Leyendo a G.E. Moore

Leyendo a G.E. Moore
Ca'n Pastilla 27 Marzo 2016

jueves, 20 de junio de 2019

CASI 90 AÑOS DE ÉTICA COMUNICATIVA

Nos recordaba ayer Adela Cortina, que mañana martes (día 18) su gran mentor Jürgen Habermas (con el que trabajó en la Universidad de Francfort) cumple ya 90 años. Las celebraciones por su cumpleaños se están produciendo por todas partes. Y no es para menos, pues se trata de uno de los filósofos esenciales del siglo pasado y del presente. Y, a la vez, de un intelectual altamente comprometido, con la tarea de fomentar el uso de la razón en el espacio público.
Recordemos en esa efemérides, que Habermas ha forjado propuestas de gran calado: la “teoría de la acción comunicativa”, que descubre la entraña dialógica de los seres humanos, y extrae de ella consecuencias para diseñar una esfera pública polifónica; una teoría crítica de la sociedad; una ética comunicativa; y una reflexión sobre el Estado democrático de derecho, inevitablemente posnacional.
En estos días en que vuelve a la palestra, el debate sobre la necesidad de la filosofía, para humanizar la vida, pensadores como Habermas nos muestran de forma palmaria, que el quehacer filosófico es menester y fecundo, para dotarnos de marcos desde los cuales comprender el mundo, interpretarlo y transformarlo a mejor.
Según ha contado el propio Habermas, alguna que otra vez, dos han sido las raíces vitales de su marco filosófico: una operación en el paladar sufrida de niño, y que le dejó alguna dificultad a la hora de expresarse y, ya al inicio de su vida académica, la decepción que le causó la filosofía alemana, marcada entonces por la huella de Heidegger. Según su relato, la intervención quirúrgica le condenó a un cierto aislamiento, que le llevó a experimentar la necesidad imperiosa de la comunicación. Pues las personas no somos individuos aislados, sino en vínculo con otras, en una relación básica de reconocimiento recíproco.
Esta es la clave de la teoría de la acción comunicativa, que permitió a Habermas aportar a la teoría crítica de la Escuela de Fráncfort, el camino que buscaban Horkheimer y Adorno desde los años sesenta, para poner fin al imperio de la razón instrumental. Esa racionalidad comunicativa, que insta a construir la vida desde el diálogo y el entendimiento mutuo, de quienes se reconocen como interlocutores válidos.
Jürgen Habermas
Pero igualmente la experiencia del rechazo en la infancia, apunta a una ética vigorosa, tejida de sentimiento y razón. En la vivencia del rechazo, afloran la conciencia de vulnerabilidad y de injusticia, dos emociones que abren el mundo moral, porque la humillación es inaceptable cuando yo la sufro, y cuando tengo razones para defender, que nadie debería padecerla. Por eso las virtudes de la ética comunicativa, son la justicia y la solidaridad.
En estos tiempos en que el emotivismo domina el espacio público desde los bulos, la posverdad, los populismos esquemáticos, las propuestas demagógicas, las apelaciones a emociones corrosivas… urge recordar que las exigencias de justicia son morales, cuando entrañan razones que se pueden explicitar, y sobre las que cabe deliberar abiertamente. Y sobre todo, que el criterio para discernir cuando una exigencia es justa, no es la intensidad del griterío en la calle o las redes, sino que consiste en comprobar, que es lo que satisface intereses universalizables.
Volviendo al inicio, la segunda de las raíces biográficas de Habermas, es la traumática experiencia de los Juicios de Núremberg y, muy especialmente, el momento en el que su amigo y maestro Karl-Otto Apel, puso en sus manos en 1953, un ejemplar de la “Introducción a la metafísica” de Heidegger, que era el maestro a distancia. Heidegger justificaba el nazismo, como un “destino del ser”, una coartada que eximía de cualquier responsabilidad personal. Inmediatamente Habermas le pidió públicamente explicaciones, pero el silencio de Heidegger, le mostró claramente que la filosofía alemana de la época, no podía procurar recursos para la crítica. Autores como Heidegger, Schmitt, o Jünger, despreciaban a las masas y exaltaban al individuo arrogante y extraordinario. Era la miseria del supremacismo nacionalista, empeñado en hacer de la lengua, un símbolo de identidad excluyente, en vez de reconocerle el papel que le es propio, el de la comunicación entre personas iguales en dignidad.
En los años ochenta pasados, Habermas terciaría en la llamada “disputa de los historiadores”, sobre el pasado nacionalsocialista. Y defendería la tesis de Sternberger, del “patriotismo constitucional”, que se reclama de la tradición de la Revolución Francesa, no del nacionalismo romántico, adicto a identidades excluyentes. Para el filósofo alemán, el patriotismo constitucional es el único razonable, pues supone el triunfo de los valores de un Estado social y democrático de derecho. Hoy ya no hay alternativa a las orientaciones universalistas.
Desde allá por los años ochenta, más o menos cuando yo entré en contacto con su obra, Jürgen Habermas ha continuado incansable, en la tarea de fomentar una esfera pública polifónica, desde la teoría y la práctica. Y viene interviniendo en todo tipo de debates, oficiando en todos ellos como un intelectual, consciente de que no debe utilizar su influencia para alcanzar el poder, pues no deben confundirse influencia y poder.
Habermas es un humanista, que dialoga con las propuestas relevantes de la filosofía y de las ciencias sociales, pero también con las naturales, en asuntos como la biotecnología, o defensa de la libertad frente a corrientes neurocientíficas, que hoy resucitan el positivismo de los sesenta, y apuestan de nuevo por el determinismo, cuando es la libertad el núcleo de la sociedad abierta (repasar a Popper).
Desde ese humanismo, entiendo yo, que la apuesta por el cosmopolitismo incluyente, a través de la vía europea, sigue siendo la gran opción. Habermas nos recordó unas palabras de Krause de 1871: “Debes ver a Europa como tu patria mayor y más próxima, y a cada europeo como tu compatriota, en el nivel superior más próximo”. Un proyecto común de Europa – añadiría el propio Habermas – “no puede ser derribado en el último momento, por egoísmos nacionales”.
Adela Cortina nos relata, que Habermas y Marcuse se preguntaban, cómo explicar la base normativa de la teoría crítica, pero que Marcuse no respondió hasta la última ocasión en que se encontraron, dos días antes de su muerte, ya en el hospital: “¿Ves?” le dijo. “Ahora ya sé en que se fundan, nuestros juicios de valor más elementales: en la compasión, en nuestro sentimiento por el dolor de los otros” (Ver “Ética de la razón cordial” de Adela Cortina).
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 17 de Junio del 2019.


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