Leyendo a G.E. Moore

Leyendo a G.E. Moore
Ca'n Pastilla 27 Marzo 2016

jueves, 30 de julio de 2020

NIELS BOHR (I)

Dinamarca es uno de los países más pequeños de Europa, unos cuarenta mil kilómetros cuadrados (algo así como Aragón) y una población en torno a los seis millones de habitantes. Al estar rodeada por mares (Norte y Báltico) su clima, aunque frío por supuesto, no es tan riguroso como podría esperarse.
Pero culturalmente, socialmente y políticamente, es un gran pueblo. De cultura vikinga y escandinava, fue la cuna de escritores como Hans Christian Andersen, cuyos cuentos alcanzarían fama mundial, del filósofo existencialista SØren Kierkegaard, y de Karen Blixen – Baronessen Blixen-Finecke por casamiento – que firmó sus obras con el seudónimo de Isak Dinesen. Entre los científicos daneses más famosos, destacan el astrónomo Tycho Brahe, y los físicos Hans Christian Ørsted – cuyos trabajos sobre la relación, entre la electricidad y el magnetismo, le convirtieron en uno de los padres del electromagnetismo – y Ludvig Valentin Lorenz, conocido internacionalmente, por sus estudios sobre óptica, electricidad y termodinámica. Y en esta lista hemos de incluir, por supuesto, a Niels Henrik David Bohr, uno de los daneses más influyentes, en la historia del siglo XX.
Niels Bohr nació el 7 de octubre de 1885, en una mansión neoclásica del centro de Copenhague, que su abuelo materno D. B. Adler (fundador del Banco Comercial de Copenhague) financiero judío con una gran fortuna, había comprado unos diez años antes. Su padre, Christian Bohr, era catedrático de fisiología en la Universidad de Copenhague, de la que llegaría a ser rector, siguiendo así, la tradición académica establecida, por diversas generaciones de Bohr en el siglo XIX. Christian Frederick (1773-1832) fue miembro de la Academia de Ciencias de Suecia y Noruega. Peter Georg, bisabuelo de Niels, fue lector de teología, en varias instituciones escandinavas. Y Henrik Georg Christian, su abuelo, fue catedrático y rector del Instituto Westenske de Copenhague. Todos estos datos, nos permiten situar al joven Niels, en una familia acomodada e intelectual, en la Copenhague de finales del XIX.
Niels Bohr con sus hijos.
El que está junto a él es Aage,
Premio Nobel de Física en 1975
De hecho, su madre Ellen Adler, una mujer hermosa a juzgar por las fotos, pertenece a la primera generación de jóvenes danesas, a las que se permitió estudiar en la universidad, si bien con condiciones, pues se establecía que todas las jóvenes matriculadas, debían disponer de un tutor personal, que las ayudara en la “ardua tarea de los estudios universitarios”. Así fue como Ellen, conoció al profesor de fisiología Christian Bohr, quien acabó convirtiéndose en su marido.
Niels fue el segundo hijo de este matrimonio. Dos años antes había nacido su hermana Jenny quien, siguiendo los pasos de su madre, recibió formación universitaria en Copenhague y Oxford. Aunque por causa de su temperamento nervioso, su salud le impidió en ocasiones, ejercer su profesión y pasión como profesora. Dos años después de Niels, nació su hermano Harald. Ya desde pequeños, se estableció entre los dos hermanos, una relación de profunda amistad, cuya intensidad se mantuvo intacta toda la vida. Harald se convirtió en un brillante matemático – catedrático en la Universidad de Copenhague – y en mejor futbolista que su hermano, llegando a formar parte del equipo danés, en los Juegos Olímpicos de 1908 celebrados en Londres, que perdió la final ante Inglaterra.
Niels Bohr, realmente no es un personaje de ficción, aunque muchos momentos de su vida fueran épicos. No sólo transformó profundamente, el panorama científico de su país, sino que cambió radicalmente, nuestra manera de entender el átomo e, incluso, la misma idea de ciencia.
Danés – como Hamlet – Bohr debió repetirse muchas veces el famoso “ser o no ser”: cuando se enfrentó con los electrones y sus órbitas, y tuvo que introducir la “constante de Planck”, para explicar la estructura del átomo; cuando decidió convertir Copenhague, en el centro de la física teórica de su tiempo, a pesar de las magníficas ofertas, que le hicieron desde otros países; cuando puso en jaque, la idea habitual de que la ciencia nos da un conocimiento de la realidad tal y como es en sí misma; cuando se enfrentó a Albert Einstein, en la polémica sobre la causalidad en física; cuando vio que muchos de su compañeros y amigos, eran víctimas de la persecución racial y política de los nazis; cuando primero colaboró en la construcción de la bomba atómica, y luego fue un activista del desarme nuclear…
Ellen Adler, con sus tres hijos,
Jenny, Niels y Harald
Niels Bohr, fue uno de los físicos más influyentes y completos, de la primera mitad del siglo XX, sino el que más. Aunque no es nada fácil comparar genios de tal envergadura, muchos – entre ellos yo modestamente – consideran que su importancia, es mayor incluso, que la ejercida por Einstein. Y es que, mientras el físico alemán, fue el prototipo del científico aislado – y algo histriónico para mi gusto - cuyas ideas revolucionaron la electrodinámica, la gravitación y la cosmología, el danés trabajó siempre en equipo, rodeado de gente, creando una escuela de discípulos a su alrededor.
Estudiando la biografía de Bohr y sus aportaciones científicas, comprendemos mejor que nuestra actual comprensión del átomo, no implica sencillamente un “descubrimiento” mágico, una aislada idea brillante, o un simple experimento sin precedentes, sino que va de la mano, de una transformación radical, de los límites del conocimiento humano. De hecho, el conocimiento del átomo se logró, gracias a poner límites sobre lo que significa, el concepto de “conocer” en ciencia.
Bohr pudo entender mejor el comportamiento de las partículas subatómicas, gracias a que dejó de hacerse las preguntas habituales, de los físicos que le precedieron. Esas preguntas, pasaban por intentar explicar todo lo que sucede en la naturaleza, partiendo de un modelo mecánico, imaginando el mundo como una gran fábrica, llena de muelles y poleas, fuerzas y tensiones. Esta tradición se remontaba a los tiempos de Descartes y Newton, y había dado, sí, importantes frutos durante más de dos siglos. Pero la física atómica y la física nuclear, pusieron en evidencia, los límites de este modelo epistemológico. Y Bohr se atrevió a cambiarlo.
Harald Bohr,
extraordinario matemático
Estas premisas de carácter filosófico, evidencian que muchos de los grandes cambios en la historia de la ciencia, no se pueden explicar como un simple progreso lineal y necesario de la misma, sino que están íntimamente relacionados, con las transformaciones conceptuales, sobre que es y como actúa la ciencia. Por eso, cuando Bohr en 1913, propuso su modelo para el átomo, muchos no lo aceptaron, porque su modelo no era propiamente “ciencia”, en el sentido habitual, que esta palabra tenía entonces.
El átomo, cuya raíz griega implica simplicidad e indestructibilidad, se tornó en un sistema de partículas subatómicas. Y abandonó su carácter de pieza fundamental de la materia, para convertirse él mismo, en un sistema complejo. La noción de partícula fundamental, sufrió cambios radicales, durante el reinado de Bohr. Y la mecánica cuántica, pronto forzó el abandono del carácter “elemental”, de las partículas elementales. La nueva física mantenía palabras antiguas, es cierto, pero transformaba radicalmente su significado.
Pues eso.

(continuará)

Palma. Ca’n Pastilla a 24 de Julio del 2020.


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