Leyendo a G.E. Moore

Leyendo a G.E. Moore
Ca'n Pastilla 27 Marzo 2016

sábado, 16 de abril de 2016

PATRIA, IDENTIDAD Y CULTURA

Cuando aparentemente tanto lío nos hemos hecho con conceptos como patria, identidad y cultura. Cuando enfebrecidos por ese amor a la patria, algunos no consideran contradictorio empobrecerla, llevándose su dinero a otra parte. Ahora que muchos parecen desear con pasión una sola patria, una singular cultura y una única identidad. Cuando todo eso ocurre, algunas reflexiones absorbidas de Claudio Magris “La Historia no ha terminado”, y de María Zambrano “De Unamuno a Ortega y Gasset”, podrían venir a cuento.
“Durante las guerras napoleónicas – escribe Magris – un archiduque y general austriaco exhortó a los soldados, en una proclama, a combatir por la patria. La corte imperial censuró aquella proclama, considerándola subversiva. La patria era un peligroso concepto revolucionario, afirmado por Francia; los soldados austriacos tenían que combatir por la casa de Habsburgo, por su señor”.
La patria presupone ciudadanos, no súbditos. Pero la carga libertaria de la idea de patria y de nación, enarbolada por la Revolución Francesa, fue muy pronto pervertida. El amor a la patria degeneró pronto en una agresiva negación de las patrias de los demás; y el principio de nacionalidad se escindió de los movimientos liberales, a los que estaba inicialmente unido. Se degradó en nacionalismos que han inflamado a las masas, desencadenado violencias, y han favorecido la movilización totalitaria de los pueblos y los regímenes dictatoriales. Instrumentalizado y vilipendiado, ridiculizado por la retórica patriotera, o escarnecido con petulancia, el justo sentido de la patria está amenazado por su abyecta caricatura nacionalista, y por la regresión particularista a presuntas raíces étnicas, por el micronacionalismo de campanario incapaz de ver, más allá del pueblo de al lado, el mundo.
La “particularidad”, escribió Pedrag Matvejevic, ensayista serbo-croata, oponiéndose al delirio del nacionalismo étnico, no es todavía un valor; es la premisa de un valor, que se realiza en la superación de toda inmediatez y de todo fetichismo de la identidad. La Italia de Mazzini era una patria, pero su amor a ella era inseparable del amor a Europa y a la humanidad. El nacionalismo y el municipalismo son igualmente antipatrióticos, porque ambos son particularistas, cerrados y obtusos, incapaces de sentir en grande, en términos universales. El auténtico patriotismo sabe trascenderse. Milosz (abogado, poeta y Premio Nobel, polaco) nos recuerda el deber de defender a su nación cuando ésta está amenazada, pero también el de impedir que ese valor se absolutice y se convierta en dominante, haciendo que se olviden los valores más altos, los universales-humanos.
El nacionalismo, explica Magris, es una compulsiva camisa de fuerza, neurótica, agresiva y autolesiva; y el fascismo una especie de delantalito análogo, sofocante y rencoroso. No es casual que el patriotismo republicano, el patriotismo constitucionalista diríamos hoy, estuviera, los españoles lo recordamos muy bien, en la primera línea de la lucha antifascista. La nacionalidad es “cultura”, no biología. Los últimos grandes defensores del Imperio Romano fueron de origen bárbaro, como Ezio o Aecio (vencedor de Atila en los Campos Cataláunicos) y Stilicone, de cuna vándala; que se habían hecho más romanos, que los postreros y débiles emperadores de Roma.
Si nos interrogamos sobre nuestros orígenes, comprobaremos como nuestra identidad se resquebraja en una pluralidad de elementos heterogéneos (algo ya he escrito sobre ello en mi Blog: http://senator42.blogspot.com.es/search/label/ser%20una%20cosa%20y%20ser%20otra. Es un proceso que tiene lugar en todas partes, pero del que suelen percatarse con especial intensidad, los que han nacido y/o vivido en territorios fronterizos, en los que muchos patriotas, se dan cuenta de que pertenecen también a otras nacionalidades, puede que incluso a aquella con la que la suya se encuentra en conflicto. Si no nos atemoriza nuestra complejidad, y no buscamos ahogar histéricamente ese miedo, refugiándonos en el nacionalismo, e inventando una mítica compacidad, descubriremos que estamos también y siempre, al otro lado de la frontera. Marisa Madieri (esposa de Magris, fallecida hace ya tiempo) cuenta la historia del éxodo de Fiume al final de la Segunda Guerra Mundial (incluidas las vejaciones sufridas en aquel momento a manos de los eslavos, que se vengaban con violencia indiscriminada, por las violencias que a ellos les infligieron los fascistas), como descubrió las raíces eslavas y húngaras de su familia, y como se da cuenta que forma también parte de ese mundo, que ahora le está amenazando.
Este reconocimiento de pertenencia-no pertenencia estudiado, como explica Magris, por Arduino Agnelli a propósito de la narrativa de Vegliani, no tiene que ver con el parentesco étnico, sino con la afinidad a una cultura y a un estilo de vida. El descubrimiento, en uno, de una identidad plural, como ya comenté en mi Blog, no agrieta sino que enriquece el sentido de pertenencia a la nación en que se reconoce, y le da como un “plus”. La nación, la patria, la identidad no son un ídolo inmóvil, nacen, viven y se transforman en el tiempo; los pueblos no son eternos, como sí proclamaba Stalin, sino que pasan, lo mismo que los bosques y los dioses. Las patrias mueren y renacen; en 1978 murió una España y de ella nació otra. Hoy en día los Estados Nacionales, España incluida, están destinados, aun en medio de innumerables dificultades y resistencias, a integrarse en una patria más grande, Europa (una Europa federal, descentralizada, garantía de las peculiaridades individuales, pero unida). Se trata de un proceso trabajoso pero liberatorio, que no anula sino que potencia el auténtico patriotismo; el federalismo, opuesto a todo rencoroso secesionismo, nace para unir las trabazones existentes, no para disgregarlas.
El acné juvenil de las pequeñas patrias, que quisieran encerrarse en su angosta inmediatez, levantando un puente levadizo en las narices de los que incluso viven al otro lado de la calle, nace del miedo a ser borrados del mapa, por las grandes transformaciones que tienen lugar en el mundo. A ese miedo no hay que ignorarlo, por supuesto, es preciso comprenderlo, pero para poder así refutarlo. Dante decía que a fuerza de beber el agua del Arno, había aprendido a amar intensamente a Florencia, pero añadía que su patria era el mundo, como lo es el mar para los peces. Esas dos aguas, el río de nuestro pueblo y el océano universal, se integran recíprocamente; la patria es ese vínculo entre la particularidad del lugar natal y el horizonte del mundo.
La patria no se identifica necesariamente con una nación. Han existido y existen Estados plurinacionales, que garantizan las diversidades, en las que los individuos y las distintas comunidades se reconocen, y encuentran una morada habitable en la vida, una realidad en la que sentirse en casa en el mundo. La legua alemana contrapone el agresivo Vaterland a la Heimat, la patria entendida como casa natal. Esa casa natal decía el marxista Ernst Bloch, en la que todavía nadie ha estado verdaderamente, porque la verdadera patria, la verdadera casa natal de la vida, es un mundo liberado de la injusticia y de la opresión, un mundo que todavía no existe.
Y por su parte María Zambrano nos recordó que cada pueblo de rango en la historia, no es otra cosa que la realización o el intento, a veces fracasado, de una manera de ser hombre, de un proyecto de existencia humana, es decir, un aspecto de algo tan universal como el hombre. A ello, dice Zambrano, es a lo que se ha llamado una “cultura”. Muchas definiciones se han dado de lo que es una “cultura”, pero a mí modo de verlo humildemente, una cultura es la realización, a veces no lograda, de una manera de ser hombre. Pues el hombre puede existir, estar en el mundo, de muchas maneras, no de una sola, y justamente por ello es hombre, y no astro ni piedra. Cada uno de estos intentos de ser hombre, que llamamos culturas, tiene su momento de esplendor y su muerte o decadencia. Pero lo más extraordinario, es que tiene también su resurrección y su renacimiento, que no siempre se verifica del mismo modo. Y es que si todo pasa en la historia humana, todo también queda, en cierta manera. La historia como acontecer del espíritu, de un ser espiritual llamado hombre, no es la simple permanencia ni el sencillo tránsito, sino el dramático juego de la vida y de la muerte: aurora, madurez, muerte y, por último, resurrección o renacimiento.
Y así las diversas culturas ya pasadas, persisten dentro de la que hoy vivimos. Cada una es algo así como nuestra patria. Todo hombre culto tiene no una, sino varias patrias. Y el más culto será aquel que en su espíritu y modo de vivir, haya incorporado todas las patrias, todas las culturas de que tenemos conocimiento, aquel en que resuene la voz más remota del pasado, unida a la voz del futuro, que clama por abrirse paso.

Palma. Ca’n Pastilla a 17 de Diciembre del 2015.



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