Leyendo a G.E. Moore

Leyendo a G.E. Moore
Ca'n Pastilla 27 Marzo 2016

jueves, 5 de septiembre de 2019

"LE GENRE CHEF D'OEUVRE"

No soy mucho de la primera generación de la Escuela de Frankfurt (Horkheimer, Adorno, Marcuse, Fromm, Benjamin…) pero si de la segunda (Karl-Otto Apel, Jürgen Habermas…) Y sin embargo, estoy muy en consonancia con la forma en que Adorno aborda su filosofía, lejana a la concepción de “obra maestra”, u obra absolutamente acabada, clausurada. https://www.eldiario.es/cultura/libros/theodor-adorno-neomarxismo_0_928807375.html
El que Adorno se niegue a hacer investigaciones propiamente sistemáticas, es expresión exacta, no sólo de su concepción del filosofar, sino de una determinada idea filosófica. Lo mismo que Hegel, él es también de la convicción, de que la universalidad de la forma lógica, no hace justicia a lo individual. Mas también, a su vez, el pensamiento dialéctico, en su tentativa de quebrantar el carácter coactivo de la lógica, con los medios de la misma, conduce al sistema a pasar del aislamiento reflexivo, a la glorificación de su totalidad. Tránsito que, lo sabemos por la historia, es tan sangriento, como cuestionable en la lógica hegeliana de la misma historia. A propósito de ello, Adorno observó en una ocasión, que el pensamiento sistemático, tiene siempre algo de eso que los artistas de Paris, llamaron “le genre chef d’oeuvre”, su resistencia contra la coacción del sistema y la jerarquización del pensamiento, se revela en su excitación contra la obra maestra. Y a esta excitación le erigió Adorno, un digno monumento en su “Minima moralia”. Pues a él le honra, aquello que quienes le malinterpretan, podrían entender como una humillación: su obra maestra, no es sino, una colección de aforismos. Pero podemos estudiarla, con toda tranquilidad, como si de una “Summa” se tratara.
Theodor Adorno
Adorno aboga por las “lagunas en el pensamiento”. Y porfía contra el gesto de “tener ganado el pleito”. Esta supuesta “insuficiencia”, se parecería a la línea misma de la vida, que discurre torcida, desviada, decepcionante, con respecto a las premisas de la misma vida y que, sin embargo, sólo de esta manera es capaz de representar, en las condiciones actuales de la humanidad, una existencia no reglamentada.
Esta renuncia a una demostración sin lagunas, se halla en correspondencia, como decíamos, con la renuncia al gesto de “tener ganado el pleito”, la renuncia a querer tener la última palabra, una palabra que resultase coercitiva. Al pensamiento calculador le opone otro, que en el diálogo y en la dialéctica, ha aprendido algo más, que la mera obligación de acabar toda discusión de forma concluyente. Se trataría – decía Adorno – de tener conocimientos que no fueran del todo correctos, invulnerables, irrefutables, pues tales conocimientos acaban convirtiéndose, de manera irreversible, en tautologías, sino conocimientos ante los cuales la pregunta, por su corrección, se sentenciase a sí misma. Pero mucho ojo, con ello no se está abogando por el irracionalismo, por la enunciación de cualquier tesis, que sólo podría quedar justificada por la fe revelada de la intuición, sino que está defendiendo la supresión de la diferencia, entre tesis y argumento. Pensar dialécticamente, significa que el argumento ha de llegar a tener la rigorosidad de una tesis, y la tesis contener en sí, la plenitud de las razones que la “avalan”. Por lo que yo sé, Adorno siempre rechazó con indignación, la exigencia de recapitular al final en forma de tesis, el contenido de sus investigaciones, siguiendo el uso científico. Las tesis no son legítimas como resultado final, sino sólo si presentan lo principal, es decir, si contienen en sí sus argumentos. Es muy posible que al expresar esta exigencia, Adorno tuviera a la vista las “Tesis sobre Feuerbach” de Marx, o las tesis de Benjamin sobre filosofía de la historia que, después de su fragmento teológico-político, es seguramente lo más importante, que éste nos dejó en filosofía.
En el “canto de las sirenas”, una naturaleza amorfa, atrae al hombre a una vuelta inmediata, le ofrece escapar de la civilización, el alivio de desprenderse de la propia identidad. A veces pienso si Adorno, no sucumbió también a ese canto. En sus pasajes más negros de la “Dialéctica de la Ilustración”, pareciera desesperar de que pueda producirse un último vuelco; se resigna entonces a la tesis de la “contrailustración”, de que el espanto no puede eliminarse, pero de que nos queda en definitiva la civilización y, aunque a regañadientes, acaba por entregarse al remolino, autodestructivo, del impulso de muerte. Recordemos que Horkheimer, mayor que él, pero su gran amigo muy respetado, se sentía peculiarmente atraído por el gran fatalista Schopenhauer, y por los intentos del “yo” de sobrevivirse a sí mismo, abandonándose a la naturaleza. En Adorno, ese mismo “topos” de la recaída del “yo” en la naturaleza, ofrece más bien rasgos utópicos, sexuales y anarquistas.
En algún momento Adorno se vio enfrentado, como algunos de nosotros alguna vez a lo largo de nuestra vida, a la “vergonzosa” alternativa: convertirnos en adultos, o seguir siendo niños. No cabe duda de que las marcas del esfuerzo, por el que se consigue acceder a la mayoría de edad, estrechan las miradas, y que cierto grado de infantilismo, hace también ver y garantiza, en todo caso, la felicidad. Es posible que el misterio del genio – mantenía Habermas - se cifre en una edad adulta que ha logrado retener su infancia.
Pero en estas circunstancias, la exigencia de unidad de obra y vida, que dentro del contexto del pensamiento liberal planteaba Jaspers, y aplicaba como criterio a los grandes filósofos, se quedaría en una pura abstracción. Si el estado del mundo hiciera preciso, pagar la libertad de la teoría con el cautiverio biográfico, y la emancipación con la regresión, sobre la filosofía – y por encima de todo sobre la filosofía del intelectual – recaería algo del riesgo de los viejos misterios. En cualquiera de los casos, Adorno dedicó a Kafka y a Proust, sus dos mejores ensayos. Muchos rasgos de Adorno, que resultan muy dolorosos a sus admiradores que tanto le quieren, no dejan de tener, en este contexto, su punto de razón. Si la fuerza de las intuiciones analíticas, es igual al dolor de cuya experiencia nacen, entonces la vulnerabilidad y las constantes heridas de Adorno, representan también un potencial filosófico.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 15 de Agosto del 2019.




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