Leyendo a G.E. Moore

Leyendo a G.E. Moore
Ca'n Pastilla 27 Marzo 2016

martes, 20 de agosto de 2019

ARENDT Y YO

Hace ya bastantes años, un buen amigo me prestó “La condición humana” de Hannah Arendt, encareciéndome que lo leyera con atención, pues decía: era la base de todas las publicaciones de la gran filósofa. El pasado mes, sentí muchas ganas de releerlo, pero claro, lo tuve que comprar. Y cual no ha sido mi sorpresa, al constatar que la magnífica introducción de esta edición, se debe al flamante Presidente del Senado, el también ilustre filósofo Manuel Cruz.
Arendt murió en diciembre de 1975 (un mes después de Franco) de manera que sus obras son anteriores a esa fecha. Pero tardaron mucho en hacerse populares. Quizá no sea extraño que, ante la crisis de la política y de la filosofía de la historia, muchos hayan vuelto su mirada hacia esta pensadora, por otra parte muy difícil de encasillar en ninguna escuela filosófica. Elisabeth Young-Bruehl – para mí su mejor biógrafa – ha propuesto leer la entera evolución de su pensamiento, utilizando una categoría que la propia Arendt empleó, en uno de sus primeros textos (“Rahel Varnhagen: vida de una judía”) la categoría de “paria”. El paria (concepto utilizado por primera vez por Max Weber) es mucho más que un apátrida, que un desarraigado: es un “outsider”, nos explica Manuel Cruz. La figura completamente opuesta al arribista, al “parvenu”. Es alguien con una pulsión tan enfermiza por asimilarse al mundo, que está dispuesto a negarse a sí mismo, con tal de no sentirse apartado de él. La evolución del pensamiento de Hannah Arendt, que Paul Ricoeur glosaba como: “De la filosofía a lo político”, se dejaría caracterizar entonces, como el tránsito desde su experiencia particular, a un discurso general acerca de las condiciones para la “acción”, y acerca de la naturaleza del juicio o, con otras palabras, desde su personal idea de la condición de paria, a una teoría de lo público.
El hecho de que Arendt se viera obligada, por causa de su origen judío, a emigrar a Estados Unidos en 1941, concede a su conocido texto “Los orígenes del totalitarismo”, que duda cabe, un especial atractivo. Una de las reflexiones que más me atrajeron de Arendt, desde el inicio mi devoción por ella, fue su afirmación de que las formas nazi y comunista de gobierno totalitario, eran esencialmente las mismas. Así lo veía mi padre y así me lo había enseñado. Pero por entonces, en mis círculos de amistades, había muchos marxistas que lo negaban con total énfasis, hasta el punto de romper la amistad por tal opinión. De Arendt aprendí – entre miles de cosas - que el totalitarismo no es sólo un fenómeno histórico de decisiva importancia, sino también una categoría de explicación filosófica.
Lo específico del totalitarismo decía Arendt, viene dado por el protagonismo de las masas. Y ello me llegaba en unos años, en que Ortega (uno de mis mentores) estaba muy mal visto por ciertas izquierdas, quizá porque leyeron pero no entendieron, su famoso texto de “La rebelión de las masas”. Tanto Ortega como Arendt se refieren a las masas, no a las clases en su significado marxista. A un individualismo gregario, a ese estar comprimidos los unos contra los otros, cada uno aislado absolutamente de los demás, en ausencia total de nuestra identidad, que sólo brota en relación reflexiva con los otros.
Sus críticas van dirigidas específicamente, contra la pretensión, tan propia de los movimientos totalitarios, de “organizar a las masas”. Arendt dice textualmente: “A las masas, no a las clases, como los antiguos partidos de intereses de la Naciones-Estados continentales; no a los ciudadanos con opiniones acerca de la gobernación de los asuntos públicos y con intereses en éstos, como los partidos de los países anglosajones”. Lo que define a las masas es, precisamente, ese ser puro número, mera agregación de personas, incapaces de integrarse en ninguna organización basada en el interés común (una aproximación muy orteguiana). Y Arendt remacha: “Las masas carecen de esa clase específica de diferenciación, que se expresa en objetivos limitados y obtenibles”.
Masas en sí impotentes, porque una de las consecuencias del aislamiento, de ese estar solo entre los muchos, es la incapacidad para actuar, pues se actúa entre y con los demás. Masas faltas de poder real pues: “el poder persiste mientas los hombres actúan en común; desaparece cuando se dispersan”, escribió muy “arendtianamente” Paul Ricoeur (un concepto enfático de “praxis”, más marxista que aristotélico).
Masas incapaces de proponer objetivos obtenibles, mientas afirman que el mundo está en sus manos. La conclusión de Hannah Arendt, ya no es un juicio de intenciones: “El totalitarismo busca, no la dominación despótica sobre los hombres, sino un sistema en el que los hombres sean superfluos”.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 19 de Julio del 2019.


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