.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 19 de Febrero del 2019


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