Leyendo a G.E. Moore

Leyendo a G.E. Moore
Ca'n Pastilla 27 Marzo 2016

sábado, 23 de abril de 2016

BRUSELAS, FLANDES Y EUROPA, CON YOURCENAR

Los sanguinarios atentados de Bruselas, me llevaron a mis recuerdos de esa ciudad, de Flandes, de Europa, y de la gran Marguerite Yourcenar. Porque “Qué es el recuerdo, sino el idioma de los sentimientos”, escribió Julio Cortazar en su inigualable “Rayuela”.
He estado en Bruselas varias veces. La mayoría por gestiones ante la Comisión Europea, cuando uno de sus Vicepresidentes, era mi buen amigo Manolo Marín. Pero esas veces fueron visitas relámpago. La única que se alargó varios días, y pude en ella conocer un poco la ciudad, fue a mediados de los ochenta, cuando asistí a una reunión de la Internacional Socialista, en representación del PSOE. Clausurada la reunión, la representante en la Internacional de Acción Democrática (los “adecos” venezolanos) Beatriz Rangel Mantilla, una preciosa mujer, culta, divertida y de gran inteligencia política, con la excusa de un festival de jazz que tenía lugar aquellos días, nos convenció a media docena de conocidos de la Internacional, a quedarnos un par de jornadas más en la ciudad.
Como le había ocurrido a Antonio Muñoz Molina, a mí también me habían hablado muy mal de Bruselas. Era gris, lluviosa, aburrida y llena de burócratas, me habían repetido. Pero yo me encontré, o supe ver, otra ciudad. Incluso algún día lucía el sol, y había mucha gente interesante, alegre, con estilo, simpática, educada. Desde mi habitación del hotel, en un piso alto, veía una especie de bulevar, árboles enormes, cornisas de edificios que me recordaban los de París, buhardillas y tejados de pizarra. El corazón de la ciudad reunía los rasgos mejores, de otras hermosas capitales europeas: plazas históricas (la impresionante Grand Place, con sus recuerdos del Duque de Alba, el “coco” de los niños belgas) antiguas y estrechas calles, avenidas burguesas, edificios del XIX y principios del XX, preciosas y bien provistas librerías (anduve curioseando en la conocida Passa Porta), restaurantes de tradición francesa y/o flamenca. Bebí cerveza de alta calidad, y comí los inevitables mejillones y las patatas fritas. Callejeé por pasajes cubiertos por techos de cristal, donde se hallaban librerías de segunda mano, y tiendas de discos bien surtidas. Me encantó la ciudad.
La Grand Place. Bruselas
Y también pensé mucho en ese Flandes que fue español. (Eduardo Marquina le hace decir, en el segundo acto de “En Flandes se ha puesto el sol”, al capitán Diego de Acuña que lo ha sacrificado todo por el amor: «España y yo somos así, señora»). Ese Flandes de alguna manera, cuna de la Europa actual. Lugar de nacimiento del Emperador Carlos V, al final tan español y asceta, retirado en sus últimos días al apartado y austero Monasterio de Yuste. Territorio donde afloraron, muchas de las ideas que llevaron a la Revolución Científica (en el XVII) y a la Ilustración (cemento de Europa) un siglo después.
Y, como no, pensé mucho en esa Europa, que hoy tanta indignación y amargura nos produce. Pero en esa Europa también que, para muchos de mi generación, es algo igual de tangible que una bocanada de aire que nos llena el pecho. Criados en la claustrofobia de una casposa dictadura, Europa se abrió de golpe ante nosotros, como un espacio ilimitado de ciudadanía, en el cruce de las libertades personales, y un principio de equidad social. Inseguros de nuestra capacidad española para la concordia y el entendimiento, Europa nos ha ofrecido siempre una garantía última, de mesura y de imperio de las leyes democráticas. Cierto que en estos tiempos de zozobra, incertidumbre e irritación, la Europa unida, como la democracia española, tiene muchísimos más beneficiarios que defensores. Pero la saña de sus enemigos, puesta de manifiesto en París y Bruselas, debería ser un indicio del valor de todo aquello que disfrutamos, sin apreciarlo.
Siento íntima y radicalmente, que Europa nos protege de lo peor de nosotros mismos. Y que aunque nos parezca, que la Unión Europea no sea ahora una gran cosa, mucho peor nos iría a todos sin ella. Hasta no hace tanto, lo que caracterizaba a españoles, franceses, alemanes, belgas… eran sus raíces, la “cepa” (de “pura cepa”, “de souche”) metáforas agrícolas basadas en la semilla, que germina allí donde fue sembrada y no en otro lugar. Pero los humanos, como bien dice George Steiner, no tenemos raíces sino piernas, para ir de un lado a otro, a donde nos convenga. El proyecto europeo, como en su día la propia democracia, nace del desarraigo: no hay europeos de pura cepa, sino de leyes compartidas. Como apuntaba Fernando Savater, todos los estados modernos brotaron de un movimiento semejante, que aunaba diversas etnias, lenguas, tribus y hábitos populares, en una Administración común, destinada a igualar en obligaciones y derechos a los individuos, liberándolos de la estrechez colectiva de sus orígenes locales. Por tanto son el primer paso, hacia el cosmopolitismo posterior, posnacional.
Librería Passa Porta. Bruselas
Europa me parece, es algo así como pasear sin miedo por Bruselas, en un día húmedo de sol alternando con nublados, entre desconocidos que, con todo, sentimos como compatriotas. Pero hacerlo siendo conscientes, de toda la racionalidad y todo el coraje, que nos harán falta para defender esos dones y valores.
En esas jornadas bruselenses me acordé de Georges Simenon, y las muchas novelas de Maigret que me leí en mi juventud. Pero también de aquella visión sepulcral de Bruselas, que ofrece Joseph Conrad, en las primeras páginas de “El corazón de las tinieblas”. Y sobre todo, recordé a Marguerite Yourcenar, una de mis autoras favoritas.
Comencé a leer a Yourcenar en los inicios de los años ochenta, con su apasionante y popular “Memorias de Adriano”. Los amantes de la historia, sabemos que el auténtico Adriano, fue más polifacético y complejo que el de Yourcenar. Que fue un militar de los pies a la cabeza, sumamente diestro con las armas, y que podía ser brutal. No en balde era un veterano combatiente, que había sido tribuno en tres legiones, y legado de la I Minerva. Pero al tiempo fue un admirador de lo griego, un entusiasta de la arquitectura, un gran viajero, y un buen gastrónomo. Asimismo podía ser la persona pacífica, filosófica, introspectiva y cercana, que nos describe Yourcenar. Y en cualquier caso el libro, es una lúcida reflexión sobre el poder y la soledad, a través de la vida del gran emperador hispano-romano, que debería ser de obligada lectura, para todo aquel que piense dedicarse a la política. Luego continúe con otras obras de la gran novelista: “Recordatorios”, “Archivos del Norte”, “Opus Nigrum”, “A beneficio de inventario”, “Cartas a sus amigos”, y la biografía que sobre ella escribió Michèle Goslar.
Marguerite Antoinette Jeanne Marie Ghislaine Cleenewerck de Crayencour (Yourcenar es el anagrama de Crayencour) nació en Bruselas. Su madre, Fernande de Cartier de Marchienne, que provenía de una familia aristocrática belga, murió a los diez días de su nacimiento por complicaciones en el parto, y la niña fue educada por su padre, Michel-René Cleenewerck de Crayencour, vástago de una familia aristocrática francesa, en la casa de la abuela paterna, en el norte de Francia, Mont Noir, muy cerca de la frontera con Bélgica. Yourcenar leía a Racine y a Aristófanes a la edad de ocho años. Su padre le enseñó latín a los 10 años y griego clásico a los 12. En 1945, a sus 42 años, se trasladó a vivir a Bar Harbor, en la isla Mount Desert, Maine, Estados Unidos, en una casita de madera blanca de nombre “Petite Plaisance”, en la que permaneció, entre viaje y viaje, hasta su muerte a la edad de 84 años.
Yourcenar es la gran maestra de la novela histórica auténtica, es decir, aquella basada en hechos históricos, contrastados en fuentes fiables. Sus descripciones del Flandes del XVII (“Recordatorios” y “Archivos del Norte”), producto de sus investigaciones sobre sus ancestros, son una maravilla para cualquier aficionado a la buena historia. Como ella misma explica: “Regresé a Flandes con Zenón” (el protagonista de “Opus Nigrum”). Es también una autora insólita en nuestra época. Su formación clásica; su capacidad única, para mostrarnos como los seres se van acumulando, en cualquier lugar de la tierra, como estratos geológicos; su continua reflexión sobre los eternos problemas humanos; su sentido de la historia, y la densidad de su pensamiento, hacen que se asemeje más a un escritor o erudito renacentista, que a un autor de nuestros días. Si leemos con atención sus obras, comprobaremos de qué forma magistral utiliza el pasado, para hablarnos de nuestro presente. “La ficción oficial quiere que un emperador romano nazca en Roma, pero nací en Itálica; más tarde habría de superponer muchas otras regiones del mundo, a aquel pequeño país pedregoso. La ficción tiene su lado bueno, prueba que las decisiones del espíritu y la voluntad, priman sobre las circunstancias. El verdaderos lugar del nacimiento, es aquel donde por primera vez nos miramos con una mirada inteligente; mis primeras patrias fueron los libros”, dejó escrito en “Memorias de Adriano”.
Los sangrientos atentados de la capital belga, me han llevado a releer (a mis años casi releo más que leo) a Yourcenar. Y con ella he vuelto a Bruselas, Flandes y Europa.

Palma. Ca’n Pastilla a 11 de Abril del 2016.

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