Leyendo a G.E. Moore

Leyendo a G.E. Moore
Ca'n Pastilla 27 Marzo 2016

jueves, 2 de mayo de 2019

EXCITACIÓN ESTÉRIL. VANIDAD

Decía Max Weber, que tres son las cualidades que deben adornar a un político: pasión, sentido de la responsabilidad y distanciamiento.
Pasión de estar volcado en una cosa, de una entrega apasionada a una “causa”, al dios o al demonio que la gobierna. No en el sentido de esa actitud interior que Georg Simmel – el gran sociólogo alemán – solía denominar “excitación estéril”, tal como se daba por aquel entonces, en un determinado tipo de intelectuales. Y que en estos días juega un papel muy importante, en mi opinión, en muchos movimientos políticos – populismos, nacionalismos, ultraísmos – en este carnaval en que algunos han convertido la política, un romanticismo de lo intelectualmente interesante, que corre hacia el vacío, sin ningún sentido de la responsabilidad por las cosas.
Hace ya tiempo que sabemos, que con la mera pasión no basta. La pasión no le convierte a uno en político si, como servicio a una causa, no hace de la responsabilidad, precisamente respecto a esa causa, la estrella que guía, de manera decisiva, la acción. Y para ello se necesita el “distanciamiento” (“Augenmass”, la cualidad decisiva para el político, pensaba Weber). Necesita el político, como al aire que respira, esa capacidad de dejar que la realidad, la tozuda realidad, actúe sobre sí mismo con serenidad interior, es decir, necesita de una “distancia” respecto a las cosas y las personas. La falta de distanciamiento como tal, es uno de los pecados mortales del político. Una de las características, cuya falta de cultivo, va a incapacitar – es mi opinión – a diversos líderes políticos actuales, para la acción política duradera.
Y es que el problema es precisamente éste: ¿como se puede obligar a la pasión ardiente y al frío distanciamiento, a que convivan en la misma persona? La política se hace con la cabeza, no con otras partes del cuerpo. Y, sin embargo, la entrega a la política, si no quiere ser un frívolo juego intelectual, sino una acción auténticamente humana, sólo puede nacer y alimentarse de la pasión. Pero el gran control que caracteriza al político apasionado, y que lo diferencia del mero aficionado “excitado estérilmente”, sólo se consigue habituándose al distanciamiento. La fuerza de una personalidad política significa, antes que nada, poseer estas complicadas cualidades.
El auténtico político tiene que vencer en sí mismo, día a día y hora a hora, a un enemigo muy habitual y demasiado humano, la “vanidad”, que es muy común y es la enemiga mortal de la entrega a una causa, y al distanciamiento requerido respecto a sí mismo.
La vanidad es una característica muy extendida, y seguramente ninguno estemos a salvo de ella. En los círculos intelectuales y académicos, es como una especie de enfermedad endémica. Pero ocurre que en el intelectual, es relativamente inocua, por muy antipática que se manifieste pues, por regla general, no daña su actividad científica. Pero en el político, tiene consecuencias totalmente distintas. El “instinto de poder”, como solemos llamarlo, pertenece, sí y de hecho, a sus cualidades normales. Pero el problema se presenta, cuando esta ambición de poder se convierte, en algo que no toma en consideración las cosas como realmente son, cuando se convierte en objeto de una pura embriaguez personal.
En el terreno de la política sólo hay, en última instancia, dos clases de pecados mortales: el no tomar en cuenta las cosas, y la falta de responsabilidad que, con frecuencia, es idéntica a la primera, aunque no siempre. La vanidad, esa necesidad de ponerse a sí mismo en primer plano, lo más visiblemente posible, es lo que con más fuerza conduce al político, a la tentación de cometer uno de esos dos pecados, o los dos. El político narcisista, se halla en continuo peligro de tomar a la ligera su responsabilidad, por las consecuencias de sus acciones, preocupado como está solamente, por la impresión que produce en los demás.
La falta de tomar en consideración la realidad, hace al político proclive a ambicionar la apariencia brillante del poder, en vez del poder real, y le lleva a disfrutar solamente del poder por sí mismo, sin una finalidad objetiva. Pues, aunque el poder sea el medio ineludible de la política, o justamente “porque” el poder es el medio ineludible de aquella, no existe deformación más perniciosa de la energía política, que la fanfarronería con el poder, propia de un advenedizo, y la vanidosa complacencia en el sentimiento de poder, es decir, la adoración del poder como tal. En mis tiempos, se hablaba mucho de la “erótica del poder”, aunque yo nunca llegué a entender muy bien, de que iba ese rollo.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 21 de Marzo del 2019.


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