No podremos evitar que se nos plantee, al hilo de estas consideraciones, la cuestión de los valores. Podríamos preguntarnos si los valores epistémicos (relativos al conocimiento exacto) y los de carácter práctico, están más o menos conectados o, incluso, si pueden los unos ser reducidos a los otros. En opinión de Alfredo Marcos, están íntimamente conectados, dependen los unos de los otros, pero no sería adecuada la simple reducción de, digamos, la verdad o la objetividad a “consenso justo”. Aunque un “consenso justo” – en las condiciones señaladas por los teóricos de la acción comunicativa, como Habermas – deba ser tomado como síntoma o indicio de la verdad u objetividad, no puede ser aceptado como criterio infalible, y mucho menos como definición de verdad o de objetividad. Pero sí de valores prácticos de orden social y político, como puedan ser la igualdad de oportunidades, la justicia en la distribución de recursos, la libertad de expresión y de crítica, y una cierta racionalidad comunicativa, que permita un intercambio de pareceres equitativos. Si valores de este tipo se protegen y potencian, dentro de la comunidad científica, es probable que los valores epistémicos de coherencia, simplicidad, precisión, objetividad e incluso verdad, salgan favorecidos. Y, en contra partida, si no es sobre una base epistémica sólida, difícilmente se podrá juzgar con justicia en aspectos prácticos.
Alfredo Marcos |
Nos recordaba Habermas, que la ideologización de la ciencia y de la técnica, ha dado lugar respectivamente al “cientificismo” y al “tecnologismo”. Y de ahí a la colonización del mundo de la vida por parte de la tecnociencia, hay tan solo un paso. En gran parte, la filosofía política de la ciencia se ha desarrollado, como una crítica a esos fenómenos.
Al hilo de esta crítica, también hay alguien que ha pedido la simple equiparación política, de todas las tradiciones respetables que coexisten en una sociedad libre y, entre ellas, la tecnociencia. Esto tendría efectos inmediatos sobre el sistema educativo, sanitario, económico y otros muchos. Este reto está muy sólidamente – y también provocativamente - planteado, en los textos de Paul Feyerabend (al que me referí, en mi artículo anterior en este mismo Blog). Es cierto que un racionalismo demasiado estrecho, ha despreciado la tradición como fuente de conocimiento, y a las tradiciones como unidades útiles en filosofía de la ciencia. Pero, al mismo tiempo, también podría resultar excesivo, el tomar las tradiciones, como entidades perfectamente delimitadas. Pero si en cambio pensamos la ciencia, no como una tradición cerrada en sí misma, sino como una actividad enraizada en el sentido común, y si reconocemos el derecho de cada persona, a disponer de lo más valioso del patrimonio de la humanidad, con independencia de su tradición o etnia, entonces, la respuesta al reto de Feyerabend, se hará quizá posible.
Es una cuestión harto debatida, si la ciencia y la democracia se han apoyado mutuamente, en los distintos momentos históricos, si ambas son independientes, o si, incluso, la ciencia florece especialmente en sociedades no democráticas. Según Geoffrey Lloyd, la importancia que entre los atenienses tuvo la discusión política en el Agora, favoreció y se vio favorecida, por el desarrollo de la ciencia y de la filosofía. También Karl Popper sostiene, que se ha dado una suerte de paralelismo y reforzamiento mutuo, entre el desarrollo de la ciencia y el de una sociedad abierta. Por su parte otros autores, como los pertenecientes a la Escuela de Fráncfort, han puesto el énfasis en los riesgos políticos, a los que conduciría una extensión inmoderada de la racionalidad instrumental, que ellos asociaban con la tecnociencia. Y a su vez y en su día, Vaclav Havel, denunció el apoyo que algunos regímenes totalitarios, pudieron obtener de la mentalidad cientifista.
Pues eso.
Palma. Ca’n Pastilla a 22 de Junio del 2019.
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