Leyendo a G.E. Moore

Leyendo a G.E. Moore
Ca'n Pastilla 27 Marzo 2016

jueves, 16 de mayo de 2019

LAS PALABRAS Y LA LENGUA

Muchos amigos saben ya bien, que soy un histérico con el tema del uso correcto de las palabras. Un convencido de que a falta de consenso, sobre el significado exacto de las palabras que utilizamos, el diálogo se hace difícil. Y no hace mucho Pepe Borrell, en una inolvidable intervención en Sevilla, nos recordó los males que se derivan de la renuncia a la palabra. Que el voto sí, es muy importante en política, pero es su último trámite. La política, en democracia, es primordialmente diálogo, conversación, palabras.
Ahora bien, Tony Judt en su última obra, antes de que el ELA acabase con su vida, “El refugio de la memoria”, nos recordaba que la pura facilidad retórica (arte de hablar o escribir) con independencia de su atractivo, no significa necesariamente profundidad ni originalidad de contenido. Del mismo modo que la falta de elocuencia (facilidad de hablar o escribir con fluidez) seguramente sugiere una deficiencia de pensamiento. Una idea que sonará rara, a la generación de las redes sociales, más preocupada por lo que intenta decir, que por lo que realmente dice.
Hay como una inclinación a retraerse de la crítica formal, con la esperanza de que la libertad así conquistada, favorecerá el pensamiento independiente. “Lo que importa son las ideas, no te preocupes de cómo las digas”. No quedan muchos, al menos en el mundo digital, con la suficiente confianza en sí mismos, como para replicar una expresión desafortunada, y explicar claramente que la misma, inhibe la reflexión inteligente.
Pareciera que hoy en día, la expresión “natural”, tanto en el lenguaje como en el arte, fuera preferida al artificio (predominio de lo elaborado, sobre lo natural). Suponemos de forma irreflexiva que la verdad, no menos que la belleza, se transmiten así de manera más efectiva. Alexander Pope, en su “Ensayo sobre la crítica” decía: “El verdadero ingenio es la naturaleza hermosamente vestida. Lo que fue pensado muchas veces, pero nunca tan bien expresado”. Como nos enseña la historia, en la tradición occidental, durante siglos, ha habido una estrecha relación entre lo bien que uno expresa su punto de vista, y la credibilidad de su argumentación. Los estilos retóricos podían variar, desde lo espartano hasta lo barroco, pero el estilo mismo nunca era una asunto indiferente. Y el “estilo” no consistía sólo, en una oración bien construida: una expresión pobre, ocultaba un pensamiento pobre. Las palabras confusas sugerían, en el mejor de los casos, ideas confusas, y en el peor, disimulo.
La inseguridad cultural engendra su “doble” lingüístico. Si nos fijamos, sucede lo mismo con los avances tecnológicos. En el mundo de Facebook y Twitter, la concisa alusión sustituye a la exposición. En la generación de mis hijos, no digamos en la de mis nietos, la taquigrafía comunicativa facilitada por su “hardware”, ha calado en la comunicación misma: la gente habla como en los mensajes.
Esto debiera preocuparnos, al menos a mí me preocupa. Cuando las palabras pierden su integridad, también lo hacen las ideas que expresan. Si privilegiamos la expresión personal de cada uno, por encima de la convención formal (las gramáticas establecidas) entonces estaremos privatizando el leguaje, no menos de lo que hemos ya privatizado tantas otras cosas. Recordáis a Humpty Dumpty, en “A través del espejo y lo que Alicia encontró allí”: “Cuando yo utilizo una palabra, significa lo que yo elija que signifique, ni más ni menos”. A lo que Alicia contesta: “La cuestión es si tu ‘puedes’ hacer, que las palabras signifiquen cosas tan diferentes”. Y sí, Alicia tenía razón: el resultado es la anarquía.
Puede que la prosa de baja calidad, sea hoy indicativa de inseguridad intelectual. Hablamos y escribimos mal, porque no nos sentimos seguros de lo que pensamos, y nos resistimos a afirmarlo de un modo rotundo e inequívoco. En opinión de Judt, más que padecer la aparición de la “neolengua”, nos amenaza el auge de la “no-lengua”.
Mis capacidades intelectuales disminuyen. No sé cuanto tiempo aún seré capaz, de forma aceptable, de seguir traduciendo el ser a pensamiento, el pensamiento a palabras y las palabras a comunicación. La riqueza de las palabras en que me crié, era un espacio público por derecho propio. Y de espacios públicos adecuadamente conservados es, con demasiada frecuencia, de lo que carecemos hoy. Si las palabras se deterioran ¿qué las sustituirá? Son todo lo que tenemos.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 9 de Abril del 2019.


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