Las situaciones extremas, que inundan al hombre de azoramiento, le desequilibran y le desorientan, llevan con igual facilidad a lo mejor y a lo peor. La vida parece haberse hecho equívoca y son tiempos de inautenticidad. Ortega nos recuerda que el origen de las crisis, es precisamente haberse el hombre perdido, porque ha perdido el contacto consigo mismo. De aquí pues que abunde en esta época, una fauna humana sumamente equívoca, llena de farsantes, histriones y, lo que es más grave, que no podamos estar ciertos de si un hombre es o no sincero. Son tiempos turbios. Recordamos en el siglo XV a Agrippa (no confundir con el general romano), Savonarola, Paracelso… ¿Qué fueron aquellos hombres? ¿Embaucadores, taimados o sabios auténticos y héroes?
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Marsilio Ficino |
El anticipador de la crisis, el primero que la sintió – ya en la primera mitad del siglo XIV – fue Petrarca. En él encontramos ya todos los síntomas, que luego devendrán mostrencos. Es un desesperado en quien, de pronto, brotan arbitrarios entusiasmos. Sus gestos de melancolía – de “accidia” – como él la llamaba, nos recuerdan a Chateaubriand. “Sento sempre nel mio core un che d’insodisfatto”.
Constituida así la vida, por semejante inestabilidad, extremismo y dialéctica, será sumamente frecuente a lo largo de la historia, ese vuelco integral y subitáneo, que llamamos “conversión”. La conversión – nos recordará Ortega – es el cambio del hombre, no de una idea a otra, sino de una perspectiva total a la opuesta: la vida, de pronto, nos aparece vuelta del revés. Lo que ayer arrojábamos a las llamas, hoy lo adoramos. Por eso – en palabras de Juan Bautista, de Jesús, de San Pablo – “metanoeite”, convertíos, arrepentíos, es decir, negar todo lo que erais hasta este momento, reconoced que estáis perdidos. De esa negación saldrá el hombre nuevo, que hay que construir. San Pablo usa con frecuencia este término: construcción edificación, “oikodumé”. Del hombre puro escombro, ruina, hay que levantar un nuevo edificio. Pero la condición previa para ello, es que el hombre abandone las posiciones falsas en la que está, y vuelva a sí mismo, a su íntima verdad, que es el único terreno firme: esto es la “conversión”. De esta manera la “metánoia” o conversión, vendría a ser por lo pronto, lo que Ortega denominaba “ensimismamiento”, volver a sí.
A mi parecer esa voz, convertíos o ensimismaos, convendría gritarla a los muchos, que hoy se dejan arrebatar por el vano vendaval de extremismos a derecha o izquierda. Esos que parecen pedir que se les engañe, que no están dispuestos a entregarse sino a algo falso.
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Pico della Mirandola |
Los historiadores hemos estudiado, que todo extremismo acaba fracasando inevitablemente, porque consiste substancialmente en negar, menos en un par de puntos, todo el resto de la realidad vital. Pero este resto, como no deja de ser real porque algunos lo nieguen, vuelve, regresa siempre, y se nos impone queramos o no. La historia de todo extremismo, no deja de ser de una monotonía verdaderamente muy triste: consiste en ir asumiendo y pactando, con todo lo que había pretendido eliminar. Y porque triunfar, verdaderamente triunfar, no es posible a ningún extremismo, sino en la medida en que va dejando de serlo.
Pues eso.
Palma. Ca’n Pastilla a 9 de Julio del 2019.
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