Algo ya sabemos del medio ambiente, de la nueva revolución tecnológica, de las emigraciones masivas, de las sociedades multiculturales… pero los filósofos ya nos están advirtiendo de otros importantes problemas, como el desafío que representará convivir con la llamada inteligencia artificial, con ese mundo de sistemas inteligentes que, en cierta forma, ya es el nuestro.
Adela Cortina nos ha explicado que en ese nuevo universo, China y EE.UU. parecen moverse como pez en el agua, pero Europa no. Esto claramente será nefasto, para el progreso económico de la Unión Europea. Pero también – al tanto socialdemócratas – para la influencia que pueda tener en el futuro, nuestro modelo de Estado del bienestar, tan distinto al crudo neoliberalismo estadounidense, y a esa especie de comunismo-capitalista chino, en los que no se tienen en cuenta los derechos humanos. España y Europa deben apostar decididamente ya, sin reservas, por los sistemas inteligentes, pero ojo, desde la óptica ética que nos es propia.
Disponemos ya de interesante documentos, que han elaborado serios institutos de pensamiento, en los que se apuntan posibles marcos éticos, de una inteligencia artificial confiable en productos y servicios, convencidos de que la confianza, ha de ser la piedra angular de las sociedades, capaz de crear cohesión social. Para lograrlo habrá que unir el progreso tecnocientífico con el progreso ético. La ética será muy probablemente, la ventaja competitiva. Pero ¿qué significa “ética de la inteligencia artificial”? ¿Es la que deben practicar desde sus valores los sistemas inteligentes, es decir, las máquinas, los algoritmos, los robots, o es la ética que los seres humanos deberíamos adoptar, para servirnos de los sistemas inteligentes? Para responder a esta pregunta, varios filósofos nos dicen que es necesario distinguir entre tres tipos de inteligencia artificial, a los que corresponderían, tres tipos de cuestiones éticas diferentes.
Una de ellas sería la inteligencia superior o superinteligencia que, si existiera, superaría a la humana, de modo que las máquinas podrían sustituir al hombre. Es la modalidad que buscan transhumanistas y, sobre todo, poshumanistas, con la idea de la “singularidad”, por la que apuestan autores como Raymond Kurzweil (inventor estadounidense, además de músico, empresario, escritor y científico especializado). Se trataría de una especie nueva, y los seres humanos serían un elemento más en la cadena de la evolución, que culminaría en esos seres singulares. No guardarían relación con el superhombre nietzscheano, para quien el cuerpo es esencial. Obviamente existen profundas discrepancias, sobre si estos pronósticos van a cumplirse. Pero su sola hipótesis, ya abre un mundo de cuestiones éticas.
Los transhumanistas opinan que es un deber moral, intentar transcender la imperfecta especie humana, para crear esos seres perfectos. Pero ¿cuál sería la ética de esas máquinas? Nick Bostrom (filósofo sueco de la Universidad de Oxford) uno de los adalides del poshumanismo, aconseja integrar valores en ellas. Pero si esto fuera posible – escribe Cortina – y las máquinas aprendieran por su cuenta, poco podríamos hacer por conseguir que mantuvieran como valores, el respeto, la solidaridad o la justicia. Serían los propios sistemas superinteligentes, los que irían proponiendo sus valores. Y además, en un mundo en que es una realidad sangrante, el sufrimiento causado por las guerras, la pobreza, la aporofobia y la injusticia ¿es un deber moral invertir cantidades ingentes de recursos, en construir presuntos seres pluscuamperfectos?
Un segundo tipo de inteligencia es la general, aquella que puede resolver problemas generales. Es la típicamente humana, y justamente el objetivo de la inteligencia artificial, que, como disciplina científica, persigue conseguir que una máquina, tenga una inteligencia de tipo similar a la humana. No es nada fácil lograrlo, porque las máquinas carecen de un cuerpo biológico. Y son las vivencias personales, las que justamente nos permiten comprender e interpretar desde los contextos concretos, contando con valores, emociones y sentimientos y con sentido común.
Ahora bien, en el caso de que fuera posible, construir sistemas con una inteligencia general, se nos platearían todo tipo de cuestiones éticas, muy diferentes de las anteriores. Si se tratara de seres autónomos, tendríamos que aceptar que son personas y que, en consecuencia, sería preciso reconocerles dignidad, y exigirles responsabilidad. Tendrían derechos y deberes. Deberíamos tratarles con respeto, y serían ciudadanos del mundo político, elegibles como representantes en sociedades democráticas.
Nick Bostrom |
Pero en todos esos casos citados, es la persona humana la que se sirve de los sistemas inteligentes, para tratar gran cantidad de datos, incluso para aprender de sus “experiencias”. Es en este tipo de inteligencia artificial, en el que actualmente nos encontramos. No se trata, pues, de una ética de los sistemas inteligentes, sino de cómo orientar de forma ética, el uso humano de estos sistemas, para resolver problemas. En este quehacer, en este menester, la UE tendría que ser pionera, uniendo al progreso tecnocientífico, un liderazgo ético, para que sea posible pasar de las excelentes declaraciones, a las efectivas realizaciones.
Pues eso.
Palma, Ca’n Pastilla a 18 de Junio del 2019.