Leyendo a G.E. Moore

Leyendo a G.E. Moore
Ca'n Pastilla 27 Marzo 2016

sábado, 7 de noviembre de 2015

La Política y la Ley

He mantenido pública y reiteradamente, que los problemas políticos hay que resolverlos políticamente, y que desviarlos casi de forma automática al terreno judicial es un error o, mejor, una muestra de la incapacidad de algunos políticos. Así que: Política, mucha mano izquierda y finura. A Giulio Andreotti le preguntaron, allá por los inicios de la Transición, cual era su opinión sobre la política española, y contestó: “Manca finezza”. Lafinezza no como simple astucia política, sino como una mezcla de disposición al intercambio y de capacidad estratégica. De manera que Política de la buena sí, pero también y siempre respeto a la Ley. Desde las últimas elecciones municipales, se han escuchado a algunas autoridades institucionales, hablar de no respetar las leyes por inadecuadas o por injustas. Y hoy asistimos a una escalada de este despropósito. Las leyes están ahí para cumplirlas todas, también las máximas de nuestro ordenamiento jurídico-político: la Constitución y los Estatutos de Autonomía. Si hay algo de inadecuado, desfasado o injusto en ellas, hay que modificarlas o abolirlas, de acuerdo con los trámites democráticos que las mismas leyes señalan, pero mientras dura el trámite de la revisión o abolición, hay que observarlas al dedillo.
Anoche leía un artículo del gran Claudio Magri en el Corriere della Sera del 13 de Mayo del 2002: “Razones de la ley y razones del corazón”. En el mismo decía, entre otras cosas interesantísimas, que la ley, hemos oído repetir, “no puede contener toda la vida, sus infinitos pliegues y sus inextricables complicaciones, sus decisiones trágicas y sus dilemas”. Y todo esto es verdad, es más, es obvio. Si Pascal decía que la razón no conoce todas las razones del corazón, tampoco el código civil ni el penal, pueden albergar la pretensión de conocer y clasificar todos los matices del alma y sus enredos. Lo primero que hace de un hombre un hombre, lo que le infunde la capacidad de discernir entre el bien y el mal, de vivir libremente su relación con los demás, consigo mismo, no es la observación de una ley, humana o religiosa. La vida de un individuo – su pasión, su miedo, su fuerza de amar o su aridez, los dioses que venera o los fantasmas que le persiguen – fluye más acá o más allá de toda ley.
Política
Pero todo esto, que es muy cierto, no le quita valor alguno a la ley. A diferencia de quien hace alarde de las profundas razones del corazón, pensando en realidad que existe sólo su corazón, la ley parte de un conocimiento más profundo del corazón humano, porque sabe que existen muchos corazones, cada uno de ellos con sus insondables misterios y sus apasionantes tinieblas, y que, justamente por eso, sólo unas normas precisas, que tutelen a todos y cada uno, permiten a cada individuo en particular vivir su vida irrepetible, cultivar sus dioses y demonios, sin que le oprima ni se lo impida la violencia de otros individuos, presos como él de inextricables complicaciones del corazón, pero más fuertes o poderosos que él. La ley es como la democracia: es un valor frío, una regla que no penetra en el misterio de la vida, pero que le permite a cada uno vivir su propio misterio, su propia pasión, su propio delirio.
La razón – y la ley – albergan a menudo más fantasía que el corazón, capaz sólo de sentir sus propias “inextricables complicaciones” e incapaz de imaginar que existan también las de los demás. El legislador que no deja impune la corrupción en las contratas públicas, es un artista que sabe imaginar la realidad, porque en esa corrupción no ve únicamente la abstracta violación de una norma, sino también, por ejemplo, los deficientes equipos de los que – a causa de esa corrupción – se dota un hospital, en lugar de los equipos más eficientes, con los que habría contado de haber sido correcta la adjudicación de la contrata.
La democracia es poética, está llena de fantasía, porque nos hace sentir que existen individuos que no veremos nunca, y de los que no nos importa nada, pero que tienen los mismos derechos a vagabundear, a soñar y delirar. Quien sólo sabe ver la inmediatez, no ve nada; quien sólo ve árboles delante de él, y no es capaz de pensar el bosque, no sabe lo que son esos árboles, que quizá se hace la ilusión de conocer bien (véase para esto, las dos entradas en mi Blog “El encinar huye de mis ojos”: http://senator42.blogspot.com.es/search/label/Encinar%20huye%20de%20mis%20ojos%20%28I%29).
Debilitar la ley o ignorarla, en nombre del espontáneo proceso de la vida, que en todos los ámbitos – individual, político, económico, social – encontraría la mejor forma de proceder, sólo significa dejar a los débiles a merced de los fuertes, allanar el camino a la violencia y a la injusticia, abandonar la realidad al arbitrio del más poderoso. La creciente complejidad y la escala cada vez más amplia, de los fenómenos y las relaciones político-social-económicas, hacen todavía más necesario el control del derecho, y un Estado que garantice la eficacia de ese control en defensa de los más débiles, para la tutela del ambiente, para la protección de la vida de todos.
Ley
Otro sofisma, continuamente repetido, es el que hace referencia a que la ley tendría que adecuarse al sentimiento común, y conformarse a la “evolución de la realidad”; término lo suficientemente vago, porque es difícil entender qué es esa realidad a la que tendríamos que conformarnos, como si estuviéramos fuera de ella, mientras que la realidad es el resultado de la continua confrontación en la que cada uno, concurriendo a formarla, afirma sus propios valores. Según ese sofisma, haría falta castigar menos o dejar de castigar un delito, cuando éste se lleva a cabo a gran escala, se convierte en “costumbre” (“siempre se ha hecho así”) o responde al “sentimiento de la mayoría”. Cuando es todo lo contrario: cuanto más se difunde un delito, tanta más falta hace perseguirlo para tutelar a los ciudadanos, y esto vale para el robo, la corrupción, la violencia de cualquier tipo, la instigación al odio racial, y el abuso de poder por parte de órganos del Estado.
La ley ciertamente no agota las exigencias de la conciencia, pero constituye también un intento de insertarlas concretamente en la realidad. Sus razones son distintas de las del corazón, pero no necesariamente sus enemigas. Sabemos perfectamente que los bizantinismos jurídicos, pueden favorecer las peores injusticias. Pero también el formalismo aparentemente más árido, puede acudir en auxilio del corazón.

Palma. Ca’n Pastilla a 7 de Noviembre del 2015.

2 comentarios:


  1. Hola Emilio,

    Interesante y honda reflexión en torno a la política y a la ley. Lo cierto es que he sacado mucho provecho de esta lectura, sobre todo, porque lo que tratas es de rabiosa actualidad. La historia, y particularmente la historia de los derechos del ciudadano, está repleta de paradojas "político-jurídicas" pues muy a menudo la justicia se ha divorciado de la legalidad. Los movimientos anti-esclavistas o sufragistas son ejemplos paradigmáticos de que a veces lo legal no es justo. Por eso apelar a la ley como verdad impepinable resulta, al menos desde el punto de vista político, inadecuado si lo que se pretende es convencer con fuerzas y razones, pues quien se ampara en sólo en soluciones legalistas excluye a parte de sus conciudadanos. A la vanidad humana le viene bien algunas veces recordar aquella máxima del sofista más respetado por Platón, Protágoras cuando dice que "el hombre es la medida de todas las cosas".

    Sin embargo, como bien dices, la justicia no puede estar sujeta a las veleidades de los temperamentos y de la inmediatez, por eso, ha de ser desapasionada y ecuánime. También conviene recordar que el aspecto formal de la ley constituye de iure el material de lo político que la inhiere. Sin derecho no se positiva (estatalmente) lo político. ¿Qué es lo que más estiman las naciones que conquistaron sus derechos - con sangre, sudor y lágrimas- ? Pues yo creo que sus constituciones. Esto es así no sólo porque las constituciones representan la máxima expresión de la unidad política de una nación, sino también porque una constitución es la ley de leyes,

    Por último, me gusta mucho esta frase: " La ley es como la democracia: es un valor frío, una regla que no penetra en el misterio de la vida, pero que le permite a cada uno vivir su propio misterio, su propia pasión, su propio delirio".

    Y me gusta porque defiendo el distingo entre democracia formal y democracia material. Considero que sólo se puede hablar de democracia en un sentido formal ya que, de este modo, esa "frialdad" a la que aludes impide el inherente sesgo de las ideologías, que es el ámbito de lo político, es decir, la supremacía por la hegemonía política dentro de la sociedad civil. Por esta razón, hay que distinguir entre reglas del juego y jugadas. Para comprender esta distinción me sirve la metáfora de que la democracia es como el ajedrez y, en cambio, la política como las jugadas y combinaciones infinitas.

    A la democracia formal sólo le importan las jugadas (modelo de Estado, tipo de gobierno, separación de poderes, principio electivo y representativo); por el contrario, a la democracia material o social, al privilegiar la igualdad social en detrimento de cualquier otro valor, sólo le interesa el ámbito de la justicia social. Por esta razón, pienso que las ideologías empecinadas en defender sólo la justificia social ignoran que sin democracia política o formal no se pueden garantizar los derechos individuales. Y no puede garantizar plenamente los derechos, precisamente, porque no conoce la libertad política colectica, que es la libertad sobre la que se fundamenta la libertad individual.

    A día de hoy, las exigencias de la democracia formal (separación de poderes, representación política, igualdad de condiciones en el juego) son más necesarias que nunca. Máxime cuando la correlación de fuerzas con respecto al poder tiránico financiero es tan desigual ,y demanda imperiosamente un control y participación en las decisiones que afectan a millones de personas.

    Un gusto leerte y compartir impresiones contigo, un abrazo Emilio!

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  2. Mil gracias Carlos, por tomarte la molestia de leerme, y contestarme con ese espléndido comentario
    Me gusta esa imagen de la democracia y el ajedrez, en donde se dan infinitas posibilidades de jugadas y combinaciones dentro de las reglas del juego.
    Pos supuesto la democracia formal y la separación de poderes deben entenderse en toda su profundidad. Mal andamos si cualquiera de los tres poderes, está sometido a otros poderes reales, pero no constitucionales, no democráticos (militares, financieros, caudillistas, de comunicación...).
    Un abrazo muy especial,

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