Leyendo a G.E. Moore

Leyendo a G.E. Moore
Ca'n Pastilla 27 Marzo 2016

sábado, 9 de abril de 2016

¿NOS ATREVEMOS CON SPINOZA?

Para cualquier compulsivo lector aficionado a la filosofía, es prácticamente imposible no encontrarse con Baruch, Bento, o Benedictus Spinoza (BDS) una y otra vez y desde el inicio. Se admira la modernidad del mismo: “La mente humana es la idea del cuerpo humano”. O se le odia profundamente. Pero a nadie deja indiferente. Desde Leibniz a Diderot, desde Nietzsche a Marx, la mayoría de filósofos han registrado la influencia del notable judío holandés, apreciando o despreciando su materialismo; su modo de no separar alma y cuerpo, ni al hombre de la naturaleza, ni a esta de nada y de nadie; y su asociación con al ateísmo, el panteísmo, la herejía y, como escribe Fernando Savater: “con la condición esencialmente hospitalaria de la ética no supersticiosa”. Russell afirmaba que Leibniz caía en el spinozismo, cada vez que se permitía ser lógico. “Ser un seguidor de Spinoza – dijo en cierta ocasión Hegel – es el comienzo esencial de toda filosofía”. Y cuando a Einstein le preguntaban si creía en Dios, se dice que contestaba: “Yo creo en el Dios de Spinoza”.
Se comprenderá por ello, las ganas que yo tenía desde mi mocedad, de enfrentarme a la lectura del mismo. Pero había dos problemas que me llevaban, una y otra vez, a posponer ese momento.
El primero era que en mi juventud, allá por los años setenta, se había puesto de moda la llamada “Posmodernidad” (término introducido por el filósofo francés Jean-François Lyotard) que abominaba de las ideas de la Ilustración, y de las de los racionalistas que la precedieron en el s. XVII, durante la llamada “Revolución Científica” (Descartes, Leibniz, Spinoza, Galileo, Newton, Locke, Hobbes…) y culpaba a aquella y aquellos, de todos los males que afligían a la sociedad. Desde la llamada de Heidegger a derrocar la metafísica occidental, para recuperar la verdad del Ser, todo el proyecto “posmoderno” de deconstrucción de la tradición del pensamiento occidental, todas las diversas tendencias del mismo, tuvieron una cosa en común: fueron en el fondo, formas de reacción contra la Modernidad. Todas aquellas tendencias empezaron con la convicción de que existe un aspecto vital de la experiencia, que escapa al pensamiento moderno. Todas mantuvieron que el propósito de la vida, empieza allí donde termina la modernidad. Todas afirmaron descubrir el significado, especial y escurridizo, de la existencia, mediante un análisis de los supuestos fracasos del pensamiento moderno. Pero todas ellas se mantuvieron, curiosamente, ligadas indisolublemente a aquello a lo que, precisamente, decían oponerse.
En aquellos años, las ideas de la Ilustración y de sus predecesores (Spinoza entre ellos) etéreas, optimistas y ecuménicas, parecían viejas, cuando no hipócritas y presuntuosas. Y también estaban aquellos que acusaban a la Ilustración, de dinamitar los antiguos y reputados sistemas de creencias religiosas, de situar la razón por encima de cualquier otra facultad humana, o de reducir el sentimiento, la solidaridad y las emociones, a una mera ilusión, destruyendo por el camino, toda posibilidad de creencia consoladora en una deidad omnisciente y benévola.
Cierto es que la Ilustración fue profundamente antirreligiosa. Pero como observó David Hume, en aquel periodo escaseaban los verdaderos ateos, y la mayor parte de los grandes del siglo XVIII, más que ser exactamente ateos, simplemente no prestaban atención a las deidades de las religiones monoteístas del mundo. Pero ser “ilustrado” significa, como bien recoge la famosa afirmación de Immanuel Kant, liberar la mente humana de “la bola y la cadena de su permanente minoría de edad” impuesta, entre otros, por “los dogmas y las fórmulas de la religión establecida”.
Y no es cierta, en cambio, esa idea frecuente y poco cuestionada, de que la Ilustración fue un movimiento interesado, especialmente, en dominar las pasiones y cualquier otra manifestación, de los sentimientos o afectos humanos. El ejercicio de la razón representó un papel decisivo en el proceso ilustrado, efectivamente, pero reducir un proyecto intelectual altamente complejo, lleno de matices, a lo que luego se dio en llamar “el imperio de la razón”, es un simplismo absurdo.
Y había un segundo problema, quizá el más importante, que retrasaba mi encuentro con Spinoza: dudaba de mi capacidad para entenderle. Un amigo del Colegio Mayor La Salle, que luego llegó a Doctor en Filosofía, me había advertido que las obras de Spinoza, especialmente la central, su Ética, eran espesos matorrales, llenos de términos arcaicos e importantes abstracciones. Y me recomendaba que antes de meterme con ellas, me sumergiera a fondo con las de otros filósofos más accesibles (fue el primero que me habló de Habermas, que también tiene lo suyo). Y así lo hice durante bastante tiempo.
Pero hace un par de años ese mismo viejo amigo, en un intercambio de correos sobre otros temas, me comentó, como de pasada, que se había publicado un libro muy interesante, ameno y accesible, sobre Spinoza. Tomé buena nota del mismo; pero ha sido sólo hace un par de meses, cuando me lo he comprado.
El libro en cuestión es “El hereje y el cortesano”, de Matthew Stewart, hijo de estadounidense y catalana, y Doctor por Oxford con una tesis sobre la filosofía alemana del siglo XIX. En su libro, como el mismo Stewart advierte, presenta un enfoque algo heterodoxo, hoy, de Spinoza, pero muy interesante, al menos a mi entender. Y por cierto, el autor es un personaje muy peculiar ya que, después de dedicarse durante siete años a consultor de empresas, en una consultoría fundada por el mismo y que llegó a tener 600 empleados, un buen día decidió de repente retirarse, para llevar una vida contemplativa dedicada a pensar y escribir.
Y casualidades de la vida, como si todo dios se hubiera puesto de acuerdo, para no dejarme excusa con la que posponer mi lectura de Spinoza, me entero el otro día, vía Internet, que Bruno Giuliani, francés y Doctor en Filosofía, ha publicado una versión de la Ética de Spinoza, su gran obra, accesible para todos los aficionados como yo. Al menos eso es lo que anuncia la editorial del mismo. Habrá que comprarlo.

De manera que por fin ¡atrevámonos con Spinoza!

Palma. Ca’n Pastilla a 3 de Abril del 2016.

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