La intimidad primaria que con mi vida tengo, al irla viviendo, me impide verla como un objeto o realidad, que pueda ser tema de investigación, problema para el conocimiento. Mi vida me es transparente, y lo transparente es lo más difícil de ver. Los hombre reparamos mejor en lo que está fuera de nosotros y que, por eso mismo, nos es desconocido, opaco y enigmático. Para que algo se nos convierta en tema de conocimiento, es preciso que antes se nos vuelva problema, y para que esto acontezca es, a su vez, menester que lo extrañemos.
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José Ortega y Gasset |
Kepler comprendió que la misión de la astronomía era, precisamente, partir de los datos, para buscar la forma que la realidad, tenga a bien poseer. Algo parecido hizo Voltaire, el primero en no ver en las batallas y las grandes catástrofes, en la intriga política de Cortes y asambleas, la realidad histórica exclusiva. En su “Essai sur les moeurs et l’esprit des nations”, Voltaire supera definitivamente, cuanto en la historia quedaba de crónica, es decir, de relato de lo más o menos extraordinario. Esto es, precisamente, lo que añade Galileo a Kepler, y Montesquieu a Voltaire. Por vez primera intenta éste, la interpretación dinámica de los fenómenos históricos, y ve la vida humana, como constituida en su última realidad.
Pero la dinámica de Montesquieu, explica sólo la forma en su presente. Es ciega para lo decisivamente histórico, que es el movimiento de las formas, el salir unas de otras, la transformación. La vida humana es permanente metamorfosis. Cada forma aparece en un lugar determinado, de la serie en que se suceden, temporalmente, las formas. No hay “conciencia histórica”, mientras no se ve cada forma, en esa su perspectiva temporal, en su sitio del tiempo histórico, emergiendo de otra anterior, emanando otra posterior. Es lo mismo que decir, que la realidad humana es evolutiva, y su conocimiento tiene que ser genético. En Turgot, Condorcet y Lessing, se completa este magnífico amanecer de la historia, con la interpretación de su proceso como evolución.
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Voltaire |
Estamos en puertas, y yo no soy pesimista, de no saber ya lo que es y significa la “realidad histórica”, de no saber que es en definitiva, lo joven y lo caduco. Hace ya años, la primera de las veces que visité Paris, al puente más viejo de la ciudad, le llamaban “Le Pont Neuf”. Me doy perfecta cuenta, de que la mayoría de los que interlocutan ya conmigo ”in person” o vía digital, pertenecen a otra generación. Y eso no es baladí, pues ya repetía Ortega, que el concepto más importante de la historia, el gozne de su coraje, es la idea de las generaciones. Cada una de ellas trae al mundo, una sensación de la vida distinta, un horizonte cordial propio, dentro del cual vive inexorablemente reclusa, y que la contrapone a la generación anterior y a la subsecuente. Cada generación viviría así, emparedada dentro de su sensibilidad, y comunicaría con las demás a través de ésta, como al través de un muro. Oyen mutuamente las voces, hoy mejor los gritos, pero no se entienden.
La sensibilidad radical de la vida, es como una frontera, una más, infranqueable. Por eso yo temo, desde hace ya algún tiempo, que una mañana, al leer la prensa, de papel o digital, me tenga que decir a mí mismo: “Esto ya no lo entiendo”. Será, sí, una penosa impresión de que tropiezo con el muro y/o prisión de mi tiempo; será el convencimiento de que he perdido ya plasticidad, de que ya no hay en mí, materia aún no sellada y troquelada, capaz de recibir la huella advenediza. Ese día no tendré más remedio que cerrar mi fontanela, como decía Pío Baroja, e ir en busca de la próxima Academia, del próximo mundo intelectual.
Pues eso.
Palma. Ca’n Pastilla a 23 de Diciembre del 2019.
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