Leyendo a G.E. Moore

Leyendo a G.E. Moore
Ca'n Pastilla 27 Marzo 2016

jueves, 11 de julio de 2019

CEREBRO. PROACCIÓN EPIGENÉTICA

A diferencia de dos de mis hijos, no tengo estudios científicos. Y tampoco soy, ni de lejos, un experto en Ética. Pero estos últimos meses he estado leyendo, algunos trabajos que se han publicado a raíz del homenaje a Adela Cortina, con motivo de su jubilación como catedrática. Y algunos temas me han interesado y, a la vez, no han dejado de preocuparme cara al futuro.
El cerebro es un órgano autónomamente activo, plástico, proyectivo y altamente selectivo, fuertemente afectado por el aprendizaje y la experiencia. Debido a su plasticidad, el cerebro puede adaptar su conectividad neuronal, por medio de la estabilización o eliminación de sinapsis particulares, de acuerdo con cambios a largo y corto plazo, en su entorno interno y externo.
Según Arleen Salles, eso significa que el desarrollo neuronal, es resultado de la función del aprendizaje, la experiencia, y los genes. Las historias vividas, las interacciones dinámicas y los entornos sociales, impactan en la conectividad sináptica, y contribuyen a la formación de una variedad de patrones de actividad neuronal, formas en que los humanos internalizamos nuestros entornos culturales y sociales. A su vez, desde una perspectiva neurobiológica, las normas sociales y morales constituyen “patrones espacio-temporales de actividad neuronal, almacenadas en la memoria de las sociedades humanas” (Evers y Changeux 2016). Es decir, en tanto el cerebro en desarrollo, progresivamente construye su conectividad a través de un diálogo constante con un entorno cultural, físico y social particular (la comunidad específica en que se desarrolla), debe adquirir y responder a las reglas que prevalecen en tal entorno social. En consecuencia, si los seres humanos deseamos cambiar, aun moralmente, deberemos tomar en cuenta, la posibilidad de proacción epigenética, es decir, la posibilidad de influir culturalmente sobre la organización del cerebro, con el objeto de producir una mejora a nivel individual y social.
Arleen Salles
Evers y Changeux señalan que la epigénesis proactiva, no es normativa en si misma. Sin embargo, sin duda pretenden que posea implicaciones morales, y que sea utilizada, para facilitar el cambio moral. Ambos autores tratan de demostrar que la misma, puede constituirse en un instrumento potencial, para “desarrollar nuestras disposiciones humanas innatas de una manera u otra, dependiendo del contexto”. En varios artículos la Dra. Evers, ha presentado argumentos contra perspectivas simplistas, sobre la relevancia moral de la neurociencia. Considera que este campo, no puede zanjar la discusión moral, sobre lo que es correcto o incorrecto. Sin embargo, dice, juega un papel importante, para ayudarnos a entender la posibilidad de cambio moral, por dos motivos. En primer lugar, hace posible que veamos al cerebro, como un órgano fundamentalmente evaluativo y selectivo, acotado por valores y emociones, que son condición de posibilidad de la memoria y el aprendizaje. En segundo lugar, nos permite entender nuestra identidad neurobiológica, en la medida en que nos brinda conocimiento, sobre las tendencias preferenciales innatas que la constituyen. Evers nota que ciertas disposiciones como el auto-interés, el deseo de control, la disociación biológica y el interés en los demás (expresado como simpatía selectiva) constituyen ventajas evolutivas importantes, en tanto permiten que los seres humanos, funcionen en sus entornos culturales y morales. Sin embargo, teniendo en cuenta el alto grado de plasticidad cerebral, cual de esas tendencias predomina, depende del contexto.
En verdad, Kathinka Evers considera que la neurociencia, nos permite entender por qué el cambio moral es complicado: éste requiere edificar estructuras sociales, que posiblemente contravengan, las tendencias humanas predominantes. Pero la neurociencia no nos brinda información sustantiva, sobre como concebir el cambio moral constructivo. La discusión sobre cómo la naturaleza humana, puede ser “mejorada” para beneficio de nuestra sociedad, requiere, según la opinión de Arleen Salles, y modestamente también la mía, un abordaje o aproximación específicamente moral. El problema es que Evers y Changeux, realizan juicios éticos y recomendaciones morales específicas, que los ubica directamente en el debate ético. Esto en sí no sería excesivamente problemático, si presentaran argumentos destinados, a justificar sus declaraciones sustantivas. Pero en sus textos, no encontramos ese tipo de justificaciones.
La propuesta de epigénesis proactiva de los mencionados autores, tiene un objetivo claro: lograr sociedades moralmente mejores. Pero ¿qué implica tal supuesta mejora moral? Cuando se presenta un ideal normativo, lo primero que nos preguntamos es: ¿en qué se fundamenta? Una primera opción sería, que los autores, consideran que la neurociencia misma, nos brinda razones para pensar que existe un grupo de valores, a partir de los cuales se puede derivar una ética universalista, y que sus afirmaciones están basadas en tales valores. Pero si así fuera, la neurociencia nos estaría brindando información, no sólo sobre quienes somos desde un punto de vista neurobiológico, sino también sobre quienes debemos ser, en tanto que agentes morales, dado que estaría determinando, cómo debemos actuar desde un punto de vista ético. Intentos de de atribuir este tipo de rol a la neurociencia, han sido muy criticados, especialmente por muchos filósofos, cuyos trabajos y argumentos, sería largo y difícil incorporar hoy aquí.
Cabe notar, sin embargo, que las afirmaciones que realizan Evers y Changeux, no son autoevidentes. Como ellos mismos afirman, la cuestión sobre si una ética universalista es deseable sigue abierta, como también la cuestión sobre cuales son los principios o reglas, que podrían tener alcance universal. Como ilustración, la noción de supervivencia de la especie que los autores proponen, aún siendo inicialmente atractiva, es demasiado amplia y, sin especificación más detallada, puede resultar peligrosa en la práctica, y compatible con la imposición de grandes injusticias. Además, si promover la supervivencia de la especie, constituye un objetivo legítimo, no está claro, al menos para mi, que deba convertirse en uno de los objetivos principales, sin ante haber debatido que es lo que hace que un objetivo particular, se convierta en uno de los objetivos fundamentales.
Arleen Salles considera que el problema es el siguiente: se puede brindar una explicación neurobiológica de la posibilidad de cambio, sin abordar cuestiones normativas, pero hablar de mejoría moral y ofrecer recomendaciones sobre como entenderla, incluso si estas recomendaciones aparecen atractivas, requiere una larga discusión ética con argumentos muy claros. En suma, si lo que está en juego es un cambio moral constructivo, y nos preocupa como promoverlo, necesitamos una discusión moral mucho más cuidadosa. Es decir, ¿qué es una regla moral? ¿cuándo es que una regla, satisface los requisitos necesarios para ser moral? ¿cuáles son dichos requisitos? Y dado que ya poseemos un grupo de reglas morales que guían nuestra conducta, cabe preguntar si efectivamente necesitamos unas nuevas. Y si la respuesta fuera afirmativa ¿por qué las necesitamos? Acaso ¿son todas las reglas morales, por las cuales guiamos nuestros comportamientos, inadecuadas? Y si no es así ¿cuáles son aquellas que debemos cambiar? ¿y sobre la base de que consideraciones debemos cambiarlas?
Los avances de las ciencias seguirán produciéndose, de manera que nos espera un largo debate, sobre los problemas morales que nos irán presentando.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 9 de Junio del 2019.

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