Leyendo a G.E. Moore

Leyendo a G.E. Moore
Ca'n Pastilla 27 Marzo 2016

sábado, 16 de julio de 2016

NOSTALGIA DEL ABSOLUTO

Hace ya días, un internauta respondió a un post de un amigo en facebook escribiendo: “Dios es lo Absoluto” o algo así. Pensé por unos segundos responder con la anécdota, ya citada algunas veces, que cuenta Norberto Bobbio, de lo sucedido en el metro de Nueva York: Alguien escribió en una de sus paredes: “Dios es la respuesta”. Y al día siguiente apareció, también escrito y a modo de contestación: ¿Cuál era la pregunta? Igualmente no hace mucho, con motivo de haber subido a mi Blog, la gran controversia sobre el marxismo entre Kautsky y Bernstein, recibí dos correos particulares (uno sin firma) atacándome duramente, por no haber defendido en mi texto, la interpretación más ortodoxa del marxismo. Ambos correos, me pareció, despedían un tufillo casi religioso, y una especie de nostalgia, por un pensamiento de lo absoluto al que continuar agarrándose. Y finalmente, hace ya unas semanas, leí los comentarios de John Carlin en El País sobre el libro “Animales de partido”, del antiguo comunista, hoy columnista del Times en Londres, David Aaronovitch.
A veces he comentado lo mucho que me hubiera gustado haber nacido y vivido, acunado por alguna filosofía de lo absoluto, a la derecha o a la izquierda. Y en cambio toda mi vida, me la he pasado bregando con lo relativo y la duda perenne. Todas esas coincidencias (comentarios en Facebook, correos personales y la reseña de Carlin) me llevaron a pensar en un librito, “Nostalgia del Absoluto”, que escribió George Steiner, el gran teórico de la literatura y de la cultura, parisino de familia judía de origen vienés, que leí hace tiempo. Lo localicé en mi biblioteca y lo estoy releyendo.
Historiadores y sociólogos están de acuerdo, a la hora de constatar una apreciable decadencia, del papel desempeñado por los sistemas religiosos formales, por las iglesias, en la sociedad occidental. Pero de esto no hace tanto tiempo. El mismo PSOE en sus inicios, se estructuró como una sociedad aparte, como una religiosa contra-religión. Pablo Iglesias pregonaba aquello de que allá donde hubiera una iglesia, debía surgir una “casa del pueblo”. Y aún recuerdo muy bien mi primera visita a los compañeros de Euskadi, en compañía de Alfonso Guerra, el cual me advirtió con antelación: fíjate bien en la estructura de las “casas del pueblo” que tienen por aquí. Y efectivamente en todas, la sala principal era longitudinal, con una mesa al fondo en el centro, cubierta de un paño rojo (una especie de altar) y con las fotos de los viejos líderes: el mismo Pablo Iglesias, Largo Caballero, Indalecio Prieto, Julián Besteiro, Tomás Meabe… colgadas a lo largo de las paredes, como las estatuas de los santos en las iglesias. “El partido comunista era una iglesia - escribe Aaronovitch en su libro – su fuerza derivaba tanto de la creencia y de la fe, como del intelecto. Por un lado estaban los ‘puros’, los que poseían la verdad absoluta, y por otro los malvados o los equivocados”.
Algunos historiadores sitúan esa decadencia de lo religioso, en el desarrollo del racionalismo científico durante el Renacimiento; otros lo atribuyen al escepticismo y el secularismo explícito de la Ilustración, con sus ironías sobre la superstición de todas las iglesias. Pero en cualquier caso, y en mayor o menor grado, el núcleo religioso del individuo degeneró en pura convención social. Para la mayoría de hombres y mujeres pensantes, las fuentes vitales de la teología, de una convicción doctrinal sistemática y transcendente, se habían secado. Y este desecamiento, este agotamiento, dejó un inmenso vacío. Y donde existe un vacío, surgen nuevas realidades y sistemas de pensamiento, que sustituyen a las antiguas. La historia filosófica y política de Occidente durante los últimos 150 años, puede ser entendida como una serie de intentos, más o menos conscientes, más o menos sistemáticos, más o menos violentos, de llenar el vacío central dejado por la erosión de la teología. Este vacío, esta obscuridad en el mismo centro, era debida a “la muerte de Dios” (célebre e irónica frase de Nietzsche, con frecuencia mal interpretada). Y hacia estas cuestiones de cuya formulación y resolución, depende la coherencia de la vida del individuo y de la sociedad, se dirigen las grandes “antiteologías”, las “metarreligiones” de los dos siglos pasados.
Apunta Steiner que para ser entendida como mitología, una doctrina o cuerpo de pensamiento social, psicológico o espiritual, debe cumplir ciertas condiciones. En primer lugar, el cuerpo de pensamiento debe tener una pretensión de totalidad. Debe afirmar que el análisis que presenta de la condición humana – de nuestra historia, del sentido de la vida de cada uno de nosotros, de nuestras esperanzas – es un análisis total. Una mitología, en este sentido, sería un cuadro completo del “hombre en el mundo”. Y este criterio de totalidad, tiene una consecuencia muy importante. Si la mitología es honrada y seria, permite la refutación o falsación, e incluso invita a ello. Un sistema total, una explicación total, se derrumba en el momento en que puede surgir una excepción importante, un contraejemplo realmente poderoso.
En segundo lugar, una mitología tendrá con seguridad, unas formas fácilmente reconocibles de inicio y desarrollo. Habrá habido un momento de revelación crucial, o un diagnóstico clarividente del que surge todo el sistema. Ese momento y la historia de la visión profética, se conservará en una serie de textos canónicos. Igualmente habrá un grupo original de discípulos, que habrán estado en contacto inmediato con el maestro, con el genio fundador. Pero pronto, algunos de ellos, provocarán una ruptura en forma de herejía, y establecerán mitologías o submitologías rivales. Los ortodoxos del movimiento original, odiarán a esos herejes, a los que perseguirán con una enemistad mucho más encarnizada, de la que descargarían contra los no creyentes. No es la increencia lo que temen, sino la forma herética de su propio movimiento.
El tercer criterio de una mitología verdadera, es seguramente el más difícil de definir. Una mitología verdadera desarrollará un lenguaje propio, un idioma característico. Generará su propio cuerpo de mitos. Así las mitologías fundamentales elaboradas en Occidente, desde comienzos del siglo XIX, no sólo son intentos de llenar el vacío dejado por la decadencia de la teología y el dogma cristianos. Son una especie de teología sustituta. Son sistemas de creencia y razonamiento, que pueden ser ferozmente antirreligiosos, que pueden postular un mundo sin Dios y negar la otra vida, pero cuya estructura, aspiraciones y pretensiones respecto del creyente, son profundamente religiosas en su estrategia y en sus efectos. En otras palabras, cuando consideramos el marxismo más ortodoxo; cuando observamos los diagnósticos freudianos o junguianos de la conciencia; cuando consideramos la explicación del hombre, ofrecida por lo que se denomina “antropología estructural”; cuando analizamos todo eso, desde el punto de vista de la mitología, lo vemos como una totalidad, como algo organizado canónicamente. Y si reflexionamos sobre ello, reconoceremos ahí, no sólo negaciones de la religión tradicional, sino unos sistemas que, en cada punto decisivo, muestran las huellas de un pasado teológico.
Esos grandes movimientos, esos grandes gestos de la imaginación, que en Occidente han tratado de sustituir a la religión, son muy semejantes – como decía al inicio – a las iglesias, y a la teología que pretenden reemplazar. Quizá podríamos repetir aquello que se dice, de que en toda gran batalla uno acaba asemejándose a su oponente. Por supuesto ésta es sólo una forma de pensar los grandes movimientos filosóficos, políticos y antropológicos que, en mis años mozos, estaban de moda. Y con ello no quisiera ofender a mis amigos seguidores de la ortodoxia del marxismo, del psicoanálisis o de la antropología estructural, que puedan sentirse molestos, ante la idea de que sus creencias y sus análisis, son mitologías que derivan directamente de la imagen religiosa del mundo, que han tratado de reemplazar.
Todo lo que pretendo hacer, siguiendo a Steiner, es llamar la atención sobre ciertas características y gestos, importantes y recurrentes, de todas esas teorías “científicas”. Sugiero simplemente que esas características, reflejan directamente las condiciones establecidas, por la decadencia de la religión, y por una nostalgia del Absoluto profundamente arraigada. Esa nostalgia tan profunda, fue directamente provocada por la decadencia, de la antigua arquitectura de la certeza religiosa. Por ejemplo el marxismo, la que mejor conozco de las tres filosofías que acabo de citar, califica sus creencias de “científicas”. Habla de de las leyes de la historia, y del método científico de la dialéctica. Es muy posible que esas pretensiones puedan ser parte de una mitología, que no reflejen un estatus científico en ningún sentido verdadero, sino más bien un esfuerzo por heredar, la difunta autoridad y las certezas dogmáticas, de la teología cristiana.
Me gustaría acabar, expresando mi gran extrañeza de que a estas alturas, ya entrados en el siglo XXI, exista aún esa hambre de mitos, de explicaciones totales, ese anhelo incontenible de una profecía con garantías.

Palma. Ca’n Pastilla a 10 de Noviembre del 2015.




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