En 1994 se publicó un libro muy interesante, referido a un tema que actualmente llama mi atención (filosofía política y filosofía de la ciencia), pero que en su día me pasó desapercibido. Me refiero a “La ciencia en una sociedad libre” de Paul Feyerabend.
Feyerabend llegaba a la conclusión, de que el éxito de una investigación no se da por la medida en la que se aplican las reglas y fórmulas generales, es más, ni siquiera se conoce explícitamente el método con el que se logró. Me recuerda a Einstein cuando decía: “La imaginación es más importante que el conocimiento”.
Pero Einstein no es el único con el que compartía ideas Feyerabend, con su maestro Popper también lo hacía, esto se ve reflejado en una de las frases más célebres del mismo “Soy profesor de método científico, pero tengo un problema: el método científico no existe”. La historia misma, lo sabemos, está llena de accidentes y curiosos eventos, lo que demuestra la complejidad de las circunstancias reales, y el carácter impredecible de las cosas. Por esto mismo, la idea de un método fijo para cualquier evento sería incongruente. Sin embargo, hay un principio, me parece, que puede ser contemplado en cualquier circunstancia: todo sirve.
Hay que considerar por añadidura, que muchos filósofos de la ciencia, estuvieron empeñados también en cuestiones políticas, y que difícilmente podríamos trazar una separación radical, entre ambas cuestiones. Sin ir más allá, podemos recordar los casos de Otto Neurath y Karl Popper. Por otro lado, autores que solemos considerar como pensadores políticos o sociales – en mi caso claramente Jürgen Habermas – tienen también un considerable interés, para la filosofía de la ciencia.
En un cierto sentido, lo que Alfredo Marcos ha propuesto en llamar “filosofía política de la ciencia”, sería un campo de estudio muy reciente, casi más un proyecto que una realidad. Pero, en otro sentido, las raíces intelectuales de la misma llegan muy lejos en el tiempo, y las podemos rastrear en algunos de los más prestigiosos filósofos actuales y no tan actuales.
Pero no se trata de que la dicha filosofía política de la ciencia, se tenga que considerar como una nueva súper-especialización de la filosofía, sino precisamente de lo contrario, de un intento de crear un nuevo foco interpretativo, en zonas de solapamiento y diálogo entre disciplinas filosóficas añejas, que no pueden permanecer separadas por más tiempo. Y ello por un motivo doble. Por un lado, los problemas tradicionales del pensamiento político (la justicia, la libertad, la legitimidad, la democracia…) se presentan hoy en conexión inevitable con la tecnociencia. Dependen en gran medida de cómo se regule ésta, temas como el acceso a los bienes que la misma produce, y la distribución de los riesgos que genera. Por otro lado, la tecnociencia se entiende, cada vez más, como acción humana, lo cual ha forzado una ampliación de la filosofía, hacia cuestiones prácticas, de manera que los problemas clásicos sobre la racionalidad y el realismo, comienzan a ser tratados bajo la forma de la razón práctica. En palabras de López y Velasco: “Resulta indispensable que la filosofía, y en particular la filosofía de la ciencia, asuma la tarea de analizar críticamente, las condiciones que harían compatible el desarrollo de la ciencia y la tecnología, con el fortalecimiento de la democracia”.
La progresiva confluencia entre filosofía política y filosofía de la ciencia, se ha visto favorecida por los cambios ocurridos recientemente, en al ámbito de la tecnociencia y en el ámbito político-social y, a raíz de ellos, en la propia naturaleza que ha sido, por decirlo de forma suave, “politizada”.
Analicemos de forma más detenida, esos procesos citados:
a) Que la ciencia se ha convertido, al menos desde la Segunda Guerra Mundial, en un complejo hecho social, es un hecho bien sabido que, me parece, no requiere mayores demostraciones. Recordemos pero, que la condición eminentemente social de la producción científica, así como el gran poder de influencia, que la ciencia tiene sobre la propia sociedad, tanto mediante las aplicaciones tecnológicas, como mediante las imágenes del mundo que propone, hacen que la reflexión filosófica sobre la ciencia, no pueda permanecer ajena por más tiempo a la perspectiva política. Y viceversa, la filosofía política y social no ha podido por menos, que ocuparse de la tecnociencia, ya que se trata de unos de los más poderosos, factores de configuración social.
b) Los cambios en ciencia y tecnología no están determinados, dependen de la voluntad de las personas. En el mejor de los casos, de una voluntad expresada democráticamente. En consecuencia parecería sensato, el establecimiento de “políticas científicas”. Políticas para promover e impulsar, el desarrollo científico y tecnológico.
c) De las transformaciones tecnocientíficas y sociopolíticas, se han seguido también, transformaciones en la propia naturaleza. Ya no es sólo la “polis”, la que está en el seno de la naturaleza, sino la naturaleza la que ha sido incluida dentro de la “polis”. Hoy, por decirlo con las palabras de Hans Jonas, buena parte de la naturaleza, ha caído bajo nuestra responsabilidad. O dicho de otro modo, una buena parte de la naturaleza, se ha convertido en una cuestión política. Por ello no es raro, que la reflexión sobre las ciencias de la naturaleza, especialmente sobre las ciencias biológicas y ambientales, se haya convertido, en cierta medida, en una reflexión política.
d) Por los escritos de Karl Popper, algunos aprendimos que la ciencia y la tecnología, conviven necesariamente con la incertidumbre. Si los ideales modernos de certeza científica se hubiesen cumplido íntegramente, entonces un supuesto método científico sería hoy nuestra brújula, guiaría con seguridad la acción humana en todos los terrenos y, especialmente, en el de la política. Pero, para bien o para mal, no fue así. La conciencia de incertidumbre que hoy nos acompaña, exige unas relaciones horizontales entre la ciencia y la política. Pide comunicación entre ambas en plano de igualdad.
e) Por último, resulta muy importante el debate sobre la racionalidad, que se viene manteniendo desde mediados del siglo XX. En los últimos años, hasta donde mi saber alcanza, algunos filósofos de la ciencia han trabajado en un modelo de racionalidad, que aproxima mucho la ciencia y la política (ver Alfredo Marcos) un modelo no-algorítmico, pero alejado al mismo tiempo del polo irracionalista. Un modelo de racionalidad que recuerda mucho, lo que tradicionalmente se ha tenido por sensatez política, que no está lejos de la idea de prudencia, ni de la propia idea de “razón cordial”, tal y como la presenta Adela Cortina.
Pues eso.
Palma. Ca’n Pastilla a 15 de Junio del 2019.
(continuará en una segunda parte)
No hay comentarios:
Publicar un comentario