Leyendo a G.E. Moore

Leyendo a G.E. Moore
Ca'n Pastilla 27 Marzo 2016

jueves, 6 de febrero de 2020

PREJUICIOS, VERDAD Y CONCORDANCIA

Hans Georg Gadamer, no renunció jamás al ideal – propio de la Ilustración – de dilucidar los prejuicios. Llega, incluso, a mencionar un prejuicio de la Ilustración, a saber, ¡el prejuicio que existe contra los prejuicios! Este prejuicio parte, de que sólo puede considerarse verdadero, lo que se basa en una suprema fundamentación y certeza. Pero ¿dónde se encuentra semejante certeza, exenta de prejuicios, en el ámbito de nuestro conocer, exceptuada la esfera de las verdades lógicas y matemáticas? Según Gadamer, la idea de una fundamentación suprema, no es una posibilidad real de nuestro entender. Sin embargo, sobre esta posibilidad se basa el descrédito, que la Ilustración arroja sobre todos los prejuicios ¿No será este ideal o “prejuicio” el que necesite revisión, porque no hace justicia a la historicidad de nuestro entender?
La formulación, en tonos polémicos, de un prejuicio en contra de los prejuicios, denuncia que en la Ilustración hay un prejuicio inadecuado, a la realidad objetiva. Esta formulación presupone, por tanto, que hay prejuicios legítimos e ilegítimos. Los primeros nos proporcionan acceso a la cosa misma, los otros obstaculizan ese acceso. Pero ¿cómo podrían mostrarse y mantenerse separados? Gadamer responde siempre ¡por las cosas mismas! Esta desconcertante respuesta, es la que ya se encuentra en un pasaje de “El ser y el tiempo” de Heidegger.
En este mismo sentido escribe Gadamer: “Con ello se vuelve formulable, la pregunta central de una hermenéutica, que quiere ser verdaderamente histórica, su problema epistemológico clave: ¿en que puede basarse la legitimidad de los prejuicios? ¿En que se distinguen los prejuicios legítimos, de todos los innumerables prejuicios, cuya superación representa la incuestionable tarea, de toda razón crítica?
Hans Georg Gadamer
Pero la pregunta se hace aún más apremiante: si se ve, en la estructura del prejuicio, una condición indispensable del entender ¿no se desconectará uno “ipso facto” del verse acreditado por las cosas mismas? No raras veces se ha visto en ello, la aporía fundamental de la filosofía de Gadamer ¿Cómo podría armonizarse la presencia esencial (ontológica) de la estructura del prejuicio, con la constante apelación (que para algunos resulta irritante) a las cosas mismas?
Pero examinemos, antes que nada, si en verdad existe aquí, una aporía irreconciliable. En principio deberíamos afirmar dos evidencias: 1) Para Gadamer, todo entender se produce efectivamente bajo anticipaciones (a las que uno, sí, puede llamar “prejuicios” o “juicios preconcebidos”) de tal manera que la rectificación de un prejuicio, que se demuestre como ilegítimo, acontezca siempre y únicamente, a la luz de otra anticipación que sustituya a las anteriores anticipaciones. 2) Las cosas mismas no significan en Gadamer, las cosas en sí, tal como pueden experimentarse independientemente de todo entender (lo que sería una contradicción manifiesta). Estas cosas en sí, las conocería únicamente Dios ¿Cómo habrá de entenderse, pues, la exhortación, reiterada constantemente por Heidegger y Gadamer, a efectuar una ampliación de la opinión previa, ajustándose a las cosas mismas? La palabra “Sache” (cosa) en alemán, tiene siempre el sentido enfático, de una cosa o un asunto sobre el que hay que tratar o discutir, cuando se dice, por ejemplo, que alguien debe llegar por fin “al fondo de la cuestión”, que alguien habla “en causa propia, o que alguien quiere decir algo, a propósito del asunto. Esa cosa, “Sache”, es siempre la “cosa debatida”, la “cuestión de fondo” podemos decir. Por consiguiente, la “cosa” se encuentra ya en el horizonte del entender. Por tanto, elaborar una anticipación adecuada a la cosa, significa desarrollar los proyectos del entender, que sean conformes a la cosa debatida. Esto presupone que la cosa nos concierne, que estamos afectados por ella. No es posible elaborar proyecciones adecuadas a la cosa, sin que uno mismo entre en el juego, es decir, sin que uno se ponga a dialogar con la cosa. Este modelo dialogal de entender se halla orientado, indudablemente, en contra del paradigma epistemológico de un sujeto del entender, que se halle desconectado de su objeto. Pero este paradigma epistemológico es tenaz, y hace que surja de nuevo la cuestión: en este proceso, el que entiende ¿no es a la vez juez y parte? ¡No! responde Gadamer, porque aquí la cosa habla y ofrece resistencia. La verdad reside, en la adecuación del entender que se conforma a la cosa, una adecuación que debe manifestarse continuamente.
Gadamer no renuncia nunca a hablar, aquí, de conformación o adecuación (“adaequatio”). Claro está que no se trata de la pura equivalencia, entre el sujeto y el objeto. Pero eso no lo supone tampoco la “adaequatio”, si atendemos bien a la idea. La adecuación o “ad-aequatio”, implica el movimiento hacia (“ad”) la cosa. Entendida en sentido literal, la “adaequatio” no es más que la orientación, que consiste en moverse hacia la cosa, para hacerle justicia y ajustarse a ella.
Las ideas pertinentes a este respecto, y que hablan de conformidad, concordia y consonancia, explican con sumo énfasis: la verdad es una cuestión de concordancia, de acorde casi en sentido musical, por cuanto el que entiende, es acorde con el “interpretandum”. La nota característica de la verdad, no es en absoluto la objetivación o la cosificación del objeto, sino la concordancia, es decir, la armonía con la cosa que ha de entenderse. Por eso, toda la verdad es hermenéutica, es decir, es asunto de adecuación.
Por eso existe, finalmente, una aporía real entre la estructura previa del entender y la cosa misma. En efecto, la verdad humana reside en el ajuste o adecuación, en ella reinante. Muy lejos de ser un contrasentido, esa verdad hermenéutica nos permite redescubrir, el sentido justo de lo que quiere decir, cuando se habla de concordancia y armonía. Este redescubrimiento de la verdad, hace posible reconocer en el relativismo posmoderno, que renuncia al concepto de verdad y, consecuentemente, al concepto de adecuación, el eco de una concepción objetivista y fundamentalista, de la verdad, en la que el “sujeto” no tiene ya ninguna palabra que decir. Pero es una conclusión errónea y precipitada, deducir de la ausencia de tal verdad, del hecho de que resulte incomprensible para nosotros ¡que no existe ninguna verdad!
No es ninguna aporía, hablar de una concordancia entre la anticipación de sentido y la cosa misma, porque éste es el sentido correcto de la verdad. La aporía de Gadamer reside quizá en otra parte y, hasta ahora, poco vista. Se esconde ya en el concepto de prejuicio, porque éste parece presuponer, que un prejuicio puede convertirse siempre en un juicio. La intención de la distinción, establecida entre prejuicios verdaderos y prejuicios ilegítimos, se propone elevar a los prejuicios al nivel de la conciencia, a fin de examinarlos. Pero ¿será esto siempre posible, en el caso de “prejuicios”? ¿Sabemos con tanta precisión, que prejuicios nos determinan, cuando logramos entender algo? ¿No se caracteriza, más bien, un prejuicio por el hecho de que ordinariamente “no” lo conozcamos?
Gadamer lo había visto plenamente en su obra “Verdad y método”, cuando afirmaba: “Los prejuicios y opiniones previas, que ocupan la conciencia del intérprete, no están a su disposición”. En el “Diálogo” de la “Antología” lo encareció de nuevo: “Nuestros juicios preconcebidos, se definen precisamente, por el hecho de que nosotros no somos conscientes, de nuestros juicios preconcebidos”. Si esto es así, entonces ¿cómo podremos depositar nuestra confianza, en un criterio que nos permita distinguir, los falsos prejuicios de los verdaderos, como si estos se hallaran a nuestra libre disposición?
Por consiguiente, la aporía esencial reside entre el texto que recuerda los prejuicios que nos “ocupan”, y el texto en el que Gadamer plantea así, el “problema epistemológico”: “¿En qué puede basarse la legitimidad de los prejuicios?”. Para formular de otra manera la aporía: en la obra “Verdad y método” ¿superó Gadamer mismo la “problemática epistemológica”, al dar al problema de la verdad de nuestros prejuicios, un giro tan “epistemológico”? ¿No fue su intención basarse en la experiencia del arte, para recuperar una experiencia de la verdad, que sobrepasara el marco de una concepción puramente epistemológica de la verdad que, de este modo, era aún una concepción instrumental?
Podemos ver ahí realmente, una tensión esencial en el proyecto de pensamiento, de su obra magna “Verdad y método”, porque la obra manifiesta, por lo demás, una conciencia muy nítida, de los límites de la problemática epistemológica. Esto se aplica especialmente, a la inadvertida eficacia de los prejuicios, a la que Gadamer dedicas estas dramáticas líneas: “En realidad no es la historia la que nos pertenece, sino que somos nosotros, los que pertenecemos a ella. La lente de la subjetividad, es un espejo deformante. La autorreflexión del individuo, no es más que una chispa, en la corriente cerrada de la vida histórica. Por eso los prejuicios de un individuo son, mucho más que sus juicios, la realidad histórica de su ser”.
Pues eso.


Palma. Ca’n Pastilla a 21 de Noviembre del 2019.



2 comentarios:

  1. A mi entender, tras tanto texto, aclarando mi ignoranci supina en estos temas, vengo a pensar que solo podemos defender con certeza algo que ya hemos conocido. Por tanto no es posible prejuzgarlo o sea no tenemos capacidad ni conocimiento suficiente para opinar sobre la cosa, de pre-juzgar lo desconocido.

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    1. Muchas gracias por leerte el largo texto. Y sí, creo que todos tendemos a pre juzgar, formarnos un juicio con antelación, antes de analizar a fondo la cosa de que se trate. Un gran abrazo.

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