Leyendo a G.E. Moore

Leyendo a G.E. Moore
Ca'n Pastilla 27 Marzo 2016

jueves, 4 de julio de 2019

LA OPINIÓN EN POLÍTICA

En el ensayo “Verdad y política”, Hannah Arendt trata en detalle, la oposición entre el juicio persuasivo y la verdad probada. En él sitúa dicha oposición, en el contexto del conflicto tradicional, entre la vida filosófica y la vida del ciudadano. Los filósofos oponían a la verdad, la “simple opinión”, que era igualada a la ilusión. Y fue esta degradación de la opinión, lo que dio al conflicto su intensidad política, porque la opinión y no la verdad, está entre los prerrequisitos indispensables de todo poder. El antagonismo entre verdad y opinión es tal, que cuando en la esfera de los asuntos humanos se reclama una verdad absoluta, cuya validez no necesita apoyo del lado de la opinión, esa demanda impacta en las raíces mismas de todas las políticas y de todos los gobiernos.
Arendt apela a Madison, Lessing y Kant, para intenta contrarrestar los ataques lanzados por los filósofos, desde Platón, contra la opinión, y la desvalorización de la vida del ciudadano, que resulta de ello. La opinión extrae su propia dignidad distintiva, de la condición humana de la pluralidad, de la necesidad que tiene el ciudadano, de dirigirse a sus semejantes; pues “el debate es la esencia misma de la vida política”. El problema – entiende Arendt y no deberíamos olvidarlo en nuestros días – es que toda “verdad”, por su perentoria exigencia de ser reconocida, rechaza el debate. Los modos de comunicación y pensamiento que tratan de la verdad, si los miramos desde la perspectiva política, son necesariamente avasalladores, pues no toman en cuenta las opiniones de otras personas, cuando el tomarlas en cuenta, es justamente la característica de todo pensamiento estrictamente político.
Me parece muy interesante la noción del “carácter representativo del pensamiento político” que introduce Arendt. “Me formo una opinión, tras considerar determinado tema, desde diversos puntos de vista, recordando los criterios de los que están ausentes, es decir, los represento”. Efectivamente, pues este proceso de representación, no implica adoptar ciegamente los puntos de vista de los que sustentan otros criterios y, por tanto, miran hacia el mundo desde una perspectiva diferente (recordemos la teoría del perspectivismo de Ortega). Y no, no se trata de mera empatía, como si yo intentara ser o sentir como alguna otra persona. Sino de ser y pensar dentro de mi propia identidad. Cuantos más puntos de vista diversos tenga yo presentes, cuando estoy valorando determinado asunto, y cuanto mejor pueda imaginarme, como sentiría y pensaría si estuviera en el lugar de otros, tanto más fuerte será mi capacidad de pensamiento representativo, y más válidas mis conclusiones, mis opiniones.
Para Arendt, esta capacidad era la “mentalidad amplia” de Kant, el fundamento de la aptitud humana para juzgar. A pesar de que el filósofo de Königsberg, que había sido sí, el descubridor de esta capacidad de juicio imparcial, no acabó de reconocer las implicaciones políticas y morales de su descubrimiento. Intentamos “imaginar” a que se parecería nuestro pensamiento, si estuviera en otro lugar. Este proceso de formación de opinión, determinado por aquellos en cuyo lugar alguien piensa, pero utiliza su propia mente, es tal que “un asunto particular se lleva a campo abierto para verlo en todos sus aspectos, en todas las perspectivas posibles, hasta que la luz plena de la compresión humana lo inunda y lo hace transparente”.
Hannah Arendt nos pone un ejemplo muy ilustrativo de lo que venimos analizando:
“Supongamos que miro una choza determinada, y que percibo en esta construcción concreta, la idea de pobreza y miseria. Llego a esta idea representándome a mí misma, como me sentiría si tuviera que vivir allí, es decir, intento pensar en lugar del ocupante de la choza. El juicio al que llegaría, no sería necesariamente el mismo que el de los moradores, cuya época y desesperanza pudieron aliviar la indignidad de su condición, pero para mi juicio futuro sobre estas cuestiones, será un ejemplo excepcional al que referirme. Además, tener en cuenta a los demás cuando juzgo, no significa que adapte mi juicio al de los otros. Sigo hablando con voz propia, y no hago recuento de los presentes, para llegar a lo que yo pienso que es correcto. Pero mi juicio ya no es subjetivo”.
Lo fundamental, como señala Arendt, es que nuestro juicio de un caso particular, no depende sólo de nuestra percepción, sino que se basa en el hecho de que nos representamos a nosotros mismos, algo que no percibimos.
Me parece evidente que el juicio y la opinión van indisolublemente unidos, como las principales facultades de la razón política. Estimo clara la intención de Arendt al respecto: concentrar la atención en la facultad de juzgar, es rescatar la opinión del desprestigio en que había caído desde Platón. Ambas facultades, la de juzgar y la de formarse opiniones, se redimen así al mismo tiempo. Esto se aprecia muy bien en otra obre de Arendt “On Revolution” que leí no hace tanto, donde juicio y opinión son tratados conjuntamente: “Opinión y juicio, ambas facultades racionales – políticamente las más importantes – habían sido descuidadas por completo, tanto por la tradición política, como por el pensamiento filosófico”. Arendt observa que los Padres fundadores de la revolución americana, eran conscientes de la importancia de estas cualidades, a pesar de que no se esforzaron, al menos conscientemente, en reafirmar el rango y la dignidad de la opinión, en la jerarquía de las facultades racionales humanas. Y lo mismo puede decirse del juicio, sobre cuyo carácter esencial, y máxima importancia para los asuntos humanos, nos puede decir mucho más la filosofía de Kant, que los hombres de las revoluciones.
A partir de ahí, podemos captar la verdadera importancia de la oposición arendtiana, entre la verdad filosófica y el juicio del ciudadano. Su propósito no es otro, sino el de reforzar el “rango y la dignidad” de la opinión. Es el juicio el que procura a la opinión, su propia dignidad, el que pone a su disposición una dimensión de respetabilidad, cuando se la compara con la verdad. Gracias al juicio, como hemos dicho, la opinión escapa al descrédito que tradicionalmente los filósofos, habían arrojado sobre ella. Es porque los humanos, en tanto que seres plurales, podemos comprometernos con el “pensamiento representativo”, por lo que la opinión no puede ser descartada de manera tan expeditiva, como suponía la filosofía tradicional. Y dado que la opinión, es el pilar de la política, la revalorización de su rango, contribuye a elevar el rango de lo político.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 4 de Febrero del 2019


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