Leyendo a G.E. Moore

Leyendo a G.E. Moore
Ca'n Pastilla 27 Marzo 2016

martes, 30 de julio de 2019

CONSTRUIR CONSENSOS

En el pasado abril, es decir, mucho antes del penoso debate de investidura de hace unos días, la fina analista Máriam Martínez-Bascuñán, nos recordaba que no hay política sin conflicto, pero tampoco sin la posibilidad de decidir, de gobernar.
No voy a expresar hoy, una vez más, la penosa opinión que tengo de Podemos, desde que apareció por el horizonte. Hoy escribo desde la tristeza que me ha producido, el desempeño de la dirección del PSOE en el pasado debate, o mejor en las negociaciones para la investidura. Me temo que la facilidad con que llegó a buen puerto, la moción de censura del mayo del año pasado, nos ha obnubilado. Parece que no se haya entendido, que entonces se votó contra Rajoy, no a favor de Sánchez. Pedro tiene un gran carisma, que duda cabe, y también una demostrada fuerza de voluntad, unas resistencia y resiliencia patentes. Ahora tiene que demostrarnos que es un buen negociador, un efectivo hacedor de consensos.
Lo que hemos visto estos días, no ha sido una negociación seria. Para negociar se sienta uno a una mesa discretamente, con un “culo di ferro”adecuado, como diría Pertini, para no levantarse de ella, hasta haber cerrado un acuerdo en todos los niveles. No se negocia – por mucho que sea moda de la “nueva política” – a golpes de llamadas telefónicas, tuits, whatsapps y declaraciones precipitadas a los medios. Esto no es una negociación, es una “performance”. “El Gobierno de España no se negocia así”, parece que tuvo que recordar en una ocasión Pedro Sánchez. Ha faltado prudencia, trabajo y altura de miras. Está muy de moda confundir, el necesario ejercicio de transparencia, con la impúdica publicidad. Para llegar a acuerdos difíciles e importantes, es necesario un pacto de privacidad entre interlocutores que se pretenden adultos. Cuanto más se converse seriamente en privado, menos necesarios serán luego, los reproches feroces en el Congreso.
En un horizonte visible, no me parece que se recorte la silueta de un partido con mayoría suficiente, como para gobernar sin acuerdos previos con otros varios. La creación de acuerdos, en todos los aspectos de la vida, implica, de entrada, una cura de humildad personal. La arrogancia y la intransigencia, vengan de donde vengan, son obstáculos insalvables en la política de consenso, la única política posible, a día de hoy, en nuestras sociedades. No sólo porque se imposibilita cualquier acuerdo, sino también porque impide gobernar en el día a día, después de constituido un ejecutivo. Es más, las peleas interpersonales y entre socios de coalición, asquean a los ciudadanos y profundizan la crisis de legitimidad del conjunto de la clase política.
Lo que hoy prima en política a nivel universal no es, desgraciadamente, la búsqueda de zonas de entendimiento, sino la lógica del muro: la construcción de trincheras, regida por la arcaica dialéctica amigo-enemigo, tan schmitteniana ella. Soy muy consciente, que el conflicto es un hecho social ineludible. Es más, que pretender eliminarlo, negarlo, es una característica de los regímenes totalitarios. Por eso toda la tradición democrática, se ha esforzado en buscar un sistema, que permitiera la vida en común reconociendo precisamente, que la disparidad, la pugna y el desacuerdo, no van a dejar de existir. Aunque la democracia, como nos decía Teodorov, a diferencia de otros regímenes, nunca ha pretendido ser infalible.
La emergencia de populismos, ya lo hemos comprobado, ha acrecentado la dimensión conflictual en la arena política, pretendiéndose sin descanso, una suerte de paroxismo de la decisión mayoritaria. Lo que ha venido en llamarse – a mi entender equivocadamente – “crisis de representación”, ha provocado el fraccionamiento de los sistemas de partidos, o si lo preferimos así, de los sistemas de partidos de masas, herederos de los consensos posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Asistimos a un escenario de segmentación progresiva, que asienta, a su vez, un fenómeno sorprendente: en lugar de extender los espacios políticos disponibles, paradójicamente los reduce. Una razón de ello, opino, es que la competición electoral ha dejado de buscar el centro político, imponiéndose en su lugar una lucha de bloques, que compiten por los extremos.
Los mandatos que se obtiene de las urnas, son cada vez más complejos de interpretar. Lo escribí hace poco: parece como si los electores, en vez de una papeleta, hubieran introducido en la urna, un grueso libro de reclamaciones. La expresión mayoritaria de la ciudadanía se ha vuelto confusa. Incluso la misma idea de pueblo, el sujeto de la democracia – nos recordaba Máriam – está en disputa. La idea del pueblo como expresión mayoritaria, como el número más grande – nos explica Pierre Rosanvallon – ha dejado paso a la idea de pueblo, como una pluralidad de minorías. No asumir ese cambio está teniendo consecuencias dramáticas. Seguir entendiendo la voluntad general, como la “omnipotencia del hecho mayoritario” (lo debemos asumir con rapidez en el PSOE) puede conducir a experiencias traumáticas, como el Brexit en Inglaterra, o el “procés” en Cataluña.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 27 de Julio del 2019.


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