Leyendo a G.E. Moore

Leyendo a G.E. Moore
Ca'n Pastilla 27 Marzo 2016

jueves, 18 de julio de 2019

LA POLÍTICA Y SUS ÉTICAS

Uno de los temas más citados en la famosa obra de Weber “La política como profesión” es, sin duda, la relación entre la ética y la política. La muy conocida distinción entre la ética de convicciones y la de responsabilidad, forma parte de la respuesta de Weber, a la cuestión de si la política tiene una moralidad, y si se trata de una moralidad específica, distinta a la de otros ámbitos de la vida. La política es para Weber, la “aspiración a participar en el poder o a influir en su distribución”. Y sabe que en la actividad política, no es verdad que del bien sólo salga el bien y del mal sólo el mal, sino que más bien con frecuencia, suele ocurrir todo lo contrario.
Para analizar la relación entre política y ética, hay que tener presente el hecho de que la vida humana, se desarrolla en ámbitos o sistemas distintos, en los que rige una “lógica” diferente para cada uno de ellos. Uno de estos “sistemas” es, sí, el de la actividad política, pero no el único, el cual posee su propia estructura interna, diferenciada de la de los otros “sistemas u órdenes de la vida”.
También hay que tener muy presente, que el mundo no es racional desde el punto de vista moral. Para Weber la no racionalidad moral del mundo, es un dato de la propia experiencia, y de toda la historia universal. Cualquiera, dice, puede ver en su propia experiencia, que una acción buena no siempre es recompensada e, incluso, que la bondad o la verdad generan efectos negativos, para quienes las practican.
Para poder avanzar realmente en el problema central de la ética, tenemos que aclarar la supuesta verdad, de que lo bueno no puede venir nunca de lo malo, ni del mal puede derivar jamás algo bueno. No aceptar que el mundo no es racional desde el punto de vista moral, no aceptar que de lo bueno puede salir lo malo, y de lo malo puede surgir lo bueno, significa para Weber, instalarse en un racionalismo moral, que ignora la realidad de este mundo. Y esto es lo que atribuye al político, que se guía exclusivamente por una “ética de convicciones”. Quien no acepte la irracionalidad del mundo, desde la perspectiva moral, no atenderá a las consecuencias de las acciones emprendidas desde supuestos racionalistas, y no estará dispuesto tampoco, a aceptar que los resultados de una acción “buena”, puedan ser precisamente lo contrario de lo pretendido.
Distingue Weber dos maneras de realizar las acciones humanas, que apuntan a dos tipos diferentes de personas. Una acción puede pretender realizar un determinado principio o valor moral, sin importarle las consecuencias que la acción pueda producir, es decir, puede aspirar a ejecutar un principio o un valor, por considerarlo un principio absoluto, cuya “verdad” se le presenta al agente como incuestionable, y le impulsa a ponerlo en práctica, sin tener en cuenta ninguna otra consideración. Una acción así, nos explica Weber, está guiada por una “ética de convicciones” o de valores absolutos, para la que lo decisivo es que se aplique el principio, aunque para ello tuviera que perecer el mundo. Con frecuencia he repetido yo modestamente, que hay que llevar mucho cuidado con el viejo dicho de “pereat mundus et fiat justitia” (“perezca el mundo y hágase justicia”) porque el sentido de la “responsabilidad”, si bien liberado de todo fanatismo, sigue siendo la premisa de toda auténtica acción humana y política; si desaparece no queda nada. Quien así actúa en la política, se justifica a sí mismo por la sinceridad de sus ideales y de sus motivos.
Una acción, sin embargo, puede configurarse tomando en consideración, las consecuencias previsibles que puede provocar. Cuando la persona actúa de esta manera, se está guiando por una “ética de la responsabilidad”, por lo tanto define su acción, tomado en cuenta los resultados previsibles de la misma, y siendo muy consciente de que se pueden producir efectos no previstos, haciéndose responsable de los mismos.
Pero atentos, la contraposición entre ambos modos de comportamiento, no la entiende Weber como absoluta, sino como complementaria. Señalando que hay un punto de la ética de las convicciones, del que también necesita la persona que se dedique a la política: la pasión auténtica, la entrega a la causa. Ambos tipos de comportamiento, deben convivir en la persona del político.
A los socialistas revolucionarios alemanes de su época, que estaban dispuestos a que continuara la guerra, para poder conseguir más fácilmente el triunfo de la revolución, tras unos años de creciente deterioro de la situación social y económica (es el mismo “cuanto peor mejor” de los independientes catalanes de hoy, o de lo forofos del Brexit) Weber les reprochaba que esa aceptación de la violencia, no se diferenciaba realmente en nada, de la que realizaban algunos otros – los políticos del sistema – que la justificaban desde otros fines distintos. La aplicación de la ética de las convicciones a la política, significa convertir la lucha política, en una lucha de carácter religioso, que ignora que ni los mejores ideales, ni las mejores intenciones, son capaces de eliminar la naturaleza trágica de la política. La utilización de la política, para la realización de objetivos absolutos, conduce finalmente a un descrédito de los propios ideales o principios. La política no es el camino indicado, para buscar la salvación del alma. La ética de las convicciones tiene, en el fondo, ese carácter de salvación religiosa.
La responsabilidad del político, implica que acepte la índole no moral del orden político moderno, y que actúe en consecuencia, con el reconocimiento de la no racionalidad moral del mundo. Un comportamiento guiado por la responsabilidad es, para Weber, el único compatible con el Estado moderno, y compatible, asimismo, con el hecho del irreductible pluralismo de los valores. Mientras que la ética de las convicciones, por el contrario, fomenta un comportamiento político radical, no dispuesto a las concesiones y al compromiso.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 15 de Marzo del 2019.


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