Leyendo a G.E. Moore

Leyendo a G.E. Moore
Ca'n Pastilla 27 Marzo 2016

jueves, 12 de octubre de 2017

CATALUÑA (II). LEER A LOS NUESTROS

Animado por el artículo de Juan Francisco Fuentes en El País de hoy, he repasado en la gran obra de Raymond Carr “España 1808 – 1939”, algunos de los párrafos a los que aquel se refiere.
Juan Negrín, socialista y presidente del gobierno de la Segunda República, manifestó en un momento: “No estoy haciendo la guerra contra Franco, para que nos retoñe en Barcelona, un separatismo estúpido y pueblerino”. Y este era un sentimiento muy extendido entre las izquierdas españolas de aquellos aciagos días, ante lo que consideraban abierta deslealtad de la Generalitat catalana hacia la República.
También el entonces Presidente de la República, Manuel Azaña de Izquierda Republicana, tan admirado por mi padre, se mostró profundamente dolido con el nacionalismo catalán, por las según él, “escandalosas pruebas de insolidaridad y despego, de hostilidad y de chantajismo, que la política catalana de estos meses ha dado frente a la República”. Así lo anota en su diario en Mayo de 1937, en donde se lamenta también, del “despotismo personal ejercido nominalmente por Companys, y en realidad por grupos irresponsables que se sirven de él”.
Unos meses después, en una tensa conversación con el Conseller de Cultura de la Generalitat Carles Pi i Sunyer, Azaña insistió en su idea de que el Gobierno presidido por Companys, se había colocado fuera de la legalidad republicana. Ponía como ejemplo la creación de “delegaciones de la Generalitat en el extranjero”, y una actitud victimista, inspirada en ese “sentimiento deprimente de pueblo incomprendido y vejado, que ostenta algunos de ustedes”.
Personalmente entiendo muy bien la amargura de Azaña, seguramente el político que más había hecho, por la aprobación el Estatuto de Autonomía de Cataluña, que iba a poner fin, a su juicio, a un viejo pleito histórico.
Para entonce ya quedaban algo atrás, momentos de alta tensión en que se había rozado la ruptura, entre la coalición republicano-socialista gobernante en Madrid y Esquerra Republicana, mayoritaria en Cataluña. “Autonomía, sí; soberanía compartida, no, advirtió el republicano Sánchez Román.
También Indalecio Prieto llegó a afirmar, que la actitud de ERC desde la proclamación de la República, constituía “un acto de deslealtad” como no había conocido, en toda su vida política”.
Perdida la guerra y con ella la autonomía de Cataluña, la izquierda española y el nacionalismo catalán, intentaron mejorar sus maltrechas relaciones. El socialista Luis Araquistain, exiliado en Londres, participó en una alianza impulsada por los nacionalismos vasco y catalán, que aspiraba a crear una “Comunidad Ibérica de Naciones”, concepto que si no recuerdo mal ¡figuraba en nuestro programa del Congreso de Suresnes! Pero Araquistain no tardó en desmarcarse de aquel plan, en vista de las reticencias de sus interlocutores nacionalistas, a dos principios que le parecían innegociables: que el régimen que debía proclamarse, tras la caída de las dictaduras peninsulares, reconocería dos únicas naciones – España y Portugal – y que el arreglo del pleito territorial español, tomaría como marco irrenunciable, la Constitución republicana de 1931, que podría ser reformada, pero nunca ignorada o derogada. Escarmentado Araquistain por las experiencias recientes, quería dejar bien claro que esta vez la lucha contra el franquismo, iba a tener como límite infranqueable, la unidad nacional y la Constitución del 31.
Regresando al presente, estos días me ha sorprendido desagradablemente, el llamamiento de Pablo Iglesias a formar una plataforma de cargos electos, dispuestos a acudir en ayuda del independentismo catalán, y formar así una gran coalición antisistema. Su propuesta, me parece, se presta a múltiples interpretaciones desde la historia comparada, especialmente este año en el que se cumple el centenario de la Asamblea de Parlamentarios, que pretendía acabar con la monarquía canovista. De aquellos acontecimientos de hace un siglo, se desprende, a mí ver, una enseñanza histórica que tal vez sea hoy de alguna utilidad: que los nacionalismos tiene muy poco en común con la izquierda, y que pueden llegar a ser muy malos compañeros de viaje. Convendría que la izquierda actual leyéramos más a los nuestros, y no olvidáramos los desengaños de nuestros líderes históricos.
Aquel 48% del pueblo alemán, que en Marzo de 1933 se echó en brazos del nazismo, invocando su derecho a decidir frente a Versalles y la Sociedad de Naciones, cometió un suicidio histórico de consecuencias irreparables. La izquierda hoy más proclive al independentismo, debe pensar seriamente si por darse el gusto, de acabar con el “régimen de 78”, está dispuesta a ser cómplice de un suicidio asistido.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 28 de Septiembre del 2017.


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